75 Aniversario

Día D: Omaha, la prueba más dura

La situación en este sector era tan desesperada que Omar Bradley se planteó hacer regresar a sus soldados a las lanchas

Soldados aliados a punto de desembarcar en la playa de Omaha el 6 de junio de 1944 REUTERS
Manuel P. Villatoro

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Repetir las cifras del Desembarco de Normandía sigue siendo un responsabilidad y un deber con los jóvenes que, aquel 6 de junio de 1944, decidieron arriesgar su vida para derruir el Muro Atlántico de Adolf Hitler. Más de 150.000 seres humanos desplazados en una única jornada a través del Canal de la Mancha y 7.000 navíos involucrados son solo algunos de los datos más monumentales. Sin embargo, de entre todos estos combatientes existen unos que –todavía hoy, 75 años después– guardan un lugar especial en las páginas de la Segunda Guerra Mundial: los hombres encargados de tomar Omaha, conocida a la postre como la «playa sangrienta».

Desde el principio, Omaha supuso un severo problema para los Aliados. No ya por los obstáculos que había ordenado establecer en la arena Erwin Rommel, sino porque los acantilados que la rodean hacían casi imposible su conquista desde el Canal de la Mancha. Por ello, el general Omar Bradley (a cargo de las operaciones americanas) decidió que la 1ª División, fogueada en África, lideraría el ataque. No había mejor unidad para hacerlo, pues, ya por entonces, se decía que estos hombres eran tan letales que parecía que el ejército de las barras y las estrellas estaba formado por ellos y «diez millones de jodidos reemplazos» más. Junto a ella destacó a la novata 29ª División.

El 6 de junio, los soldados comenzaron a embarcar a las tres de la madrugada. La primera oleada, apodada la «ola del suicidio» por causas obvias, contaba con un millar y medio de jóvenes que embarcaron atemorizados y con el estómago revuelto por el copioso desayuno que habían tomado. La mayoría eran chicos de apenas 20 años. «Id a por ellos, sinvergüenzas», bromeó un oficial para insuflarles ánimos. Pero no estaban para chascarrillos. Entre vómitos, los primeros combatientes pisaron la arena a las seis y media bajo el asombro de los alemanes. «Deben de estar locos», musitó uno de los oficiales a cargo del puesto de defensa WN62. En pocos minutos, el ataque se convirtió en una carnicería. «Pobres infelices, se dirigen hacia un matadero», escribió años después Heinrich Severloh, más conocido como «la bestia» por haber causado 2.000 bajas.

Retirarse o morir

A las siete, cuando llegó la segunda oleada, los soldados se habían quedado bloqueados y se negaban a avanzar. Bradley, desde su puesto de mando en el «USS Augusta», pensó que el desastre estaba al caer. «Fue una pesadilla […], un momento de gran angustia», escribió en sus memorias. Llegado el momento, el oficial tuvo que tomar una dura decisión: ordenar la retirada hacia las lanchas, o seguir alimentando aquella matanza. Sabedor de que perder Omaha era perder Normandía, se negó a abandonar. Como revulsivo envió a dos oficiales que hicieron que las tropas superaran el terror que les provocaban las balas. Uno de ellos era Norman Cota, famoso por haber sido visto en la arena con un puro apagado en la boca mientras tarareaba una canción para tranquilizarse. «¡Levanta el trasero de ahí y sal de la playa!», gritó una y otra vez.

Sus alaridos funcionaron y los estadounidenses comenzaron a avanzar liderados por los Rangers», las fuerzas especiales de la época. Estos lograron abrir brechas en el alambre de espino y acabar con los defensores a costa de muchas vidas. Aquel día, todos colaboraron para evitar el desastre. Los mismos buques se acercaron lo que pudieron a la costa para disparar contra las casamatas teutonas. Omaha fue conquistada tres horas después. Aunque no toda. Un último puesto, el Widerstandnest 62, no se rindió hasta las tres de la tarde.

Para entonces, las bajas norteamericanas ascendían a cuatro millares, más del doble de las que lamentarían los canadienses en Juno (el segundo sector con más heridos y muertos). La actuación en la playa la definió a la perfección el propio Bradley: «Nunca deben ser olvidados. Todos los que pusieron un pie en la playa ese día fueron héroes».

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