El día en que París se salvó de la destrucción total

Dietrich von Choltitz, el general nazi que salvó París hace 75 años

La catedral de Notre Dame el 23 de agosto de 1944 AFP

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Tal día como hoy, hace 75 años, un general nazi evitó la destrucción total de París. Hablamos de una ciudad ocupada todavía por los nazis, pero los alemanes estaban ya sometidos a una gran presión por parte de los partisanos y las fuerzas aliadas, que avanzaban sin mayores obstáculos. El 10 de agosto había comenzado una huelga general, había disturbios en las calles, desabastecimiento… Al mando de este caos estaba Dietrich von Choltitz , gobernador militar alemán de la capital francesa en julio y agosto de 1944 y con una orden expresa del mismísimo Hitler: dinamitar todos los monumentos de París en caso de que las tropas germanas no pudiesen conservar la ciudad durante la etapa final de la guerra. «Paris no debe caer en manos del enemigo, salvo siendo un montón de escombros», habían sido las palabras del Führer.

Von Choltitz no era el único que conocía aquella orden y su personal había dispuesto todo lo necesario para cumplirla desde hacía semanas. Aquel 23 de agosto de 1944, la guarnición de París estaba compuesta por uno s 16. 000 hombres de la 325.ª División de Seguridad, dotados de más de un centenar de carros de combate (que apenas podían utilizar, porque la mayoría de aquellos hombres pertenecía a servicios administrativos o auxiliares como sanidad, intendencia, espionaje, o propaganda. La mayor parte de los Tiger VI disponibles contaba con escasa munición, no habría sido posible siquiera sostener un combate y los alemanes se preparaban para la rendición.

El alto mando aliado, liderado por el general Eisenhower no tenía en realidad intención de atacar París y arriesgarse a un Stalingrado en suelo francés, sino que tenía previsto sobrepasar la ciudad por el norte y el sur convergiendo en Reims, pero eso von Choltitz no lo sabía y, ante la inminente pérdida de París, comienza a cumplir las órdenes de Hitler. Sus artificieros colocaron explosivos a lo largo del 23 de agosto en el Louvre, el Quai D'orsay, el jardín de las Tullerías, el edificio de la Opera, la catedral de Notre Dame, la Torre Eiffel, 45 puentes sobre el Sena... Todo estaba calculado para que antes de que las tropas aliadas entraran triunfantes en la capital, cosa que ocurriría en la madrugada del 25 de agosto, la dinamita hiciera su trabajo. Es en este momento cuando juega un crucial papel el cónsul general sueco y nativo de París, Raoul Nordling , que sortea los controles y las calles en llamas para mediar a favor de siglos de historia de la Humanidad. Nordling consigue llegar hasta el gobernador y trata de hacerle razonar. «Destruir París sería un crimen que la historia nunca perdonaría». Von Choltitz le explicó que, en caso de insubordinación, su esposa y sus tres hijos serían ejecutados y entre ellos tuvo lugar una conversación en la que estuvo en juego un patrimonio de la Humanidad cuya pérdida habría sido irreparable. «¿Cuánta vergüenza está usted dispuesto a imponer a su familia a cambio de que sigan vivos?», preguntó el cónsul.

Los artificieros siguieron esperando la orden de encender las mechas, pero von Choltitz rindió París a las 2:45 del 25 de agosto sin haberla emitido. En la calle, lo parisinos escupieron en la cara del general arrestado por por los españoles de la Segunda División Blindada francesa mientras, después de 1.531 días de ocupación alemana, l as campanas de Notre-Dame volvían a sonar por primera vez.

No pocos historiadores se han preguntado por la motivación de von Choltitz. Durante décadas, no hubo dudas de que fue fiel a Hitler hasta el final y mantuvo la represión con fusilamientos y arrestos contra franceses civiles hasta horas antes de la rendición. La ciudad liberada juzgó que había tomado la decisión en el último minuto y solo porque podría ayudarle a salvar el pellejo. Choltitz, sin embargo, alegó en sus memorias que rechazó la orden de destruir París porque habría sido «un acto malvado y vergonzoso contra una ciudad que es cuna de cultura» y porque, tras reunirse semanas antes con Hitler en la Wolfsschanze, se se había convencido que el líder nazi «había perdido la razón».

El historiador militar Sönke Neitzel , profesor de la Universidad de Potsdam, considera que no hubo precisamente filantropía en la decisión de salvar París. «Choltitz carecía de oportunidades para resistir. La ciudad estaba en crisis, a las puertas estaban los aliados. Eligió lo único sensato, incluso para salvar su propia piel y no ser acusado como un criminal de guerra», dice. Pero la figura de general fiel a Hitler tampoco se sostiene. Durante su detención en Trent Park, en el norte de Londres, un campo de prisioneros para oficiales alemanes de alta graduación en el que la mayor parte de las conversaciones entre los prisioneros eran grabadas sin que ellos lo supieran, resultó evidente que formaba parte de la élite del ejército alemán que estuvo de acuerdo con el atentado fallido contra Hitler del 20 de julio de 1944, liderado por Claus von Stauffenberg, y que estaba al tanto “hasta el más mínimo detalle, lo que sitúa a este personaje en una ambigüedad de lealtades muy propia, por otra parte, de la etapa final de un conflicto de semejantes dimensiones.

Dietrich von Choltitz falleció en noviembre de 1966, debido a un enfisema pulmonar, en el hospital de la ciudad alemana de Baden-Baden. En su entierro, presentaron sus respetos varios oficiales franceses de alta graduación. Hasta el último de sus días, resonó en su cabeza la pregunta que le hizo Hitler por teléfono en la madrugada del 25 de agosto, apenas fue informado de la rendición: «¿Arde París?».

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