Una noche en el Mandalay, el hotel de la matanza de Las Vegas

Stephan Paddock planeó con precisión su carnicería: modificó armas para hacerlas más mortíferas e instaló cámaras para vigilar su pasillo

Sala de juegos del hotel Mandalay
Javier Ansorena

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Los pasillos del hotel Mandalay son tan largos que parece que se pierden en el horizonte. Son tres, para cada una de las alas del hotel, con habitaciones a cada lado, y confluyen en el centro, donde están los ascensores. Es poco habitual cruzarse con otros huéspedes. Stephen Paddock los recorrió varias veces hasta el final para ejecutar la matanza del pasado domingo en Las Vegas. Eligió una suite al fondo del pasillo, en el piso 32. No porque es la más amplia y lujosa. Sino porque ofrece el mejor ángulo sobre un recinto al otro lado del «strip» de Las Vegas -la gran avenida que vertebra la ciudad del juego-, donde se celebraba un festival de música «country» con una asistencia masiva de público.

Paddock llegó al hotel el pasado jueves 28 de septiembre, tres días antes de la matanza. Las autoridades no han dado información de cómo transportó hasta su suite las 23 armas, la munición y otros accesorios que encontró la policía. El párking está a varios minutos a pie de las habitaciones. Quizá hizo varios viajes, en un trayecto en el que se pasa delante de los cientos de tragaperras, ruletas y mesas de póker y «blackjack» del casino. Las ruedas de su maleta debieron dejar surcos en la alfombra mullida de su pasillo, con un estampado multicolor inspirado en alas de mariposa.

Han pasado varios días desde que Paddock lanzara su lluvia de balas contra la multitud y provocara 59 muertos y más de 500 heridos . El Mandalay Bay está abierto y trata de mantener una apariencia de «business as usual» -«las cosas como siempre»-. Pero la normalidad no ha regresado ni al hotel ni a Las Vegas.

La policía mantiene varios accesos al hotel cortados. Los agentes de seguridad se turnan en la zona de ascensores que da acceso a los pisos a partir del 31, para cerciorarse de que solo pasan los huéspedes que se alojan allí. Aunque se consiga salvar ese obstáculo, el ascensor tiene bloqueado el piso 32, que sigue bajo investigación de las autoridades. El ambiente es sombrío para ser Las Vegas. El lujo chabacano de mármoles y oropeles pierde todavía más sentido en días así.

Tragaperras abandonadas

El casino, en la planta baja, es grande como un campo de fútbol y está desolado. Son las cinco de la tarde, una hora ideal para perder unos cuantos cientos de dólares antes de la cena, y casi nadie tira billetes a las tragaperras , abandonadas a sus luces y sonidos. Los crupieres se miran unos a otros, con las manos metidas en los bolsillos de sus chalecos burdeos, y se dicen todo sin decirse nada. El aroma espeso y casi picante del ambientador se siente más.

Por la noche, el casino se anima un poco y hay varias mesas de póker y de ruleta con apuestas altas. Pero el duelo es insalvable. El espectáculo «One», del Circo de Sol, inspirado en Michael Jackson, ha suspendido sus funciones. La piscina de olas está vacía. Los carteles electrónicos del hotel todavía piden donaciones de sangre. Un cantante se desgañita en uno de los bares del Mandala Bay ante un público inexistente.

«Así no es Las Vegas», dice Ángela a las afueras del hotel, en la acera del "strip", tras haber clavado la mirada durante un rato a las dos ventanas desde donde disparó Paddock, que siguen rotas. «Está todo muy apagado. Lo normal es que los casinos estén a rebosar, y que esto esté lleno de gente de fiesta, yendo y viniendo con cerveza», añade esta residente en la ciudad del juego. Enfrente está el enorme recinto del festival de «country», todavía cercado en su totalidad por la policía. Desde allí, sorprende la distancia entre las ventanas desde las que disparó Paddock y el lugar del concierto. Por el tamaño del hote l -el octavo más grande del mundo en número de habitaciones-, las fotos dan la sensación de estar encima de la explanada del festival. En realidad, hay unos 300 metros entre su suite y el escenario de la matanza.

Más arriba en el «strip», en la mediana de la avenida, hay un memorial improvisado, con flores, globos y velas que se han apagado con la brisa de la tarde. Un chico levanta a su novia para que cuelgue una bandera de EE.UU. en un poste de semáforo. A su lado llega Héctor, de Las Vegas, también con su novia y con un ramo de rosas. «Muchos amigos de mis amigos están entre los heridos del festival», explica antes de conceder que, a pesar de que todo esté abierto, «la ciudad sigue de luto».

Mientras tanto, el gran misterio de la masacre de Las Vegas -¿por qué lo hizo?- sigue sin respuesta. La policía sí tiene más datos sobre cómo Paddock ejecutó su carnicería, planificada con precisión. Adquirió 33 armas en el último año , sin que esto despertara alarmas en las autoridades (la legislación de Nevada es muy permisiva). Utilizó un mecanismo para modificar el gatillo y convertir una docena de rifles semiautomáticos en armas automáticas por completo para acelerar su carnicería.

Diez minutos de tiroteo

Según aseguró Kevin McMahill, uno de los responsables de la policía de Las Vegas, el tiroteo se extendió entre nueve y once minutos, desde las 22.08 hora local del domingo (pasadas las siete de la mañana del lunes en España), cuando se registró la primera llamada que advertía de los disparos, hasta las 10.19, cuando cesaron las ráfagas. Paddock situó además varias cámaras dentro y fuera de la habitación para controlar su ataque. Una de ellas estaba en la mirilla de la puerta del cuarto. Otra, escondida en un carrito de servicio en el pasillo, para alertarle de la llegada de la policía. Cuando esto ocurrió, se disparó en la boca con un revólver. La policía tardó 72 minutos en localizar al atacante entre las 3.309 habitaciones del Mandalay Bay. Ayer muchas de ellas seguían en busca de huéspedes.

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