Las historias más dramáticas en torno a la Lotería de Navidad

Hay décimos que quedan deteriorados por culpa de despistes, como olvidarse el boleto en el bolsillo de un pantalón que metemos en la lavadora

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Vanessa Gómez

ABC

Que el día de la Lotería de Navidad se espera con ilusión y suele estar asociado a emociones entrañables no impide que, en ocasiones, pequeñas desgracias enturbien una jornada que solo cambia la vida de las personas dichosas. No todo el mundo vincula el sorteo del próximo 22 de diciembre con la felicidad o el desahogo económico. Para algunos, lo que despierta es un recuerdo triste, cuando la suerte les jugó una mala pasada.

Las historias sobre décimos premiados que se pierden o que sufren daños no son infrencuentes. Siempre se producen varios casos, que convierten un primer golpe de suerte en un infortunio . Se calcula que unos 60 décimos padecen desperfectos cada año. Un despiste suele estar en el origen de esta catástrofe. En el 90% de los casos, los décimos, metidos por accidente en la lavadora, a menudo olvidados en algún bolsillo, quedan hechos trizas. Aunque hasta la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre han llegado resguardos afectados por disolvente, acetona del pintauñas o destrozados entre la basura.

Por ejemplo, un ganador, apellidado Urroz, metió su décimo en la lavadora, dentro de unos pantalones . En el Sorteo de Navidad de 2011, se restauraron y peritaron 29 décimos de Lotería ganadores, otros 17 del Niño y 16 más de otros sorteos. En algunos casos, si se demuestra que el supuesto ganador ha comprado y perdido el décimo y nadie lo ha cobrado, recibirá el premio.

En la mala suerte de José Fernández en 2015 no intervinieron los sueños. Ocurría en la administración número 4 de Leganés, donde se agolpaban los ganadores con botellas de champán en las manos y sonrisas que no les cabían en la cara. En el momento de mayor alegría frente a la administración , ABC se percató de que uno de los loteros se apartaba de la algarabía general hacia una esquina, para consolar a un amigo íntimo, lejos de la atención de los focos.

Era Fernández, un pintor de 37 años que llevaba veinte años comprándole a su amigo el «décimo de los vecinos». Todos y cada uno... hasta éste, que no pudo. «He tenido una semana infernal con turnos de noche en el curro, saliendo muy cansado a las siete de la mañana, pensando todos los días que tenía que ir a por el número », explicaba. Durante la última semana, José se repetía cada mañana lo mismo: «Mañana me pasó». «Justo la noche del 5 de enero se me acabó el contrato y me quedé en paro. Terminé mi último turno ayer (por el lunes) por la mañana, como siempre, y no tenía el cuerpo como para esperar dos horas a que Gustavo abriera. Así que me fui a dormir, pensando de nuevo «por la tarde voy a pillarlo», pero esta vez no lo hice, por primera vez todos este tiempo».

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