Los niños también esperan para cruzar la valla

Cerca de un tercio de las 11.000 personas bloqueadas junto a la frontera macedonia son menores

Enviado especial a Idomeni (Grecia) Actualizado: Guardar
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A escasos tres metros del paso fronterizo hacia Macedonia, una mujer sostiene en brazos a un bebé de 40 días. Espera a que las autoridades den la orden de abrir la valla de Idomeni. Las mantas cubren todo el cuerpo del niño, pero dejan al descubierto el gotero con el que recibe el suero suministrado por las organizaciones humanitarias. «Tiene un virus y necesita ir al hospital», afirma uno de los refugiados sirios que tratan de convencer a la Policía de que les dejen pasar al otro lado. Los padres no quieren levantarse para no perder el sitio en la cola que da acceso al país balcánico. La imagen representa crudamente la vulnerabilidad de los más pequeños de Idomeni.

La frontera ha estado cerrada durante la mayor parte del día. Por la mañana solo pudieron pasar apenas cien personas.

Alrededor de una tercera parte de las 11.000 personas que, se estima, están acampadas en Idomeni son niños. Aunque fuentes humanitarias aseguran que es imposible cuantificar realmente cuántas personas hay, salta a la vista que los chiquillos están por todas partes. Incluso tras una intensa noche de lluvia, con barro y charcos por doquier, los más pequeños no paran de jugar y corretear.

«Estamos especialmente preocupados por la situación de los niños», explica a ABC Dan Stewart, portavoz de la ONG «Save the Children», una de las muchas organizaciones humanitarias presentes en el improvisado y saturado campamento. «El tiempo no está siendo bueno estos días. Bajan las temperaturas y ha llovido. Además, muchas familias siguen llegando y algunos van sin tienda y no tienen lugar en el que cobijarse», añade.

Más problemas todavía afrontan los menores que no viajan acompañados o los que se han separado de su familia. «Trabajamos para identificar a todos los niños que van solos. Una de nuestras prioridades es evitar que sean captados por mafias», señala Stewart. En Idomeni las familias numerosas son la norma general. Omar, un hombre de mediana edad procedente de Alepo, se muestra feliz junto a sus tres hijos. Desde su tienda, presenta a sus dos niñas, Riham y Nour, y al varón, Mohamed. Omar nos cuenta que la última noche fue muy dura y que los pequeños apenas pudieron dormir. Aun así los tres revolotean por los alrededores, jugando con los chiquillos de las familias vecinas a transportarse unos a otros en un viejo carrito de bebé.

Sin acceso a las tiendas

La preocupación entre los trabajadores humanitarios se concentra en los niños y los más vulnerables. «Parece que algunas personas, las que tienen menos capacidad de movilidad, no tienen acceso a las tiendas climatizadas ni, en algunos casos, a comida», explican desde la Organización Internacional para la Migración.

Al pasear entre las tiendas de Idomeni, algunas situadas a escasos centímetros de las vías del tren, no es raro oír llantos de pequeños. Es casi tan frecuente como verlos entretenerse con cualquier cachivache que les sirve como juguete. Piedras o palos son los más comunes, pero también hay otras alternativas para pasárselo bien, como perseguir a mujeres griegas cargadas de bolsas con gorros y bufandas de ganchillo. Estas mujeres son miembros de una agrupación nacida en la ciudad helena de Tesalónica que se dedica a distribuir dos veces por semana ropa tejida por ellas mismas. «Mi corazón llora por estos niños. Su situación es horrible. No tienen nada, algunos no tienen ni comida», relata Alexandra, una de las mujeres del grupo.

La solidaridad de la población griega, no obstante, no llega para aliviar las penurias de Idomeni. Algunos de los lugares en los que los niños se ven obligados a jugar son lamentables; la basura se acumula en varios sectores del campamento. Dos niños se deslizan por una leve colina con una cuerda esquivando latas, botellas, y restos de comida. La diversión siempre se abre paso.

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