Al Sisi insiste en la mano dura pese a que la economía egipcia sigue en crisis

Cada vez más voces denuncian la política represiva del Gobierno, mientras el turismo des desploma por la amenaza terrorista y crece el descontento

El Cairo Actualizado: Guardar
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A finales de mayo de 2014, 25 millones de egipcios –el 47,5% de los votantes- acudieron a las urnas a elegir en masa al exgeneral Abdelfatah Al Sisi, en el poder desde que el Ejército derrocara al islamista Mohamed Morsi en 2013. Con más del 90% de los votos a su favor, Al Sisi tomó posesión de su cargo el 8 de junio como garante de la estabilización social, política y económica del país. Si bien durante el primer año de su mandato concentró su proverbial mano dura en islamistas partidarios de la Hermandad Musulmana y activistas civiles, Al Sisi cierra su segundo año entre denuncias de que esa represión llega ya a todos grupos sociales «seas activista o no», y supera con creces a la de tiempos de Mubarak, mientras que el prometido renacimiento económico se aleja en medio de la crisis de la libra y la espantada del turismo.

«Todas las familias tenemos a alguien o algún conocido en la cárcel», se lamenta Menna, joven del extrarradio cairota. En la misma línea se expresa a ABC Aida Seif, una de las fundadoras del Centro Nadeem para la rehabilitación de las víctimas de tortura: «Entre las personas que tratamos, hay activistas, pero sobre todo gente normal, que no se mete en política. Eso es duro, porque son incapaces de entender por qué, si incluso por ejemplo apoyaban al presidente, han sido detenidos y torturados». Según esta asociación, tan sólo en mayo 2016 se han registrado 103 casos de tortura y maltrato en centros de detención. Mientras la Policía egipcia cuenta con un historial que se remonta ya a la época de Mubarak, un nuevo fenómeno ha aparecido durante el mandato de Al Sisi: las desapariciones forzosas. El caso más conocido es el del italiano Giulio Regeni, estudiante de doctorado de la Universidad de Cambridge, cuya desaparición, tortura y asesinato a principios de año tensó las relaciones entre Roma y El Cairo. Aunque no es el único. Organizaciones proderechos humanos cifran en más de 1.800 las desapariciones forzosas en el último año, mientras que el gubernamental Consejo Nacional de Derechos Humanos admite al menos un centenar de casos. Algunos reaparecen muertos, como Regeni, pero otros tantos meses más tarde sentados en el banquillo de los acusados.

Insistiendo en la teoría de las «fuerzas oscuras que trabajan en contra del país», como ha repetido el propio Al Sisi en varias ocasiones, autoridades egipcias han retenido los pasaportes de al menos 32 activistas sociales y políticos. Han continuado con su campaña de congelar fondos y muchos de ellos son detenidos para ser interrogados por sus actividades. Mina Thabet, de la Comisión Egipcia por los Derechos y Libertades (ECRF), permanece detenido desde mediados del pasado mes, el activista Mohamed Lofty, director de esa institución, sufre el acoso de las autoridades y la Policía se ha plantado al menos en dos ocasiones en el Centro Nadeem para obligar a su cierre. «La sociedad civil egipcia está siendo tratada como un enemigo del Estado, más que un colaborador con el que realizar reformas y progresos», asegura el subdirector del área de Oriente Medio y Noráfrica de Amnistía Internacional, Said Boumedouha.

«Escuchadme solo a mí»

Como el presidente estadounidense Ronald Reagan, que habló de los «ejes del mal», Al Sisi habla de los «poderes del mal» que pretenden conseguir el colapso del Estado egipcio. Primero fueron los Hermanos Musulmanes, pero ahora pueden ser tanto Catar, como los liberales y la sociedad civil, apunta Mustafá Kamel, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad del Cairo. Esta estrategia favorece la «unidad nacional» de los egipcios en torno a una única voz, la del propio Abdelfatah Al Sisi. «Escuchadme sólo a mí», demandó en un discurso a principios de año.

Sin embargo, frente al enorme fervor popular que recogió en 2014, la imagen del líder empieza a perder brillo, admiten analistas consultados por este periódico. La activista Mona Seif señala al respecto la gente no se preocupa tanto por la violación de los derechos humanos, sino por la falta de resultados en la economía, el sistema de salud o una reforma educativa. Incluso fervientes partidarios del exmariscal en los medios de comunicación han comenzado a admitir manchas en el antes «cuasi mesías», especialmente tras la cesión a Arabia Saudí de dos islas, Tirán y Sanafir, bajo administración egipcia en las últimas décadas. Pese a los enormes proyectos que su administración ha abordado, desde la ampliación del Canal de Suez hasta acuerdos millonarios para construir una planta nuclear con ayuda rusa, lo egipcios están viendo cómo se encarecen los productos. El Banco Central Egipcio ha logrado controlar la devaluación de la libra en un 14%, pero en la calle el valor de la moneda local con respecto al dólar es de prácticamente la mitad. Pese a todo, Al Sisi «sigue siendo la única opción que perciben los egipcios», añade Kamel.

«La gente está cansada de la política y –en parte por la represión- no hay otra alternativa creíble», señala. En las elecciones al Parlamento egipcio, tan sólo acudió el 26% del censo electoral, en medio de un hartazgo generalizado y la sensación de que «a través de la política no hay cambio». Sin otras alternativas, muchos egipcios mantienen su esperanza en que finalmente Al Sisi sea capaz de salvarlos de un destino similar a Siria o Libia, comenta Mahmoud Ali, comerciante en Jan Al Jalili.

Al Sisi se ha erigido como baluarte de la estabilidad del país. Aun así, la insurgencia en el Sinaí, donde actúa ahora la filial de Daesh Wilayat Sina atenta prácticamente cada semana contra objetivos policiales y militares. Este grupo terrorista demostró además su capacidad de perpetrar atentados con el derribo en el aire mediante una bomba a bordo –según relató Daesh- de un avión ruso cargado de turistas que volvían a San Petersburgo desde Sharm El Sheij en octubre. La caída sobre el Mediterráneo del MS804 de EgyptAir el pasado mayo, sea un fallo mecánico o un nuevo atentado terrorista augura malos tiempos para el turismo egipcio, ya de capa caída. «El turismo volverá con la estabilidad», afirma a ABC el profesor de economía de la Universidad Americana del Cairo Adel Beshai. Y sin embargo, el analista Amr Ali, del centro Carnegie para Oriente Medio, advierte que esa estabilidad «no es real, puesto que se ha reprimido a gran parte de la población. Todo eso acabará saltando».

Tras dos años en el poder como presidente electo, Abdelfatah Al Sisi se da dos años más a sí mismo y a su gestión: «Los retos de Egipto son muchos hoy día. Creo que en dos años de un trabajo serio y continuado podremos alcanzar el tipo de mejora que están buscando los egipcios».

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