Vista de pintadas nazis hechas en el cementerio inglés de Loos en Gohelle, al norte de Francia, construido por la I Guerra Mundial. Imagen de archivo correspondiente a 2010
Vista de pintadas nazis hechas en el cementerio inglés de Loos en Gohelle, al norte de Francia, construido por la I Guerra Mundial. Imagen de archivo correspondiente a 2010 - EFE

Un pueblo ecologista para contener a la ultraderecha en la cuenca minera de Francia

Reelegido alcalde hasta con el 82% de los votos, Jean-François Caron ha convertido su localidad, Loos-en-Gohelle, situada en el corazón del voto al Frente Nacional, en un modelo de transición ecologista tras el hundimiento de la minería

Frente a Donald Trump, Emmanuel Macron ha hecho de la ecología uno de sus grandes lemas con el «Make our planet great again» para atraer científicos y académicos a Francia

Enviado especial a Loos-en-Gohelle (Francia) Actualizado: Guardar
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Es sábado por la tarde y llueve a cántaros en Loos-en-Gohelle, un particular pueblecito de la cuenca minera del norte de Francia. De pronto, en una plaza donde no se ve ni un alma, aparece el alcalde al trote para sortear las gotas y abrir las puertas de su ayuntamiento. Triatleta en sus ratos libres, Jean-François Caron, de 60 años, sube con agilidad las escaleras que conducen a su despacho. A diferencia de otros políticos en pueblos vecinos, Caron renunció a esperanzas cortoplacistas de devolver los trabajos de la mina por medio de masivo empleo público a cambio de un objetivo más lejano: su pequeño pueblo lucha por zafarse del colapso minero convirtiéndose en ejemplo de los Acuerdos de París

contra el Cambio Climático, que hace dos meses rechazó Donald Trump. De antepasados mineros y padre también alcalde, Caron no solo ha cambiado la imagen de Loos, sino también su identidad frente a la vecina Hénin-Beaumont, epicentro del Frente Nacional de Marine Le Pen y a tan solo 10 minutos en coche, que vive aún de la nostalgia por los años dorados de la mina y los puestos de trabajo de las grandes factorías extranjeras.

«Vale, aquí el Frente Nacional solo ganó en la primera vuelta de las presidenciales con el 39% de los votos, pero la ciudad de al lado hizo 52», responde Caron con un marcado acento norteño a la pregunta de por qué el mismo pueblo que le vota a él desde hace 16 años prefiere al Frente Nacional en las generales. Del perchero apostado a su espalda cuelga una banda con los colores franceses junto a una bufanda verde. «¿El símbolo de una Francia ecologista? No me había dado cuenta, qué casualidad», ríe al levantarse y ordenar los papeles que hablan de su particular revolución. Al día siguiente de hacerse la entrevista, Emmanuel Macron ganó a Marine Le Pen, nueva lideresa de la ultraderecha patria y con quien Caron se ha topado varias veces en su carrera política. Le Pen, diputada por el Paso de Calais en la Asamblea Nacional, «hace todo por destruirte en el debate, con muy malas formas». De cara a sus votantes lo hace muy bien. «Con un modelo contrario al que yo propongo, ella les dice: ‘voy a estar muy atenta a vuestros problemas y os protegeré de los inmigrantes que os quitan los trabajos’. El pueblo obrero de mina tiene poca costumbre de crear empresas, ha vivido durante décadas de un sistema clientelar promovido por los comunistas y socialistas, acostumbrados a un poder fuerte y autoritario y a tejer un sistema clientelista con los vecinos», apunta.

En los últimos coletazos de la crisis económica, Caron, que ha sido reelegido hasta con el 82% de los votos, cree que el mundo se encamina hacia su tercera revolución industrial con el abandono de las energías fósiles frente a la economía de las renovables gracias a la transformación tecnológica. «El alcalde de Loos-en-Gohelle lo gestiona muy bien. Aunque en las elecciones municipales Caron gana fácilmente, en las nacionales los verdes no ganan nada, esto demuestra que los retos locales son muy diferentes que los nacionales. Tiene una visión de futuro que es buena, pero está muy solo», asegura Gilles Huchette, coordinador de Euralens, una asociación creada en 2009 para fomentar el trabajo por medio de la cultura. Su objetivo: emular el ejemplo vasco con el museo Guggenheim en Bilbao, pero en la cuenca minera francesa y con Louvre Lens.

En España, hace cinco años 200 mineros de Asturias, León y Aragón entraron entre vítores en Madrid tras 20 días de « marcha negra» hacia la capital para demandar la supervivencia de la minería de carbón al Ministerio de Industria, que «había decidido» recortar el 63% de los fondos a un sector abocado a su extinción. La Unión Europea fijó el 31 de diciembre de 2018 como fin de la continuidad de las ayudas públicas a las minas de carbón.

«Esta es la región más afectada de Francia: no hay trabajo, no hay nada. Y los inmigrantes con sus peleas y todo lo que han traído han dañado mucho a los comercios», asegura a ABC Laurine, una joven de 24 años oriunda de Nord Pas de Calais que votó por el Frente Nacional. Para ella, Francia debería tener el derecho de a cerrar su frontera y rechazar a los que han entrado ilegalmente, más aún si la UE no respeta los acuerdos de reparto. «Loos es una buena idea en el futuro, pero no a corto plazo, con la desesperanza y el paro que hay, la gente necesita ya empleos de forma urgente. Es difícil que la gente, tal como está, pueda seguir esperando más». La decisión del Gobierno socialista de Mitterrand hace treinta años de cortar la vía minera por no ser rentable frente al carbón importado significó el fin de 220.000 empleos en la región.

Desigualdad Francia
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El orgullo de ser minero pesa tanto como la desilusión, hasta rozar la vergüenza de haber sido las víctimas de una industria en clara decadencia desde los años sesenta. «Pese a los avances técnicos, hombres y niños son explotados», narra el periodista francés Philippe Chibani-Jacquot en el libro «El pueblo piloto del desarrollo sostenible». La región logró sus avances sociales a fuerza de violentas huelgas tras escándalos como el de 1906, cuando una explosión de grisú -gas metano en más de un 90% y se forma a la vez que el carbón- causó la muerte de 1.100 mineros en Courrieres, a unos 15 kilómetros. En España, murieron seis mineros a finales de 2013 por este mismo gas en el Pozo Emilio del Valle en La Pola de Gordón (León).

Pas de Calais alberga la única cuenca minera en el mundo patrimonio de la Humanidad, la misma que inspiró a Émile Zola para escribir « Germinal». El flamante ministro de la Transición Ecológica, Nicolas Hulot, quiere acabar con la vida de la mina, el infame oficio al que se dedica la familia Maheu, protagonista del libro, por el que desde el abuelo hasta la nieta de 15 años se matan inundando sus pulmones de hollín por unos míseros francos pagados por la Compañía y la burguesía vividora de las rentas en la Francia post revolucionaria.

Caron presume de carácter atípico en política, incluso ante sus colegas de partido. «No entro en los estándares clásicos. Mis raíces familiares han tenido un gran papel en la zona, con un pedigrí muy social. Mi bisabuelo fue delegado minero y un revolucionario más o menos de la época de «Germinal», promotor de varias huelgas contra las pésimas condiciones de la mina. Además llamó a sus hijos con los nombres de la revolución francesa: Juvenal, Danton, Rosa, Eglantine, Louis Michel, Ferrer y Voltaire», describe.

Los mineros de la novela de Zola se granjearon fama de borrachos entre los burgueses. «En vez de ahorrar unos ‘sous’ (antigua moneda francesa que de 5 céntimos) como nuestros campesinos, los mineros beben, contraen deudas y terminan por no tener nada con qué alimentar a su familia», le espetaron en casa de los burgueses cuando la señora de la familia protagonista mendigaba por unas monedas para dar de comer a su numerosa y pobre familia, en la que hasta los niños trabajaban picando piedra. Con dignidad ella negó la mayor: «Mi marido no bebe».

A los hombres les repugnaba un trabajo que no les permitía siquiera saldar sus deudas, escribe Zola, en un tiempo en el que los salarios de los mineros se reducían a lo estrictamente necesario para que permitiera al obrero subsistir y reproducirse. «Además, había que entender las cosas: un minero necesitaba una jarra para limpiar el polvo de los pulmones». De ese clasismo de Germinal adolece el nuevo presidente francés Emmanuel Macron, según sus detractores. En un viaje a Noeux les mines (Pas de Calais) del pasado enero, el hoy presidente «jupiteriano» -como él mismo se define- denunció la falta de «salubridad y los problemas sociales» en la cuenca minera y un exceso de «tabaco y alcohol» en las últimas décadas tras el colapso del sector.

Con las escombreras más altas de Europa, a simple vista, poco se diferencia la piel de Loos con la de sus pueblos vecinos. Pero, por ejemplo, el ayuntamiento es de los primeros edificios oficiales de alta calidad medioambiental -autónomo energéticamente- y varios paneles solares recubren el techo de la iglesia de Saint Vaast. Desde el consistorio aprovecharon que las tormentas volaron todo el techo de pizarra de la iglesia para renovar las instalaciones e instalar 200 metros cuadrados de paneles, que permiten a la ciudad ganar 5.000 euros al año, según un reportaje de «Le Monde» sobre la «revolución» ecológica de Loos. En veinte años se han construido más de 150 nuevas viviendas ecológicas aspirando a cumplir las normas ambientales del proyecto Horizon 2050, auspiciado por la Unión Europea.

«Fascismo del siglo XXI»

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Desde Jacques Chirac, ningún otro presidente de la V República había perdido tanta valoración como Emmanuel Macron en los primeros cien días en el Elíseo. Proyectó en campaña un gran cambio para su país, una catarsis en pro de la vanguardia tecnológica; atraer con la economía colaborativa a los jóvenes desheredados de los suburbios de mayoría musulmana o a los hijos de mineros que votan por la nueva ultraderecha del Frente Nacional. Tras la retirada de Trump del Acuerdo de París, Macron dio un golpe de efecto con su campaña « Make our planet great again» (Hacer nuestro planeta grande de nuevo), para atraer científicos y académicos a Francia.

«Yo voto a Macron porque cuando está en juego la democracia, ni me lo pienso. Pero luego tiene que cumplir, tengo profundos desacuerdos con él», dice Caron, que rechaza lo que llama «modelo Mélenchon» o cualquier otro de extrema izquierda: «Decretar la verdad no funciona, necesitas implicar a la gente». La importancia del modelo Loos llegó a la Cumbre del Clima en París a finales de 2015, en la que líderes mundiales como Obama planeaban visitar este pequeño pueblo del norte. Los atentados del Bataclan cancelaron la cita.

En las elecciones de 2007, los verdes hicieron su peor marca, cinco años después apenas ganaron 200.000 votos más pero sin llegar al millón, en 2002 cosecharon casi millón y medio, y en estas últimas se integraron en la candidatura del socialista Benoît Hamon, que consiguió el peor resultado de la historia de su partido. «He rechazado siempre el círculo parisino a diferencia de otros miembros de los verdes como Marine Tondalier… Para ganar en un partido político hay que pasar más tiempo en ‘compadreos’ antes de una Asamblea que luchando por cosas concretas. Así, el ecologismo se ha alejado del terreno y nunca ha tenido unos resultados tan malos. Yo he ganado por ser independiente y no sectario». Caron confía en la personalidad del ministro ecologista para en las discusiones de gobierno y acelerar la aplicación de la ley de transición energética. «Proponemos de aquí a 2022 el cese de toda la producción de electricidad a partir del carbón», anunció el ministro de la Transición Ecológica, Nicolas Hulot, a principios de este mes. Curtido en el show televisivo, Hulot procede del frío y lejano norte, de Lille, capital «roja» de una región que dominó en las últimas elecciones presidenciales el Frente Nacional. Caron alerta al nuevo presidente: «Tenemos que evitar que la cuenca minera sea la vanguardia del fascismo del siglo XXI».

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