Trenes, aceite y McDonald's: las extrañas vías de la droga del «Chapo» hacia EE.UU.

Tirso Martínez Sánchez, alias «Mecánico», contró los entresijos de la cúpula de Guzmán para introducir la cocaína en el país

Dibujo de Tirso Martinez-Sanchez mientras testifica en el juicio del «Chapo» REUTERS / Vídeo: Tirso Martínez declara en el juicio del «Chapo»

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Tirso Martínez Sánchez fue un personaje secundario de la gran trama del narcotráfico que se desmenuza en Nueva York en el macrojuicio a Joaquín Guzmán Loera, el «Chapo». Pero aquí incluso los actores de reparto tienen historias de película: la de Martínez –su apodo más popular es el «Mecánico», pero también el «Futbolista» y otros muchos– es la de un chico pobre al que el negocio de la droga hinchó de billetes y lujos , que alternó con los grandes capos y que salió con vida de milagro.

Martínez compareció esta semana en el juzgado de Brooklyn donde el que fuera uno de sus jefes, el «Chapo», se juega una sentencia de cadena perpetua. Con camisa azul de presidiario, dedicó horas a responder el cuestionario seco e interminable de la fiscalía , que compone un mapa detallado del negocio del narcotráfico en México para hilvanar la acusación al «Chapo».

«Mi trabajó era traer las drogas a EE.UU.» , dijo el testigo al comienzo de su intervención, donde desgranó cómo, cuánto, en qué fechas y para quién movió miles de kilogramos de cocaína -y algo de marihuana- hasta el vecino del Norte.

Como muchos otros, el «Mecánico» empezó a ganar enteros en el negocio del narcotráfico organizando envíos en camiones que cruzaban la frontera, con la droga oculta en latas de chiles, en dobles fondos o en compartimentos secretos . Con el paso de los años, su especialidad fue el tren. Explotó hasta tres rutas ferroviarias en distintos periodos desde 1988 hasta comienzos de este siglo: una iba desde Guadalajara (México), hasta Mexicali (ciudad fronteriza con California) y de ahí a Los Ángeles; otra iba desde México DF a Chicago, entrando en EE.UU. por Nuevo Laredo. La tercera, conectaba la capital mexicana con Nueva York.

«Compadre, ¿ya le dijiste que fui yo el inventor de esa ruta?», le dijo el Chapo a un lugarteniente, Alfredo Vázquez, que intermediaba entre el jefe y el «Mecánico». Al hombre que hoy se sienta en el banquillo de los acusados le gustaba alardear de sus logros y se lo quiso dejar claro a quien entonces se ocupaba de explotar la ruta. Fue en una de las dos reuniones que mantuvieron el «Chapo» y el «Mecánico» .

El testigo explicó cómo era la técnica más usada con los trenes : se alquilaban vagones cisterna y se modifican los laterales de cada uno de ellos para crear un doble fondo en el que se alojaba la droga. Era una pared metálica que se soldaba y escondía cientos de paquetes de cocaína, envuelta en bolsas al vacío, untados con grasa industrial para escapar al hocico de los perros en la frontera y recubiertos con cinta aislante. Los narcos crearon empresas tapadera con los que simulaban la importación de productos . En especial, de aceite para cocinar. Martínez explicó como una de las tretas era dejar un par de dedos de aceite en el suelo de los vagones cisterna para que los policías no se animaran a examinar el contenido por miedo a resbalarse. La marca del aceite era «Las cuatro reinas», aunque también hicieron cargamentos de zapatos «Azteca Leather», donde las cajas llevaban doble fondo.

«Aunque no hubiera droga que enviar, seguíamos mandando los vagones con aceite» , explicó Martínez, como una forma de mantener la apariencia de que eran verdaderos importadores de aceite.

Cuando la mercancía llegaba al destino, el «Mecánico» tenía dos almacenes listos: uno donde se alojaban los vagones y otro para transportar la droga. Quienes encargaban los envíos –normalmente capos de los cárteles de Sinaloa y Ciudad Juárez, como el propio «Chapo», Ismael «Mayo» Zambada o Vicente Carrillo– tenían también los contactos de las personas a las que entregar cargamentos de cocaína. El escenario de esas entregas era habitualmente restaurantes de comida rápida. La gente del «Mecánico» llegaba con un coche cargado de coca al aparcamiento de un McDonald's . Entregaba la llave del coche al destinatario y se esfumaba del lugar.

El «Mecánico» calcula que movió entre 30 y 50 toneladas de cocaína por tren en esos años . Normalmente, se llevaba entre un 10% y un 15% de los envíos. Solo de la ruta de Nueva York, estima que sacó 10-15 millones de dólares. Toda una fortuna, que se fundió en propiedades, mansiones, caballos, coches y en dos de sus vicios: el fútbol -compró varios equipos mexicanos- y las peleas de gallos, donde perdió millones de dólares en apuestas.

El narcotráfico es un negocio en el que es difícil hacerse viejo y Martínez lo sabe bien. Pasó tres veces por el quirófano para hacerse cirugías estéticas , porque sospechaba que la policía estaba detrás de él. En la tercera operación, casi pierde la vida (el capo de Ciudad Juárez, Amado Carrillo, murió de esa manera) desangrado. Estuvo durante décadas adicto a la cocaína y al alcohol , y el «Mayo» Zambada le puso una vez su pistola en la cara, porque creía que le había engañado con un cambio de mercancía por otra de peor calidad.

Martínez acabó por perder la confianza del cartel por varios decomisos de las mercancías de sus trenes, con los que se esfumaron cientos de millones para el cartel. Fue mientras se cocía la guerra entre los capos de Sinaloa y Ciudad Juárez y el «Mecánico» trató de apartarse. Acabó detenido en México en 2014 y ahora coopera con las autoridades para librarse de la pena que le corresponde : cadena perpetua. Su acuerdo podría dejarlo en diez años de prisión y el pago de dos millones de dólares, además de ofrecer testimonio, como esta semana, contra los peces gordos.

El «Chapo» no pudo evitar mirar con desprecio durante toda la jornada a aquel mindundi del narcotráfico, que en su día imploraba trabajar para él, y esta semana no se atrevía a cruzar la mirada. Pero el «Mecánico» sí se animó a recordar el apodo que él y Vicente Carrillo utilizaban para el acusado: «Patas cortas», por su pequeña estatura. En otro tiempo, quizá le hubiera costado la vida.

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