JOSÉ M. DE AREILZA

Trump cava trincheras

La sensación en la Casa Blanca es que se avecinan tiempos duros y más si en noviembre los republicanos pierden la Cámara de Representantes

JOSÉ M. DE AREILZA

Han quedado muy atrás los días en los que Donald Trump se mostraba colaborador y dispuesto a responder todas las preguntas del fiscal especial Robert Mueller, sin nada que temer. Después de un año de investigación sobre la interferencia de Rusia en la campaña electoral y la posible obstrucción a la justicia cometida por el presidente, la actitud de Trump es muy diferente. Se siente en peligro y teme también por algunos miembros de su familia. Por eso ha puesto al frente de su equipo jurídico a dos pesos pesados, Rudy Giuliani y Emmet Flood. El antiguo alcalde de Nueva York ha admitido que el presidente mintió al negar que hubiera comprado el silencio de una de sus ex amantes. Giuliani ha reconocido que la delicada gestión del abogado personal de Trump, Michael Cohen, fue debidamente reembolsada por el entonces candidato republicano. Es un dato que ya tenía el FBI, tras registrar el despacho de Cohen hace unos días. Ahora Giuliani lo ha hecho público y hace valer que no fue un pago ilegal, porque no protegía la campaña en curso, un argumento débil donde los haya.

Al mismo tiempo que se producía este enésimo viraje de la serie televisiva en la que habita mentalmente Trump, el presidente ha fichado a Emmet Flood, un célebre abogado. Flood es un número uno en pleitos federales y un verdadero experto en reclamar el privilegio ejecutivo, es decir, el margen de actuación político que escapa al control de otros poderes. Se hizo famoso por su trabajo contra el impeachment a Bill Clinton y formó parte del equipo jurídico de George W. Bush que respondió a una catarata de investigaciones desde el legislativo. La sensación en la Casa Blanca es que se avecinan tiempos duros y más si en noviembre los republicanos pierden la Cámara de Representantes. Es el momento de cavar trincheras, negarlo todo y dificultar que la investigación llegue a conclusiones claras. Una carrera contra el tiempo en la que el imperio de la ley y las garantías judiciales, que con tanta frecuencia desprecia Trump, se convierten en su último refugio.

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