Superviviente de la masacre de París: «Vi personas muertas que estaban bañadas en su propia sangre»

El joven francés de 28 años, Julien Vanthygem, escapó con vida del ataque a Bataclan

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«Logré escapar», responde al fin Julien Vanthygem al teléfono. Este francés de 28 años estaba en la sala Bataclan cuando irrumpieron los terroristas de Estado Islámico disparando con fusiles la noche del viernes. Julien había asistido al concierto del grupo «Eagles of Death Metal» con tres amigos cuando, en medio de una canción, escucharon disparos. Ahí comenzó todo. «En el medio de una canción sonó una ráfaga de tiros. Los asistentes nos tiramos al suelo directamente. Durante unos segundos, todo se paró. Esperamos diez minutos, arrastrándonos. Yo cerraba los ojos, intentaba no moverme. Estábamos en el foso, justo delante del escenario. Estaba aterrorizado», relata a ABC.

En esos segundos de pasmo, Julien no sabía qué estaba ocurriendo. «De vez en cuando escuchamos tiros pero no sabíamos qué pasaba».

Fue en este momento crítico cuando los asistentes advirtieron que los secuestradores estaban subiendo al segundo piso de la Bataclan, sala que cuenta con varios niveles.

Ante ello, varios intentaron escapar por la salida inferior, que estaba a pie de pista. «Una ola de gente pudo salir antes de que los secuestradores se dieran cuenta». La Bataclan es una sala con capacidad para 1.900 personas por lo que al escapar por una salida se originó una avalancha. «Había personas corriendo encima de cuerpos. Vi a otras muertas bañadas en su propia sangre. Horrendo. Conseguí salir de esta manera», describe Julien, que calcula que en esta primera tanda pudieron escapar entre 100 y 200 personas de la sala.

Julien asevera que no tenía ninguna herida, pero llevaba las señales de lo que había ocurrido. «Tenía mi ropa llena de sangre. Había heridos. Al salir de Bataclan todos corríamos y escuchábamos disparos porque los secuestradores estaban viendo que escapábamos y cerraban las puertas y tiroteaban a los que podían. Corrimos como locos, hasta alcanzar la salida». Y la calle, al fin.

«Después de correr cogí un taxi y me fui directamente a casa. Yo pensaba que el de Bataclan era el único atentado de París. Sin embargo, oí que había otros. Al llegar a casa, vi que no estaba mi novia así que la llamé hasta que supe que estaba bien. Al final mis otros tres amigos también lograron escapar», apunta.

Ahora llega el día después y sus consecuencias. Julien se ha ido a Lille, su ciudad natal, con su madre «para intentar olvidar». «Cuando intento dormir no puedo dejar de pensar en todo esto. No puedo olvidar a la gente que se quedó ahí». Julien aún no ha ido a ningún hospital ni ha recibido atención, aunque lo hará en breve. «No he visto las noticias. Intento olvidarlo. Tuvimos la suerte de estar cerca de la salida. Eso fue lo que nos salvó...», reflexiona para repetir: «No puedo olvidar a las personas que se quedaron ahí».

«Podía tocarle a cualquiera»

«Podía tocarle a cualquiera». Es lo que repite María, andaluza de 26 años que reside en París desde 2012. También vivió los atentados de Charlie Hebdo, pero asegura que el miedo que pasó la noche del viernes fue mucho mayor: «Podía tocarle a cualquiera». María se encontraba en la academia, a escasos 100 metros de Auguste Laurent, escenario de uno de los tiroteos. Al final de la clase, algunos de los alumnos que llegaban estaban «muy excitados». «Está habiendo atentados», repetían. Otros se quedaron atrapados en el metro y no pudieron llegar. «No entendíamos nada», explica a ABC. La Policía no tardó en llegar y pedirles que se quedaran dentro del local y cerraran las puertas; «aquí estáis más seguros», les decían. «Vi el miedo en sus caras, aunque todavía no sabía qué estaba pasando», indica. Desde dentro del local no oyó nada de lo que estaba ocurriendo a pocos metros de allí. Hacia las 12 de la noche, agentes vestidos de paisano les dijeron que se marcharan a casa, «en coche o taxi, nunca en grupo, a pie o vehículos de dos ruedas». Se repartieron entre los coches que tenían. Los taxis recogían a quienes se encontraban por la calle y los trasladaban a donde indicaran de forma altruista. Ella decidió alojarse en casa de una compañera, a las afueras de París.

«Los GPs no funcionaban, entramos en pánico. Solo queríamos salir de la ciudad pero cada vez había más calles cortadas y ni los policías sabían decirnos por dónde salir», insiste. Ahora se pregunta cómo pudieron conducir, cómo transcurrió ese camino que asegura que hicieron de forma automática, sin pensar y en estado de shock. «Al pasar por Auguste Laurent vimos un coche con los intermitentes puestos, cruzado en la calle. Atravesamos el Boulevard Voltaire», señala. «Esperaban otro atentado en Bastilla. Había al menos treinta furgones de la Armada francesa». Lo repite aún alterada, porque asegura que la experiencia de los atentados de Charlie Hebdo se repetía. «Teníamos la sensación de que no se había acabado. Ya ocurrió en enero. Entonces tampoco se había acabado», señala, recordando que dos días después del atentado en la sede del diario satírico fue la matanza del supermercado.

Aún respira esa calma tensa, e indica que el día después, cuando volvía a su casa en cercanías, las principales estaciones estaban vacías. «El ruido de los murmullos habituales del metro eran solo pasos de los pocos que lo cruzábamos», dice. «Cuando estemos a las afueras de París, todo estará bien», asegura que se repetían una a otra en el coche. Al llegar a casa pusieron la televisión. «Vimos los tiroteos, los muertos… Habíamos cruzado con el coche por varios de los puntos. El tiroteo de Voltaire había ocurrido a pocos metros de la academia, e incluso supimos que los terroristas habían intentado huir por la misma calle», dice. «Lo de Charlie era dirigido a un periódico, no es el mismo miedo que vivimos anoche. Podía ser cualquiera, te tocaba y te tocaba».

«Salían envueltos en mantas térmicas, en estado de shock»

«El pánico cundió en el vagón de metro, cuando se conoció la noticia», relata Luna Gámez. Esta jienense de 27 años vive a escasos cinco minutos andando de la mítica sala de conciertos Bataclan, donde los terroristas atentaron. Antes del ataque cogió el metro en la parada de Richard-Lenoir, a 300 metros de la sala, para dirigirse a un concierto de unos amigos. «Cuando cogimos el metro no había pasado nada. Ocurrió estando en el vagón».

Al llegar al concierto, Luna explica que «la gente abandonaba la sala corriendo y dejaba sus copas llenas». Cuando volvió a su barrio, se quedó en las inmediaciones de Bataclan. «La gente que iba saliendo de la sala iban consternados y no hablaban: estaban en estado de shock. Veíamos caminando a los que abandonaban el perímetro envueltos en mantas térmicas. Los heridos estaban atendidos por los servicios de urgencias». Al día siguiente, la sala era un manto de «flores y velas» que dejaban los parisinos.

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