El garabato del torreón

Todo por la pasta

El pacto de censura en Lugo se veía venir como el fin ineluctable de una disputa ajena a doctrinas

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Un ciudadano, un voto: nos dijeron que en ese principio jurídico y político se asienta la democracia. Y parece que en algunos países mantiene su virtualidad. En el nuestro, no: lo deroga la razón empírica, que dirían los kantianos. Los hechos (siempre tercos, siempre inapelables) han convertido la pureza democrática en una parodia: un voto, un precio. En Galicia siempre se han comprado los votos. Pero la clientela (de Riestra, de Bugallal, de Montero Ríos, de Pepe Benito) eran sujetos inermes, familias plegadas al cacique y al duro de plata. Ahora el mercadeo se hace entre sujetos activos, en un comercio que es monopolio de los cargos públicos, con su secuela de asesores, contratados, proveedores y funcionarios a dedo.

El pacto de censura en la Diputación de Lugo se veía venir como el fin ineluctable de una disputa ajena por completo a doctrinas y programas; centrada exclusivamente en haberes, remuneraciones, dedicaciones exclusivas y comisiones de adjudicación.

Se explica: es otro de los efectos colaterales de una crisis que rebaja sueldos y achica el mercado de trabajo. Un individuo de salario mínimo tiene que ser un héroe para renunciar al momio de controlar una de las áreas de gobierno de una Diputación y cobrar por ello (en nómina, en dietas, en kilometraje, en sobre, en comisiones de adjudicación). Cuestión de supervivencia.

Por eso estaba cantada la moción, ese disparate democrático de que el partido menos votado desaloje al más votado. Es esa apuesta voraz por ganar dinero sin reparar en medios lo que ha llevado al Bloque a su actual desprestigio. Y lo que ha convertido al diputado Martínez en la caricatura del político con los pantalones a la altura de la rodilla: también él tiene precio. Lo decía un socialista desengañado: «Para mi partido, la unidad de destino en lo universal es la pasta». Demasiado pesimismo. Yo creo más bien en la explicación apuntada: una nómina y algunos sobres. O sea, todo muy humano. Pero no hay mejor caldo de cultivo para la abstención que esa cochambre. Es ese lodazal lo que hace que muchos de los que se despertaron en las últimas elecciones prefieran volver a la modorra de la indiferencia.

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