Saturnno devorando a sus hijos; y el número 32 de la calle Saavedra y Fajardo en Madrid
Saturnno devorando a sus hijos; y el número 32 de la calle Saavedra y Fajardo en Madrid

Goya y la fantasmal leyenda de la casa donde realizó sus pinturas negras

La Quinta del Sordo, muy próxima al paseo de Extremadura, guarda toda clase de historias sobre la locura del genio aragonés

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El número 32 de la madrileña calle de Saavedra y Fajardo guarda entre sus cuatro paredes una leyenda que relaciona a Goya, sus pinturas negras y lo que se conoce entre los vecinos de la zona como el fantasma de la Quinta del Sordo. Fue en 1819 cuando el genio aragonés compró una finca muy próxima al actual paseo de Extremadura. Cuentan las crónicas de entonces que el pintor pagó 60.000 reales por ella y que abarcaba algo más de 7 kilómetros cuadrados. Ese terreno se acabó llamando la Quinta del sordo por la conocida minusvalía del artista.

Goya vivió en este inmueble durante cuatro años. Todo el mundo coincide en afirmar que fue la época más oscura y siniestra del pintor.

Las habladurías entre sus vecinos no se hicieron esperar. De carácter cada vez más huraño y extraño, no fueron pocos los que comenzaron a apuntar que el genio aragonés estaba poseído por el diablo, que en esa casa ocurrían cosas extrañas y que estaba habitaba por fantasmas...

Sus criados también comenzaron a alimentar toda clase de habladurías al confesar que «el amo» se pasaba las noches pintando «cosas horribles y sanguinarias» en las paredes de la casa a la luz de las velas. Durante esos cuatro años las leyendas fueron haciéndose cada vez más grandes y hubo quien no dudó en acusarle de brujería y actos satánicos.

Todo acabó cuando Goya se marchó a vivir a Burdeos, tras el fallecimiento de su hijo. Fue su nieto el que puso la finca madrileña en venta. Aunque todos conocían la fama del inmueble del que por la noche salían ruidos extraños e, incluso, «gritos espeluznantes», encontró pronto comprador. Fue el belga Emile Dárlenger quien se hizo con su propiedad.

El nuevo dueño quiso desprenderse de las inquietantes pinturas del genio aragonés, por lo que acudió a la Exposición Universal de París de 1878 con la idea de venderlas allí. Pero nadie quiso comprarlas, pero nadie quiso adquirir aquellas inquietantes pinturas y finalmente las donó al Museo del Prado, donde se exponen ahora.

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