Zigor Aldama, periodista: «Mongolia conquistó China, pero hoy es China la que conquista Mongolia»

El reportero relata en «Adiós a Mongolia» (Península, 2020) sus viajes al país asiático, una tierra donde el nomadismo convive con un incipiente movimiento LGTBI y el combate por la igualdad de las mujeres

El periodista Zigor Aldama, durante uno de sus viajes a Mongolia Miguel Candela
Silvia Nieto

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Como si fuera un respiro en un país donde las temperaturas caen varios grados bajo cero durante todo el año y las tradiciones no suelen mostrarse mucho más amables que el clima, Zigor Aldama (Bilbao, 1980) comprendió que visitar un garito para el colectivo LGTBI en Ulán Bator era como asistir al nacimiento de un país nuevo, un lugar donde las mujeres combaten por sus derechos y a los jóvenes les aburre la naturaleza. En « Adiós a Mongolia » (Península, 2020), el periodista relata sus viajes a una tierra donde todavía existen los nómadas, aunque vean culebrones surcoreanos en los televisores que han instalado en sus tiendas, y en el que la caza con halcones a caballo no ha desaparecido, a pesar de que sus protagonistas se hayan convertido en celebridades. Con acierto, hace hincapié en una idea que suelen pasar por alto los ciudadanos de esa parte del mundo donde la escasez se esfumó mucho tiempo atrás: aunque resulten fascinantes, las formas de vida extremas no son demasiado agradables para los que las tienen que sufrir. La pobreza y la escasez no causan placer estético, sino frustración y el deseo justo de que las necesidades básicas queden cubiertas. Durante esta entrevista, mantenida por teléfono para salvar la distancia geográfica, el reportero, corresponsal en Shanghái desde hace años, conversa con ABC.

En su libro, recuerda que Mongolia está atrapada entre Rusia y China, y que la influencia del último país es particularmante poderosa, fenómeno que provoca bastante rechazo entre la población. Cuando habla de un grupo neonazi mongol, explica que tiene un discurso antichino de corte racista, por ejemplo. ¿Cómo convive Mongolia con su geografía?

Mongolia conquistó gran parte de China, pero ahora es China la que está conquistando Mongolia, desde el punto de vista económico. Es cierto que existe un creciente sentimiento antichino, por la presencia de empresas chinas que extraen materias primas. Mongolia es un país poco poblado, pero muy rico gracias a la minería. En muchas ocasiones, las empresas chinas llevan su propia mano de obra. No contratan a gente local, porque consideran que los mongoles no están lo suficientemente formados para desempeñar el trabajo. Eso ha provocado bastantes choques. También ha habido acusaciones de violación, y peleas entre personas borrachas. Son pequeñas chipas, que han prendiendo un sentimiento antichino que siempre ha existido. Como cuento en el libro, uno de los nómadas me dijo que las dos cosas que más odian son los gatos y los chinos.

El movimiento neonazi mongol, que utiliza esvásticas, lleva ese sentimiento al extremo, y lo disfraza con el activismo ecologista y la protección de la tierra y el medioambiente. En realidad, es un movimiento que tiene un discurso muy hitleriano, con su petición de mantener la pureza de la raza y evitar los matrimonios interétnicos o con personas de otras diferentes. Geográficamente, Rusia y China le hacen un sándwich, y los dos son gigantes demográficos, políticos y económicos. Le va a resultar difícil mantener su soberanía, porque el poderío económico se traslada al político, y China, poco a poco, va teniendo más mano dentro de la vida mongola.

Pone de relieve la paradoja entre Mongolia y la región autónoma de Mongolia Interior, bajo dominio de China. Mongolia ha mantenido su independencia, pero todavía es un país en vías de desarrollo donde el nomadismo sigue existiendo, y la sociedad es tradicional en muchos ámbitos. Mongolia Interior no tiene autonomía política, pero sí ha experimentado un alto nivel de desarrollo, y el nomadismo ya es un recuerdo del pasado.

Cuando se habla de China y de la mano dura que tiene con las minorías étnicas, se piensa en los tibetanos o en los uigures, pero raramente en los mongoles. Y ahí está Mongolia Interior, que tiene una importante población de etnia mongola y se ha desarrollado como cualquier otra región china. Mongolia Interior se diferencia muy poco del resto de China y representa, de alguna forma, el futuro hacia el que se dirige Mongolia, porque ya no hay casi nómadas, y lo que se mantiene de la cultura mongola es de cara al turismo. En China, llama la atención que las minorías étnicas parezcan formar parte de una especie de zoológico humano, donde sus miembros se visten y realizan tradiciones para atraer turistas y ganar dinero. Donde se mantienen las culturas y tradición mongola, es en la Mongolia independiente. Vivo en China, he ido a Mongolia Interior varias veces, y es una pena ver cómo la cultura mongola ha sido reemplazada por la China «han», la etnia mayoritaria. Hay quien dice que no es negativo que eso suceda, porque se ha conseguido un desarrollo económico mayor, y sugiere que Mongolia debería seguir también ese modelo.

«Cuando se habla de China y de la mano dura que tiene con las minorías, se piensa en tibetanos y uigures, pero se suele olvidar la Mongolia Interior»

Como cuenta en una de las ocasiones que cruza la frontera de Mongolia con China, pasar de un país al otro es atravesar una Gran Muralla Tecnológica. De repente, se hace imposible acceder a varias páginas de internet, incluidas muchas redes sociales. En Mongolia no hay desarrollo económico, pero hay libertades. En la Mongolia Interior ocurre justo al revés.

Parece una contradicción, pero es verdad que, mientras que en Mongolia apenas hay carreteras y todo está destartalado, con los edificios que parecen a punto de caerse en cualquier momento, sí que hay acceso a internet sin ningún tipo de problema. En el otro lado, en China, donde hay grandes autopistas, edificios, rascacielos y McDonald's, nos encontramos con la muralla cibernética, que nos impide acceder a un ciberespacio libre.

Señala que los occidentales tienden a ver con un halo romántico el nomadismo, a menudo ignorando la realidad. Durante sus encuentros con nómadas, cuenta que muchos se aburren, y tienen intención de abandonar ese modelo de vida en cuanto puedan. Le ocurre sobre todo a los jóvenes.

Los occidentales tendemos a idealizar los estilos de vida más o menos primitivos, porque consideramos que la conexión con la naturaleza es algo casi místico. Lo que pasa es que también tendríamos que intentar entender a la gente que habita en estos lugares. En el caso del nómada, es un páramo a nivel intelectual y personal. Las nuevas generaciones echan raíces en la ciudad, porque tienen que irse allí para estudiar primaria y secundaria. Ya conocen las comodidades de la vida sedentaria, de no tener que estar con la casa a cuestas a 40 grados bajo cero, tener un baño, una ducha, una esfera de amistades mucho más amplia, por ejemplo. De poder entrar en contacto con gente diferente y disfrutar de unos estímulos intelectuales que no tienen en el campo, donde se dedican a ver cómo pastan las cabras. Se puede idealizar la vida nómada, pero el que tenga un poco de ambición y vea el mundo, algo que hacen incluso los nómadas, que ya disfrutan de un panel solar, una televisión o un reproductor DVD, no quiere seguir así. Quiere otros estímulos, poder socializar y elegir su pareja. Las nuevas generaciones no quieren seguir con el estilo de vida nómada, y por eso acabará desapareciendo. No soy quién para decir si eso es bueno o malo, pero creo que, si sucede, será porque los propios mongoles lo eligen así. A mí, Mongolia me fascina por ese tipo de vida, tan diferente a la nuestra, pero también reconozco que después de dos semanas sin poder ducharme, ir a un baño o conectarme a internet, ni hacer prácticamente nada más que ver animales y enamorarme del paisaje, me canso un poco. Solo hay que imaginar eso para toda la vida.

De hecho, describe que el espacio para socializar son las tiendas, las yurtas, que se desmontan y trasladan, y donde vive toda la familia, sin habitaciones ni lugar para la intimidad.

Son tiendas circulares donde no hay ningún tipo de privacidad, porque todos viven juntos. Cuando nosotros llegábamos a ellas, dormíamos en el suelo, y terminábamos siendo miembros de la familia. Se puede idealizar esa vida, pensando que es muy bonito que cuatro generaciones de la misma familia vivan en el mismo lugar, pero también comprendo que las gente joven quiere tener su propio espacio. Incluso para las familias que tienen dos o tres yurtas, y que comparten dos de estas tiendas, las posibilidades de socializar y tener una mínima privacidad son muy escasas. Imagina que te enfadas con tus padres y no puedes hacer nada, porque si sales al exterior estás a 40 grados bajo cero.

A esa falta de privacidad, se suma la inseguridad económica. Las familias nómadas dependen del ganado, que puede morir por la inclemencia del tiempo o por el ataque de otros animales.

La dependencia de la naturaleza es total. A pesar de que se han establecido algunos seguros, pagan una miseria por cada animal que se pierde. En muchas ocasiones, hay todo tipo de estafas, porque se firman cosas sin leer la letra pequeña. Muchos nómadas desconfían de las empresas aseguradoras, y no contratan seguros. Como dicen ellos, a diferencia de lo que pasa en la ciudad, en el campo se puede ser rico un día, porque tienes mil cabezas de ganado, y pobre al siguiente, porque mueren todas por culpa de un invierno malo. La inseguridad económica de los nómadas se ha agudizado por culpa del cambio climático, porque ahora llueve menos y hay más sequía. Además, cuando los nómadas se hacen mayores, no saben dónde ir, porque sus hijos viven en la ciudad. Muchos deciden vender su ganado, pagarse un piso e instalarse allí antes de la que la situación empeore. Es una decisión sin vuelta atrás.

Una de las anécdotas más llamativas del libro llega cuando una chica le cuenta que en la ciudad hay tratamientos de cirugía estética para que los nómadas pierdan sus característicos mofletes sonrojados, porque muchos son insultados por venir del campo.

Al final, la discriminación es una característica del ser humano, y eso sucede con otras etnias y dentro de un propio país, con las personas que se considera que son menos. Los mofletes colorados son propios de las regiones con climas muy extremos, como el Tíbet. En Mongolia, son una forma de identificar a los nómadas o a la gente del ámbito rural. Es cierto que hay tratamientos para quitar ese color de las mejillas, y evitar que la gente se ría o les mire por encima del hombro.

Además de la discriminación, otro grave problema para los nómadas que se trasladan a la ciudad es el alcoholismo. Cuando narra su primera visita a Ulán Bator, en 2006, describe una pelea bastante fuerte, donde es agredida una mujer.

Creo que los medios de comunicación, sobre todo las televisiones, dulcifican la vida en la ciudad. Sobre todo en Asia, donde la crítica social es menor que en Europa. Muchos los nómadas llegan a la ciudad pensando que está llena de oportunidades, que cualquiera puede tener un buen piso y disfrutar de buenos restaurantes. Luego, descubren que la ciudad es una jungla de asfalto, pero una jungla al fin y al cabo. Hay mucha más competencia y problemas importantes de pobreza, y los recursos son más limitados. Uno no puede llegar y montarse una tienda donde quiere. Sumado a la inactividad y al desempleo, esas razones provocan un nivel de alcoholismo muy elevado, que deriva en violencia machista y contra los niños. El vodka es un elemento omnipresente. Desde ese encontronazo de 2006, creo que Ulán Bator ha mejorado considerablemente, pero es cierto que el alcoholismo todavía es un problema.

En la parte final del libro, realiza una descripción de la incipiente nueva Mongolia que está empezando a asomar la cabeza, donde hay un movimiento LGTBI, las mujeres se rebelan contra el patrón que tradicionalmente se le ha asignado y existen grupos de música heavy metal.

Mongolia es un país muy poco poblado, pero donde convive gente muy diferente, y existe una diversidad social enorme, no solo por etnias, sino también por clases. Creo que en el centro de Ulán Bator, en la ciudad propiamente dicha y no en los suburbios donde se acumulan las yurtas, está naciendo una clase media que se parece mucho a la nueva clase media global, similar a la de China o España. Es una clase media formada, más tolerante, y sobre todo con las mirada puesta más allá. Por ejemplo, la clase media mongola no solo viaja, sino que también emigra a otros países, buscando oportunidades laborales de alto nivel. Esa gente, que suele ser joven, también tiene muchos problemas, porque se enfrenta a un choque generacional que, por ejemplo, en España no existe. Yo puedo hablar con mis padres de casi todo, como si fuéramos amigos. En Mongolia, como también ocurre en China, la brecha es enorme entre la mentalidad de los abuelos, los padres y los hijos. Creo que es ahí donde las mujeres no encajan. En el caso de dos buenas amigas, prefieren ser madres solteras, salir adelante por sí mismas, y me parece que es una decisión muy valiente. En Mongolia, hacen de tractor social para que el país se mueva. Me parece que también se aprecia en el capítulo que dedico a la activista que ha logrado salvar al leopardo de las nieves, donde ella misma reivindica que su salvación es una victoria de la mujer mongola, que ha liderado la causa desde el punto de vista moral y político.

Hay que tener esperanza en la mujer no solo gane peso en la empresa, donde ya lo tiene, porque el 40% de las empresa mongolas están regentadas por mujeres, sino también en el ámbito político, haciendo de Mongolia un país más abierto, cosmopolita y tolerante.

Resulta llamativo lo que cuenta de su amiga Enkhmaa, madre soltera y mujer independiente, que dice que casi ha renunciado a encontrar un novio mongol, porque los hombres del país siguen atrapados en un machismo insoportable.

Sí. Es algo que comparten con los chinos, y que está muy relacionado con la sociedad patriarcal en la que viven, les guste o no. Como ocurre en China, las familias siempre han sido mucho más protectoras con los varones. De hecho, a los niños les llaman los «pequeños emperadores». En Mongolia, los nómadas dejan el ganado en herencia al hijo mayor. Fruto de esa discriminación, se crea la mentalidad machista, donde los hombres se esfuerzan menos, algo de lo que puedo dar fe. He trabajado con muchos intérpretes y traductores, y, sinceramente, siempre busco que sean mujeres, porque los hombres se esfuerzan muy poco y no tienen iniciativa. Las mujeres, tal vez porque para ellas sea más difícil conseguir un trabajo o subir en el escalafón, son más proactivas y saben lanzar propuestas. En este caso, mi amiga se ha dado cuenta de eso. Además, ella ha tenido contacto internacional con todo tipo de personas, y creo que por eso renuncia a tener una pareja local.

Ese contacto internacional parece clave para el avance de la sociedad mongola. Ocurre también con el movimiento LGTBI, cuando un transexual, Nyamdorj, le explica que supo que no le pasaba nada raro después de viajar a la India y a Japón, y que había más personas como él.

Mongolia es el país con menor densidad de población del mundo y es un territorio gigantesco donde viven cuatro gatos. Si esos cuatro gatos no salen, lo tienen difícil para saber lo que pasa en el exterior. Con muchos miembros de la comunidad LGTBI, he descubierto que el aislamiento les hacía pensar que lo que sufrían era una desviación única, que solo ellos sufrían y trataban de reprimir. Para muchos, salir de Mongolia ha sido como abrir los ojos.

Durante muchas entrevistas, los mongoles dan diferentes versiones sobre el futuro que le espera al nomadismo: algunos le dicen que tiene los días contados, mientras otros defienten que todavía le aguarda cierto futuro. ¿Usted qué piensa?

El título del libro, «Adiós a Mongolia», se refiere a decir adiós a la imagen que tenemos de ese país, una tierra de nómadas. Aunque hay diferentes puntos de vista, creo que las estadísticas son claras. Cada año, 21.000 personas abandonan el campo. Por eso, creo que el nomadismo desaparecerá en este siglo. Es posible que el país se dedique a la ganadería y la agricultura intensivas. De hecho, en el último viaje que hice, vi que había invernaderos a las afueras de Ulán Bator. Puede que queden algunos nómadas que resistan, pero, en la veintena de familias con las que hemos estado, pocos jóvenes han dicho que quieran continuar con la tradición.

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