OPINIÓN

Árboles contra el cambio climático

Eduardo Rojas Briales, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, Decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes, exsubdirector general de FAO

La conjunción del Green New Deal de la UE y la Presidencia de Biden en USA está impulsando la lucha contra el cambio climático tanto a escala global como de nuestro país como pone de manifiesto la recién aprobada Ley de Cambio Climático. Pero este hecho no se limita al sector público, las grandes empresas lo han asumido plenamente convirtiéndose en un actor clave.

El ambicioso objetivo de la carbono-neutralidad como máximo en 2050 comporta algunos retos como son el almacenaje energético, el transporte aéreo, marítimo y terrestre pesado además de la producción de ciertos derivados de hidrocarburos carentes de alternativas viables. A diferencia de otros contaminantes o de los accidentes, el CO2 no solo se emite, sino que puede igualmente secuestrarse bien sea por la vegetación o por los océanos. Como quiera que los océanos no son gestionables un creciente número de actores están identificando plantar bosques como la alternativa a compensar las emisiones inevitables en 30 años. A ello se une que en el proceso de cambio climático la contabilización de la repoblación ha avanzado mucho más debido a su mayor simplicidad.

Está surgiendo en los pasados meses también aquí un a veces desaforado interés por identificar terrenos baldíos que repoblar con el prácticamente único objetivo de descontar el futuro secuestro de CO2 en principio muy loable pero que necesita ser enmarcado para evitar disfunciones, errores ya cometidos, generar un tratamiento discriminatorio y fracasos sonoros p.e., aplicando técnicas no suficientemente contratadas como la siembra con drones.

Supondría un gravísimo error ignorar el conocimiento acumulado y a los actores arraigados pretendiendo simplificar lo que es complejo y fiando todo a un aluvión momentáneo de recursos no siempre solventemente asistidos. Tampoco sería correcto instrumentalizar las repoblaciones para alargar el modelo económico fósil que padecemos (green washing).

Siempre es conveniente conocer de donde partimos. Los terrenos forestales ocupan un 55% de España y los bosques un 37%. Si lo comparamos con nuestro entorno es cierto que estamos a pocos puntos de la media de la UE (43%) pero no lo es menos que los países nórdicos carentes de agricultura y poco poblados no son comparables siendo nuestra cubierta forestal de las primeras del resto de la UE. Desde los mínimos de cobertura arbórea hace 150 años hemos multiplicado entre 2 y 3 veces su extensión, y en los pasados 45 años en un 120% los stocks de madera. Por lo tanto, no es riguroso justificar la repoblación por la deforestación de España como sí lo fue hasta hace 50 años.

Sin duda quedan zonas a repoblar, pero ya no en la dimensión de antaño y considerando que en una parte importante se está produciendo este proceso de forma espontánea y que sería mucho más recomendable guiarlo siguiendo la práctica identificada en Asia de regeneración natural asistida que no solo es menos costosa, sino que preserva mejor la biodiversidad, sobre todo genética. Sin olvidar que hay lugares donde no es deseable una cubierta arbórea sea por prevención de incendios – continuidad horizontal -, biodiversidad asociada a espacios abiertos o de bocage o las limitaciones del suelo, pendiente o clima no lo recomiendan. Además, ante la perspectiva de 10.000 millones de habitantes en 2100 tampoco tiene sentido perder tierras agrícolas productivas.

No debemos tampoco olvidar que los bosques contribuyen a la práctica totalidad de los ODS de forma substantiva, relevante o moderada por lo que sería un error pretender instrumentalizarlos exclusivamente como sumideros de carbono como lo fuera en el pasado para reducir excedentes agrícolas o limitarlos a la producción de madera, a la regulación hídrica o a la biodiversidad. Disponemos de las técnicas para integrar todas estas demandas, pero de una forma ponderada y con visión de largo plazo.

También es necesario prestar atención a la dimensión social. Los montes pertenecen en nuestro país en un 95% a más de 2 millones de pequeños propietarios familiares y a varios miles de pequeños ayuntamientos y colectividades vecinales de montaña que por principios éticos y requisitos legales deben ser integrados en este proceso.

La política forestal ha venido padeciendo de una grave indigencia presupuestaria fruto de la falta de competencia de la UE en esta materia lo que ha ocasionado una marginal inversión de la PAC de tan solo el 3% en tan vasto territorio. El Estado una vez transferidas estas competencias en los 80s se ha venido desentiendo de su financiación y las CC.AA. más extensas y afectadas por la despoblación disponen de una intensidad de ingresos fiscales/km2 de hasta 200 veces inferior a la holandesa para destinar a aquellas políticas cuyo coste está fuertemente vinculado al territorio como la forestal. Ante la amenaza de los incendios, la práctica totalidad de medios se han derivado a la extinción lo que genera un modelo que focaliza en el síntoma y no en superar la causa del problema que no es otra que el abandono de la gestión forestal y el medio rural de montaña.

Desde una perspectiva política y económica resulta poco recomendable apostar por ampliar los bosques cuando venimos ya de un crecimiento excepcional en los pasados decenios y que continúa antes de consolidar lo que tenemos y resolver las muchas cuestiones pendientes como la infrafinanciación, el minifundio o la aversión de la política de biodiversidad por la gestión y que está recibiendo un fuerte impulso por el enfoque fuertemente prescriptor de la nueva Estrategia de Biodiversidad de la UE. Si conseguimos poner en valor esa inmensa extensión de bosques que tenemos por sí mismos se expandirán donde sea viable y la gente buscará oportunidades para plantar más, pero si continúan abandonados será harto inverosímil convencer al paisano de su viabilidad acabando finalmente pasto de las llamas.

Hemos venido viviendo de espaldas al mundo rural, especialmente el de montaña, y a los bosques aprovechándonos de lo mucho que nos aportan sin comprometernos en asegurar un retorno ecuánime que asegure su mantenimiento fiando ingenuamente en su mera protección formal su futuro. Obviamente, la gente ha emigrado y la gestión forestal se ha abandonado en muchos lugares.

El crecimiento de la masa forestal en extensión y densidad compensa en este momento ¼ de nuestras emisiones de CO2 que valoradas al precio del mercado de carbono del cual están injustificablemente excluidos suponen 4.000 millones €/año o lo que equivale a 8 veces del presupuesto forestal actual. Si el impulso a la lucha contra el cambio climático facilita la concienciación sobre la importancia estratégica de los bosques solo hay un camino: prestarles la atención que se merecen movilizando los medios necesarios, desde una visión fuertemente focalizada en el territorio y a largo plazo, considerar todas sus dimensiones no solo la climática así como integrar la ciencia y el saber acumulado de los profesionales forestales otorgando el protagonismo que merecen a las comunidades locales que los han venido sosteniendo.

La repoblación es una de numerosas técnicas de las que dispone la disciplina forestal como ocurre en muchas otras como la medicina, el derecho u otras ingenierías y que nunca deben convertirse en un fin en su mismas. La sociedad debe marcar objetivos y movilizar recursos, pero respetar dentro de cada disciplina competente en que orden, prioridad y lugar se aplican cada una de las prácticas concretas evitando en todo momento la dilución de responsabilidades.

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