Sergio Ramírez: «Espero que no se repita la historia de Nicaragua y las armas no se impongan a la sociedad civil»

El escritor y ex vicepresidente de Nicaragua cree que Ortega está criminalizando a los obispos para buscar un mediador más complaciente

EL escritor Sergio Ramírez, durante su reciente visita a España el pasado mes de abril para recibir el Premio Cervantes ISABEL PERMUY
Susana Gaviña

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Tanto la cuenta de Twitter como de Facebook del escritor S ergio Ramírez muestran la misma imagen: una ilustración de dos niños que, colgados de sendos globos, ascienden al cielo. La ilustración, de Otero, es un homenaje a los dos menores que perecieron el pasado 16 de junio en su casa de Managua durante un incendio presuntamente provocado por las fuerzas progubernamentales afines al presidente Daniel Ortega. En aquel incendio, producido en el marco de las protestas contra el gobierno, murieron seis miembros de la misma familia.

Tres semanas antes, cuando recogió el premio Cervantes en Alcalá de Henares, Ramírez dedicó sus primeras palabras para recordar a las víctimas de las protestas que habían comenzado apenas cinco días antes en su país, Nicaragua. Se han cumplido ya tres meses de los enfrentamientos entre la oposición y las fuerzas gubernamentales y el número de muertos se acerca a los 400, mientras que los heridos asciende a casi 2.000. Desde que comenzó el conflicto el escritor nicaragüense se ha convertido en «portavoz» y «cronista» , en medios de comunciación y redes sociales, de esta tragedia.

¿Ese 23 de abril pensó que la situación derivaría en lo que es hoy: una represión armada contra la sociedad civil?

Ortega está ensordecido por el éxito de la represión desmedida de sus fuerzas paramilitares

No, me pareció una explosión de euforia contenida que iba a encontrar algún cauce de diálogo, sobre todo porque la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CNE) ya estaba actuando como mediadora y la sociedad civil se estaba movilizando. Uno tiende, ingenuamente, a pensar en el grado de civilización, y me he encontrado que aquí no hay ninguno. Este asunto ha ido hacia el salvajismo más espantoso que uno tiene en la memoria. El número de muertos, heridos, perseguidos... se ha multiplicado. Los que protestan están siendo tratados como delicuentes... Ha habido una gran degradación de la situación. Ayer mismo [durante la celebración del 39 aniversario del triunfo de la Revolución Sandinista] lo que hizo Ortega fue criminalizar a los obispos de la CEN, calificándolos de «golpistas» , cuando ellos han sido los mediadores. Los está demonizando y echándoles la culpa, como si fueran los caudillos de una revuelta que quiere derrocarlo. El deterioro ha sido tan grande que si antes pensabamos que Ortega podía ser lo suficientemente razonable, y que aceptaría que su tiempo había terminado y que había que abrirse a una salida negociada, dando la oportunidad de formar un nuevo gobierno, esas esperanzas ya las he perdido. Ahora veo a alguien ensordecido por el éxito de la represión desmedida de sus fuerzas paramilitares. No veo salida por medio de un diálogo, sobre todo después de criminalizar a los obispos. Eso es cerrar las puertas al diálogo. Aunque el cardenal Brenes ha afirmado que continuará con la negociación porque lo considera su deber evangélico. Pero va a ser muy difícil.

Usted cree incluso que detrás de esta criminalización de los obispos existe una estrategia planeada...

Creo que la intención de Ortega es apartar a los obispos del diálogo y buscar a un mediador más complaciente, que sería el SICA (Sistema de la Integración Centroamericana), que emitieron una resolución tibia hace dos semanas, en la reunión de presidentes en la República Dominicana, llamando al diálogo y pidiendo el cese de la violencia de ambas partes, como si hubiera dos partes armadas, y no las hay. Si fuera así, la situación ha cambiado porque en la votación de la OEA de esta semana, ellos votaron contra Ortega: Guatemala, Honduras, la República Dominicana, Costa Rica, Panamá... excepto el Salvador, que se abstuvo. La posición internacional de Ortega es muy débil como para exigir que la CEN deje de mediar. Los obispos aquí son muy respetados por todos por el papel ejemplar que están desempeñando.

El detonante de las protestas fue la reforma del Instituto de la Seguridad Social, pero realmente ya había un mar de fondo de malestar social contra el gobierno de Ortega...

Hoy ya nadie se acuerda de la reforma de la Seguridad Social, eso ha pasado a ser secundario, pero abrió la compuerta de unas aguas que se desbordaron. Había una cólera contenida por los desmanes del gobierno, los abusos, la corrupción, el autoritarismo, la ausencia de instituciones civiles... La gente se levantó por la democracia.

Usted luchó junto con Ortega contra la dictadura de Somoza, y formó parte de su primer gobierno como vicepresidente, del que luego se desmarcó. ¿Qué ha pasado para que en estas cuatro décadas Ortega haya pasado de libertador a dictador?

Todo lo que la revolución significó, en 2006 ha desaparecido completamente, solo queda la postura retórica de ese discurso antiimperialista, antioligárquico

La revolución no tuvo un líder único, y los verdaderos líderes, a los que la gente respetaba, como Carlos Fonseca, murieron. Tras ellos no había un liderazgo definido. El fenómeno de Ortega se fue formando poco a poco, gracias a maniobras, alianzas, por lo que resultó el dirigente electo para representar al gobierno de la revolución, quizá porque era el menos hábil y el menos carismático. Se buscaba a un líder que no hiciera ola frente a todas las luchas de poder que había. La transformación de Ortega como caudillo único se produce una vez que la revolución pierde el poder en 1990 frente a Violeta Barrios de Chamorro . El Frente Sandinista de entonces desaparece y se producen enfrentamientos internos entre los que queríamos la democracia y los que preferían la línea autoritaria, de la que Ortega se declara líder. Ahí comienza esta deriva que se consolida a través de pactos políticos. Y en 2006 ya empieza a concentrar en sus manos todo el poder, pero no en nombre de una idea o de un proyecto revolucionario, de un poder familiar y personal. Todo lo que la revolución significó, en 2006 ha desaparecido completamente, solo queda la postura retórica de ese discurso antiimperialista, antioligárquico... que es solo un cascaron, por debajo está un gobierno que lo único que busca es la concentración de poder y alianzas contranatura, con grandes empresarios. Algo que se rompe, y por lo que en parte está aislado.

También le aisló internacionalmente la victoria en las elecciones de 2016, consideras ilegítimas, en las que no participó la oposición y la abstención fue del 70%.

Sí, porque Ortega gana las elecciones como las gana Kim Jong-il en Corea del Norte, con más del 70% del voto, pero a través de unos procesos electorales en los que la gente no va a votar porque sabe que el aparato electoral está controlado por el poder, nadie confía en él. Hubo una enorme abstención.

Existen muchos paralelismos entre los gobiernos de Nicaragua y de Venezuela, que también sufrió cuatro meses de protestas el verano pasado, y sus últimos comicios no han sido reconocidos por la comunidad internacional...

El desempleo que se ha producido con esta crisis alcanza los 300.000 puestos de trabajo, se han fugado más de 500 millones de dólares del país

Hay similitudes, pero también diferencias. El aparato de poder de Venezuela es muy distinto, y descansa sobre todo en un enorme Ejército parasitario, que dispone de enormes recursos. Por otro lado, descansa en una enorme producción petrolera que aunque está disminuida, siempre funciona. Aquí no existe ni el ejército clientelista que tiene Maduro, ni la producción petrolera. El Ejército nicaragüense se ha mantenido, hasta ahora, al margen de esta situación. La fuerza bruta la ha puesto Ortega en manos de la Policía y de los paramilitares. Por otro lado, Nicaragua tiene una economía muy pequeña, diez veces más pequeña que la de Costa Rica. El desempleo que se ha producido con esta crisis alcanza los 300.000 puestos de trabajo, se han fugado más de 500 millones de dólares del país, cuando las reservas netas no alcanzan más que los 2.000 millones de dólares. Estas no son las proporciones de la economía de Venezuela, por mucho que se encuentre en ruinas. De manera, que en ese sentido Ortega es mucho más frágil que Maduro.

Se ha hablado de la existencia de reuniones de emisarios de EE.UU. con Ortega en las que se habría pactado un adelanto electoral a 2019, pacto del que al final se habría echado atrás el presidente nicaragüense...

Hay una cosa muy llamativa del discurso de Ortega durante la celebración del 39 aniversario del triunfo de la Revolución Sandinista, en el que se dedicó a atacar a los obispos y no dijo nada de EE.UU., de la derrota que sufrió en la OEA, que lo aísla, ni del secretario general Almagro, que una de las reuniones dijo que él había pactado con Ortega el adelanto de las elecciones, y que este se había echado para atrás. Si Ortega ha discutido con la OEA, habría tenido que discutir también con EE.UU. este adelanto. De esto no ha hablado nada. A una militancia enardecida, fanática, que es la que le sigue, no le va a decir que le obligaron a afirmar que le forzaron a pactar unas elecciones anticipadas. En el momento que diga que hay que buscar una salida, adelantar las elecciones, todo ese tinglado se desarma. Ortega ha convencido a los más fanáticos no solo de que se queda hasta 2021, sino que se queda para siempre. Uno de los lemas que se coreaba ayer es «Daniel se queda, Daniel se queda...», que es defensivo; muy parecido al de Somoza en 1979: «No te vas, te quedás; no te vas, te quedás».

¿Hay todavía posibilidad de alcanzar una solución pacífica después de tantos muertos?

Tiene que haberla. Qué otra salida podría tener el país: ir con Ortega hasta 2021 y que se vuelvan a producir unas elecciones fraudulentas, eso es imposible. La gente tiene un límite de resistencia que ya llegó a su fin. Si Ortega se quedó sin el apoyo de la sociedad civil, de los empresarios, de los obispos... está en una situación de aislamiento. Él finge, falsifica las imágenes en televisión, de tener más respaldo del que realmente tiene, pero la verdad es que tanto políticamente como socialmente está aislado. La gente no va a dejar de resistir, buscará otras formas de presión; y estoy hablando de una resistencia cívica. Lo que menos quisiera es hablar de una guerra civil, porque no le conviene a Nicaragua. Hay que recordar que la guerra para quitar a Somoza costó 20.000 vidas, y la siguiente guerra civil del sandisnismo y contrarrevolucinarios costó otros 20.000 muertos. Era un país de 4 millones de habitantes entonces, hoy somos seis. Somos un país pequeñito. Ojalá que la cuota que hemos tenido que pagar de sangre sea esta, y se logre una solución negociada a pesar de la sinrazón de Ortega. Rechazo que una guerra civil sea la solución. Siento que por primera vez tenemos la oportunidad como país de encontrar una salida cívica a una situación de conflicto frente a un gobierno dictatorial, que nos dé instituciones nuevas, firmes, transparentes; y no un nuevo caudillo militar triunfante de una guerra civil que vuelva a repetir la historia que hemos vivido siempre: aquí las armas siempre se han impuesto sobre la sociedad civil.

¿La comunidad internacional está haciendo lo suficiente para ayudar a Nicaragua?

Cada vez está haciendo más. Hace un mes había más indiferencia. Lo ha demostrado la votación de la OEA , que apoyó, con 21 votos a favor, la exigencia de un adelanto electoral, mientras solo tres votaron en contra. Esta es una derrota muy fuerte. Si Ortega no cumple la resolución, de impulsar un verdadero proyecto de paz y que retire a los paramilitares, se le aplicaría la Carta Interamericana, que requiere de 24 votos. Ahora, creo que la Unión Europea, aparte de declaraciones de España o Alemania, siento que tiene que hacer mucho más porque tiene mucho prestigio en América Latina. Una declaración unánime señalando lo que está sucediendo en Nicaragua sería de gran importancia.

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