Juan Barranco, en su despacho de la Asamblea de madrid, en un momento de la entrevista
Juan Barranco, en su despacho de la Asamblea de madrid, en un momento de la entrevista - belén díaz
Entrevista al Exalcalde de Madrid:

Juan Barranco: «La política está encanallada»

«Los dos grandes partidos, PP y PSOE, siempre han de tener abiertas vías de comunicación, incluso cuando la conversación es dura»

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No le importa, en absoluto, que le recuerden haber sustituido a Tierno Galván en el Ayuntamiento de Madrid. Al revés. «Es algo que me honra», nos dice. Ahora, Juan Barranco se despide de sus cargos políticos, no de la política. Otro veterano del PSOE que nos dice adiós. Y lo hace desde la Mesa de la Asamblea de Madrid, su último cargo público. Está animoso. Satisfecho del deber cumplido. Solo le duele el daño que han hecho la crisis y la corrupción a esta España nuestra porque, según confiesa, «urge dignificar la noble tarea de la política».

—¿Y ahora qué?

—Hay un libro que se llama «El Derecho a la pereza». Yo no digo tanto pero sí el derecho a la serenidad.

Hay que saber decir adiós. Yo empecé a trabajar con 14 años en la Bolsa de Comercio de Madrid. Luego saqué las oposiciones en un banco. Fui el representante sindical más joven de banca. Diputado constituyente, primer teniente de alcalde, alcalde, senador... Es una trayectoria muy larga. Todos los cargos que he tenido han sido por votación. Mis compañeros de partido primero y los madrileños después han apostado siempre por mí.

—Eso significa que Juan Barranco no debe ser mala persona.

—Yo diría «bueno», en el sentido machadiano de la palabra. Tengo la sensación de irme con el cariño de mis compañeros y con el respeto de mis adversarios. Eso es un orgullo.

—¿Cuantos años en este ruedo?

—Desde 1977, con las primeras elecciones democráticas. Luego fui el senador más votado de España en dos ocasiones. He sacado más de un millón y medio de votos en el Senado. Por eso, mi sentimiento más profundo no puede ser otro: ¡Gracias Madrid!

—Se le alegra la carilla cuando habla de Madrid, ¡eh!

—Pues sí. Por su confianza en mí. Soy un enamorado de Madrid. Es una ciudad compatible con todos los pueblos de España. Esa es una de sus grandezas. Aquí da igual de donde vengas. Te sientes madrileño sin renunciar a tus raíces ni a tus orígenes.

—¿Ser alcalde es lo más?

—Sí, lo es. Pero también ha sido lo más duro. Estás más cerca de la gente.

—¿Recuerda el momento más duro?

—Fue el incendio de los Almacenes Arias, en la calle Montera. Murió un bombero amigo mío; «El Campana», le llamábamos. Era un chico con mucha vocación y aptitudes. No le aprobábamos porque era objetor de conciencia. Cambiamos la norma. Entró enseguida. Y en su primer servicio, murió. Yo estaba allí, me caían los cascotes... Durísimo. Quise expropiar aquello para haber hecho un parque y un monumento dedicado a los bomberos pero no salió porque yo entonces gobernaba en mayoría minoritaria.

—¿Se va solo un ratito?

—Renuncio a todos mis cargos pero voy a estar para lo que haga falta.

—¿En qué ha cambiado aquella política de sus comienzos a la de ahora?

—Nosotros veníamos de la edad de la inocencia. Después de cuarenta años de dictadura queríamos un país con libertad y con democracia. Pusimos toda la pasión del mundo para crear y consolidar. Hubo mucha generosidad. Reconocíamos nuestras diferencias ideológicas pero, por encima de todo, estaba la voluntad de acordar. Eso ya no existe. O yo no lo veo. Es como esa casa que construimos entre todos: se puede reformar, pero no se tira. Es la casa en la que nos debemos sentir a gusto. Eso se ha debilitado mucho.

—Eso en el fondo, ¿y en la forma?

—También. Ahora se estás más en la coyuntura y en el espectáculo. Le pasa a todos los partidos. Solo piensan en los asesores de imagen y en los titulares de prensa.

—No se me escapa usted sin que me diga qué le parece Pedro Sánchez. ¿Le falta liderazgo?

—Es mi secretario general. Debe tener su tiempo y sus oportunidades.

—¿Es más ácida ahora la política?

—Pues sí. Tengo muy buenas relaciones con políticos de uno u otro signo. Se es del PP de toda la vida. Yo soy del PSOE de toda la vida. Pero eso no empaña magníficas relaciones. Tengo la sensación de que actividad política está encanallada. Y yo pienso que los dos grandes partidos siempre han de tener abiertas vías de comunicación. Incluso cuando la conversación es dura tiene que haber puentes de comunicación entre los dos grandes partidos. Ahí está el reto y lo bueno que podemos aportar a la sociedad.

—Pues parece que los dirigentes socialistas madrileños Tomás Gómez o Antonio Miguel Carmona o, por el lado del PP Ignacio González y Ana Botella en estos momentos no están mucho por esa labor.

—Ojo, que yo no me refiero solo de los míos. Me refiero a todos. Estuve detenido en el 1973 por ser sindicalista. Y yo, que ha pasado momentos muy duros pero vengo de la cultura del consenso, me resisto a que se haya perdido la voluntad de llegar a acuerdos. Ahora se habla con «autocúe» y por WhatsApp, antes hablábamos con el corazón. Hay demasiada puesta en escena.

—Todos le reconocen como un auténtico demócrata. ¿Qué piensa de los nuevos salvapatrias, como Podemos?

—Yo antes que socialista, soy demócrata. Y he intentado consolidar, con otros muchos, un Estado democrático. Ahora cuando vienen estos y nos critican o nos llaman la «casta» hay que decirles: «Mira chato, aquí ha habido muchos antes que vosotros que han trabajado para que tengamos el periodo más largo de la historia de España en libertad y en democracia». A esos chiquitos les estamos tendiendo una autopista. Antes me hacían gracia; ahora, menos. Sí es cierto que, ahora, en la mesa, ya hay otro comensal. No sé lo que durarán, pero lo cierto es que hoy están ahí.

—¿Cree que Esperanza Aguirre le podría dar guerra a Carmona en la carrera por el ayuntamiento?

—Ella es una política de raza. Puede dar guerra a todo el mundo.

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