Narendra Modi, un nacionalista hindú en un Estado laico

A lo largo de su mandato, el primer ministro indio ha mejorado males endémicos como la burocracia, pero también se ha convertido en una figura de creciente talante autoritario

El primer ministro indio, Narendra Modi AFP

Miguel Ruiz de Arcaute

La carta de presentación de Narendra Modi (Vadnagar, Bombay, 1950) en las elecciones indias de 2014 se caracterizó, sobre todo, por un rasgo: la excelencia económica. Ex ministro jefe de la región de Guyarat, en el oeste del país, durante trece años, Modi había logrado convertir la región en un entorno próspero para los negocios, con una robusta red de carreteras y sin el eterno incordio de los cortes eléctricos, entre otras credenciales que avalaban su trayectoria.

No sorprendió, en consecuencia, que su partido, el nacionalista hindú BJP (Bharatiya Janata; Partido Popular indio, en castellano), lo eligiera como candidato a aspirar al cargo. Era el aventajado de la clase, un referente en torno al cual irradiaba un aura de ejemplaridad gestora. Tal fue su popularidad que logró cosechar los mejores resultados de unos comicios en India desde 1984, alcanzando una amplia mayoría de 282 escaños en una Cámara Baja (Lok Sabha) de 545.

Cinco años después, Modi ha logrado revalidar el cargo con una cifra más holgada incluso. Aunque su aura ya no brilla con el mismo fulgor, los indios han vuelto a depositar su confianza tras una gestión dudosa. Ni el desempleo juvenil cercano al 17 por ciento, ni la ralentización económica ni el creciente autoritarismo han sido óbice para que los indios le hayan dado un toque de atención. Al contrario, le han otorgado casi 20 escaños más que hace un lustro, según los primeros recuentos . Un resultado que podría haber sido peor de no haber tenido lugar las escaramuzas de febrero, cuando una milicia pakistaní atentó contra una instalación policial en la fragmentada región de Cachemira y Modi, en respuesta, lanzó un ataque sobre el presunto campamento de los terroristas. La ofensiva le vino como un regalo divino al primer ministro, quien jugó la carta infalible de la defensa de India de su enemigo acérrimo, Pakistán , para recuperar espacio político.

Luces y sombras

Ciertamente, el legado de Modi en estos cinco años no ha estado exento de polémica. A lomos de un nacionalismo hindú rampante , el político se ha servido de sus buenos resultados para acumular poder a un nivel sin apenas precedentes en la historia democrática del país asiático. El dirigente ha estrechado el cerco sobre el poder judicial, ha reemplazado una comisión estatal planificadora por un «think tank» propio, y ha lanzado una «caza de brujas» contra ONG y organizaciones de la sociedad civil.

Aunque entre sus logros se encuentra la agilización de una burocracia exasperante –un mal que ya había limado notablemente durante su etapa en Guyarat–, la ampliación de la cobertura sanitaria a los ciudadanos o el aumento de la inversión extranjera a un país que crece a un ritmo anual del 7 por ciento, el balance general apunta a una mayor abundancia de sombras que de luces a lo largo de su mandato.

Precisamente, con el fin de alentar la inversión, Modi ha diezmado el presupuesto dedicado a políticas medioambientales o ha levantado las restricciones para permitir que fueran las propias empresas las que informaran al Gobierno de la contaminación emitida. En el plano macroeconómico, una galopante deuda de más de un billón de euros supuso en 2018 un incremento del 51,98 por ciento respecto al dato de hace cuatro años. Y aunque ha hecho avances en contener la pobreza extrema, el segundo país más poblado del mundo –1.300 millones– sigue lidiando con una renta per cápita significativamente baja. Frentes a los que Modi, aupado por una sociedad integrada por un 80 por ciento de hindúes en un Estado declaradamente laico, tendrá que plantar cara a lo largo de su segundo mandato, hasta 2024.

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