Francisco de Andrés

Pelucas empolvadas

El derecho de veto en el Consejo de Seguridad es anacrónico y garante de la inoperancia

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Solo el Consejo de Seguridad de la ONU, máximo responsable de velar por la paz y seguridad en el mundo, tiene legitimidad internacional para decidir una intervención armada en Venezuela. Para la izquierda, tan maternal siempre con el régimen bolivariano, hacerlo –aunque sea con el piadoso argumento de proteger la ayuda que necesitan de modo angustioso 300.000 venezolanos– sería una «injerencia humanitaria». Pero el obstáculo principal no es la reacción en el gallinero de los medios progresistas occidentales, sino el más físico y propio de una institución de peluca empolvada: el poder de veto en el Consejo de Seguridad de cinco países, que son los que tienen escaño permanente, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China. Los gobiernos de Moscú y Pekín han dicho repetidas veces que aplicarán su derecho de veto a cualquier resolución que amenace a Venezuela con una operación armada.

Pocos analistas, por no decir ninguno, creen que el poder de veto en el Consejo es aún válido o representativo de algo. Pero ahí está, impertérrito, como si aún hiciera falta recordar quién ganó la Segunda Guerra Mundial. No solo ata cualquier decisión que pueda tomarse en la escena mundial –a menos que coincidan los intereses geoestratégicos de los Cinco–, sino que además ya no refleja la situación real de las grandes potencias.

Es evidente que la India debe tener un escaño fijo en el Consejo por muchas razones; pero China se opone. Alemania debería estar hoy con más motivos que Francia o el Reino Unido, pero Italia no lo ve con buenos ojos. Habría que reservar sitio para un país africano, pero ¿cuál? ¿Nigeria o Suráfrica? Sería también muy oportuno dar espacio a un país musulmán –son 1.800 millones en el mundo–, siempre que sea uno moderado, quizá Indonesia. Brasil podría ser el representante de América latina, con el permiso de México.

El encaje es complicado. Pero lo que es urgente en la reforma del Consejo es la abolición del derecho de veto, un poder anacrónico, injusto, y garante de la inoperancia de Naciones Unidas.

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