Carlos V y Felipe II, de Antonio Arias Fernández
Carlos V y Felipe II, de Antonio Arias Fernández - MUSEO DEL PRADO
Curiosidades de Madrid

El agua milagrosa de San Isidro que salvó de la muerte al Emperador Carlos V

El monarca y su hijo, el futuro rey Felipe II, enfermaron de unas terribles fiebres que sólo encontraron cura con el agua que nace de la famosa fuente que el patrón de los madrileños hizo brotar

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San Isidro, el santo labriego de los madrileños, ha sido también protector de la realeza española desde tiempos inmemoriales. El patrón de la ciudad de Madrid ha sido venerado en las casas más humildes y en los palacios de la Villa y Corte. Sus restos momificados y conservados actualmente en la Real Colegiata de San Isidro –tras numerosos traslados–, sólo han salido de la que fue Catedral de Madrid para pedir agua al cielo y por enfermedad de alguna persona de la Familia Real. Lo hizo, por ejemplo, cuando la segunda esposa de Carlos el Hechizado, María Ana de Newburg, enfermó en el Alcázar Real de Madrid.

Sin embargo, el más preciado bien del santo labriego, es el agua que San Isidro hizo brotar con su aguijada –la vara larga con la que conducía sus bueyes– de una peña convertida posteriormente en fuente y lugar de culto.

Al líquido elemento se le atribuye la milagrosa cura de la fiebre. Sus poderes de curación tienen también un regio ejemplo en una de las figuras más poderosas y trascendentes de la Historia de España, Carlos V.

El hombre más importante de la época y su sucesor, Felipe II, sufrieron unas terribles fiebres que pusieron en riesgo sus vidas. Su esposa, la Emperatriz Isabel, quiso probar los sonados méritos que los campesinos madrileños atribuían al agua de la fuente de San Isidro. Tras beberla, el Emperador y su hijo se recuperaron de las «calenturas» que les atormentaban. En agradecimiento, la Emperatriz ordenó levantar la primitiva ermita del Santo en 1528 que, tras ser restaurada en 1725, se conserva hoy junto a la fuente.

Sobre el caño de la fuente se puede leer la siguiente leyenda:

«O ahijada tan divina como el milagro enseña / pues sacas agua de peña, milagrosa y cristalina, / el labio al raudal inclina y bebe de su dulzura. / Que San Isidro asegura que si con fe bebieres / Y calentura trujeres volverás sin calentura».

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