Mamen Fernández, directora de la residencia de ancianos junto a Antonio, residente
Mamen Fernández, directora de la residencia de ancianos junto a Antonio, residente - Maya Balanya

El Gordo cae en Madrid: «A mí me queda poca vida, esto es para mis nietos»

El Gordo de este año se lo llevó en gran parte la residencia de ancianos de Peñuelas, en el madrileño barrio de Acacias

MADRID Actualizado: Guardar
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Pepa Aguado tiene 92 años. Tiene su nombre grabado con tinta blanca en su andador, del que cuelga también su móvil. Vive en la residencia de ancianos Peñuelas, ubicada en el barrio madrileño de Acacias, cercano al estadio Vicente Calderón, donde ayer una lluvia de flashes, champaña y teléfonos móviles inundó la administración número 32 del Paseo de la Esperanza 4, donde cayó íntegro el Gordo de la Lotería de Navidad. Aparte de abonados de toda la vida, y de los propios dueños de la administración, María Josefa Rojo y Agustín Ramos, los décimos fueron a parar a esta residencia de ancianos, que llevaba 14 años comprando el 66513. «Me siento muy contenta, pero más que por mí, por la familia.

A mí me queda poca vida, esto irá a mis hijos y a mis nietos», cuenta Pepa con una sorprendente soltura y tranquilidad, sobre todo si se la comparaba con los gritos desenfadados y los saltos de los trabajadores que se abrazaban entre sí y no podían evitar las lágrimas de emoción cuando comprobaban que «sus abuelos» también habían tenido suerte. «Estoy emocionada al ver la reacción de los residentes y de los trabajadores, gente muy necesitada. Al ver que algunos residentes, que apenas pueden moverse se han levando de los sillones, me ha impactado mucho», confesó Mamen Fernández, directora de Peñuelas, con once años a sus espaldas trabajando allí.

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Antonio es de Toledo y reconoce sentirse «normal» tras haber ganado el décimo. No repara en el dinero, solo se preocupa por su cita en el hospital, ya que tiene que revisarse la vista. «Me dio un trombo y apenas veo», lamenta. Él, como el resto de residentes, sonríen y reconocen estar felices pero piensan en los suyos, parece importarles poco tener uno o más décimos con el número ganador. Piensan en el camino que les queda por recorrer y se les hace corto. «Me queda poco, esto será para mis hijas, mis nietos y bisnietos», cuenta.

Pepa lleva tres décimos del número ganador
Pepa lleva tres décimos del número ganador - Maya Balanya

Pero los suyos también están dentro de la residencia. «Aquí todos somos una familia», señalaba Rosario, de 91 años, que lamentaba no tener a su marido, que fue quien siempre la empujó a comprar lotería. «Tengo ganas de llorar por él, que no está ahora que tengo el Gordo». Rosario cumplió sus 91 hace tan solo cuatro días y si bien consideró el décimo como el mejor regalo de cumpleaños, también confesó que no hubiera disfrutado igual de haberle tocado solo a ella. «Estoy muy contenta también por la gente que trabaja aquí, como mi cuidadora, ¡esta niña siempre me lleva de paseo!», decía antes de fundirse en un abrazo con ella. A su lado, José, de 87 años que fue quien le compró el número ganador pero, lamentablemente, uno de los pocos que no compró su boleto. «Siempre compro el número pero este año me despisté», confesó sin mostrar ningún tipo de tristeza. «Me siento igual que siempre, estoy bien porque me ha tocado otro Gordo, que es la amistad que tengo con la gente que vive aquí». José dice haber encontrado el cariño en sus compañeros de residencia, a falta del que no le dieron sus hijos.

No fue el único que no llevaba décimo. Este año, por primera vez, la residencia no pudo comprar participaciones, que era precisamente lo que permitía a los abuelos asumir el gasto de la lotería. «Estamos abonados a este número desde hace años pero como en 2016 se vendió la administración, al ir a reservar el número ya no quedaban, así que les indicamos dónde podían comprarlos aquellos que así lo quisieran», cuenta Mamen. Por este motivo, muchos se quedaron sin décimo. «Cinco euros es asumible para muchos, pero no veinte», lamentó Rosario. «Sin embargo, casi el 90 ciento se ha llevado premio», asegura Mamen. «Cuando me enteré que había que ir a buscar el décimo, avisé a mi hijo, yo no puedo ir, porque estoy con andador, me rompí la cadera, y la rotura de huesos a esta edad es muy mala», admitía Pepa, sin olvidar su buen humor y dándole normalidad a sus casi 1,2 millones de euros.

Tanto dinero no le hizo falta a Valentín, recepcionista de la residencia, para darle aviso a Mamen de que hoy no tenía planes para madrugar. «¿Te he dicho que ya no vendré?», espetó sonriente, al tiempo que la abrazaba. Mamen, sin decirlo, estaba convencida de que ninguno faltaría.

Elena Agudo, también trabajadora, cree que el 13 tuvo que ver con los trece años que lleva allí trabajando, «por eso me arrimé a ella», bromeó, Ángel Muñoz, también ganador. «No sé qué haré con el dinero, lo decidirá la jefa (su mujer), yo solo me encargué de ganar». Ambos cobran unos 500 euros al mes. «Seguiremos trabajando, pero esto nos ayuda muchísimo», confesó Elena.

Elena y Ángel, trabajadores de la residencia
Elena y Ángel, trabajadores de la residencia - Maya Balanya

Cerca de la residencia, Rodrigo, de 30 años, se presentó en la administración para festejar que él y sus amigos se hicieron con un décimo del Gordo. Eso sí, uno para los cuatro. De profesión mago, «aunque con trucos malos», aseguró que ahora que tiene «pasta» no tiene ninguna intención de dejar sus trucos, y que su único anhelo, si es que quedaba alguno que cumplir, es transformar a Felipe VI en un rey que también sea mago. «Lo único que nos queda es que la magia empiece a funcionar y por eso nos encantaría que el Rey haga un truco como nosotros».

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