El padre de Pablo Ibar: «Aquí ya es todo o nada»

Llega la hora de la verdad para Pablo Ibar, condenado a muerte en EE.UU. por un crimen que, según él, no cometió. Su padre, Cándido, ha estado siempre a su lado y confía en que acabe la pesadilla

Cándido Ibar, padre del hispano-estadounidense Pablo Ibar EFE

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Cándido Ibar cubre cada día dos veces en coche las dos horas que separan su casa en el Suroeste de Miami con los juzgados del condado de Broward, al Norte de la ciudad de Florida. Allí vive su enésimo juicio su hijo, Pablo Ibar, condenado a muerte por un triple asesinato ocurrido en 1994 del que siempre se ha declarado inocente. «No he faltado ni un solo día al juzgado», dice Cándido a ABC, poco antes de que arranque la semana decisiva del juicio. Tras dos meses y medio de selección de jurado y presentación de pruebas, esta semana las partes expondrán sus alegaciones finales. Inmediatamente después, los doce miembros del jurado, de quienes pende la vida de Ibar, se reunirán para dar su veredicto.

Esas cuatro horas diarias en coche de Cándido, entre el murmullo monótono del claxon y el motor de la autopista, son muchas para pensar, imaginar, soñar con dos palabras del portavoz del jurado: ‘Not guilty’, ‘no culpable’, la fórmula que pondría fin a una pesadilla demasiado larga. Pero es apenas un instante en una familia en la que el paso del tiempo lo domina todo. Mañana se cumplen 24 años y medio desde que Pablo perdió la libertad. Le detuvieron en Miami en una trifulca de pandilleros y trapicheadores y acabó relacionado con un homicidio de gran violencia: varios días antes, el dueño de una discoteca local y dos chicas fueron golpeados con saña y ejecutados a quemarropa por dos jóvenes. Una cámara de seguridad grabó la escena, con una calidad borrosa. En un momento, se ve la cara de un chico de apariencia similar a Pablo, convertido en acusado de forma inmediata. Él defendió que esa noche estaba durmiendo en casa de su novia. Una cascada de irregularidades judiciales, de pruebas contaminadas y de testigos forzados acabó en su condena a muerte. Ha estado en el corredor de la muerte desde 2002.

¿Cómo están los ánimos de la familia?

De ánimo siempre hemos estado bien, aunque eso no quiere decir que haya que estar seguros de nada. En el juicio ha habido altibajos, pero yo creo que estamos bien o quiero creer que estamos bien, al menos.

¿Qué ha sido lo más duro de todos estos años?

Ir a visitarle y dejarlo allí. Con lo que se ve en el corredor de la muerte y no saber si volvería a verlo vivo. Esa impotencia de que no se puede hacer nada, cuando se cierra la puerta detrás de él.

¿Qué expectativas manejan para la resolución del juicio?

Yo ya me llevé un chasco grande en la primer apelación. El golpe fue tremendo, no se me olvidará nuca. Hay que estar con los pies en el suelo. Todo se ve bastante bien para nosotros, pero no está en nuestro poder. Hay doce jurados y ellos tienen que decidir.

¿Se puede compensar todo este tiempo robado, a Pablo y a su familia?

No hay compensación para eso, para los 24 años que se ha llevado esto. Pero eso no lo miro, solo me importa el ‘not guilty’.

Una nueva oportunidad

Cándido Ibar lleva cinco décadas en EE.UU., pero no ha perdido un acento guipuzcoano áspero, que traslada un discurso parco y directo. Hermano del boxeador José Manuel Ibar ‘Urtain’, recaló en Florida como jugador profesional de cesta punta, un deporte que arrasó en aquella época y hasta comienzos de los 90 en el estado sureño.

Su sueño americano lo truncó una llamada a mediados de julio de 1994. Su ex mujer, Cristina Casas, la madre de Pablo, le informaba de que su hijo mayor había sido detenido. Si su hijo sale en libertad, ella no podrá celebrarlo: falleció de un cáncer, después de que la primera apelación a la condena de Pablo fuera desestimada. Entre otras razones, por una defensa desastrosa del que fue su abogado. Ahora, con fondos conseguidos por la Asociación contra la Pena de Muerte Pablo Ibar y con el apoyo inquebrantable de su familia y de su mujer, Tanya, Pablo tiene más posibilidades de demostrar su inocencia.

¿Cómo ve a su hijo a pocos días del veredicto?

Yo creo que está bien. Ha estado un poco enfermo estos días, tosiendo mucho, espero que no le afecte más. También está nervioso, son momentos un poco delicados. Aquí ya es todo o nada.

Esto es como el punto final de un partido de pelota…

Sí, como los últimos tantos. Un tiro mal, y vas a perder. Uno bueno, y ganas…

¿Se ha imaginado mucho ese momento en el que Pablo sale en la libertad?

¡Bah! Lo he esperado mucho…

¿Qué es lo primero que hará con su hijo cuando salga?

Bueno, primero tiene que salir. Él quiere ver la tumba de su madre. Y, en cuanto se arregle el pasaporte, ir a España, a dar las gracias a todo el mundo, de una punta a la otra.

Después de todo este tiempo, ¿tiene capacidad de perdonar?

Yo jugué mucho tiempo a pelota y ahí viví mucho las envidias, peleas, broncas… Nunca he sabido guardar el rencor. Lo cierto es que no me ha gustado el sistema judicial de aquí, me he llevado un desengaño muy grande. Pero yo prefiero perdonar y vivir en paz que tener odio.

¿Está preparado para el peor de los casos?

Estoy listo, estoy prevenido. No me voy a caer. Si hay que volver a juicio volveremos. No se puede tirar nunca la toalla, pero esperemos que no haya que luchar más.

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