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Raúl y Fidel Castro, en el congreso del Partido Comunista Cubano de 2011 - REUTERS

La muerte de Fidel lanza la carrera por la sucesión de Raúl

Con un partido comunista en declive, los uniformados tienen el control en una Cuba que vive con incertidumbre la perspectiva del postcastrismo

Madrid Actualizado: Guardar
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Murió el dictador, pero su régimen resiste en manos del anciano hermano al que ungió con el mismo dedo con el que apretaba el gatillo en Sierra Maestra. La incógnita tras la desaparición de Fidel Castro, el guerrillero que ahormó toda una isla a su antojo y la convirtió en una de las anomalías geopolíticas más insólitas y duraderas de la historia, estriba en saber qué pasará ahora. Con una revolución tan herrumbrosa como su dirigencia, ¿cabe esperar cambios? ¿Qué ocurrirá cuando tampoco esté Raúl Castro, que anunció que se retirará en febrero de 2018? ¿Quién tomará entonces el timón?

La muerte del mito fundador alimenta las dudas, más aún la constatación de que al actual presidente, Raúl Castro, ochenta y cinco primaveras lo contemplan.

El castrismo acaba de vivir el primer «hecho biológico», por emplear el eufemismo acuñado en sus previsiones sucesorias por el franquismo, otra dictadura longeva del siglo XX. La lógica indica que no lloverá demasiado antes del segundo y la prensa libre, esa que no pueden leer los cubanos, hace sus quinielas.

Cualquier apuesta es arriesgada en un país en el que la vida oficial discurre en la más absoluta opacidad y sustraída al escrutinio de unos corresponsales extranjeros a los que el Estado ata en corto. Suenan nombres como los de dos hijos de Raúl, Alejandro y Mariela, o el del general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas. Lo único cierto es que, como han admitido agentes retirados de la inteligencia estadounidense, lo que suceda será consecuencia de los equilibrios internos. Ninguna intervención directa extranjera dictará el futuro de Cuba. Sesenta años de política nacionalista a ultranza blindaron al paraíso socialista de los Castro frente a las constantes injerencias de Estados Unidos, aunque fuera al precio de detener el reloj de la historia en la isla y convertir a sus habitantes en reclusos.

Además, a la espera de ver cómo de lejos puede llegar la nueva administración Trump en la reversión de la política del deshielo iniciada por Obama, la comunidad internacional parece inclinarse por intentar hacer negocios con Cuba antes que presionar por una democratización de su trasnochado modelo. También aquí sirve de ejemplo el precedente español. Tanto hicieron por el advenimiento de la democracia el auge del consumo y de la clase media como las protestas estudiantiles y la acción clandestina de la oposición antifranquista.

El poder hoy en Cuba gira en torno a dos polos: el Ejército y el Partido Comunista, aunque lo cierto es que el primero de estos agentes muestra más vigor desde hace ya tiempo. En el incierto contexto que ahora se abre, esto favorece las posibilidades de los uniformados. Entre ellos destaca el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas. Presidente del holding militar Gaesa, que se ocupa de la gestión de la enorme red empresarial de las Fuerzas Armadas, a López-Callejas se le considera uno de los hombres más influyentes en la Cuba de hoy. El holding que preside maneja activos que alcanzan un volumen de hasta un 40% de la economía cubana.

A su favor cuenta también el parentesco que le une con el actual presidente. Es el padre de dos de sus nietos. Como muestran el ejemplo de la designación de Raúl, o lo ocurrido en Corea del Norte con los Kim, no sería la primera vez que una dictadura comunista deriva en cortijo familiar.

También militar es el general Leopoldo Cintra Frías, ministro de Defensa y revolucionario de primera hora. Se sumó a la insurgencia de los barbudos con tan solo doce años. Tras la caída de Batista, completó su formación téorica militar en Checoslovaquia y en la URSS, y combatió en Angola y Etiopía. A sus 75 años, tampoco es ningún mozalbete, pero la aversión de la gerontocracia castrista al cambio y el relevo generacional han sido una de sus señas de identidad. Siempre ha tenido un perfil público bajo, justo lo que los Castro más han apreciado en sus conmilitones, y en el régimen es visto como «uno de los nuestros» desde siempre.

El mejor situado

Aunque el candidato mejor situado es Miguel Díaz-Canel, señalado oficiosamente como el delfín «in pectore» de Raúl desde que fue nombrado vicepresidente primero en 2013. Díaz-Canel representa la cara aperturista del régimen y suscita simpatías entre la numerosa y formada juventud cubana, a la que ha lanzado guiños como prometer relajar las restricciones a internet, una pesadilla para cualquiera con afán de información en Cuba. Pero los mismos mensajes que le granjean simpatías populares son fuente de resquemor entre la cúpula militar y la vieja guardia verde oliva.

Los depositarios de las esencias de la ortodoxia revolucionaria tienen su figura más reconocible en José ramón Machado Ventura. Mayor incluso que Raúl, tiene 86, representa la línea dura del régimen. Pese a su avanzada edad y a que Díaz-Canel lo relevó como vicepresidente, sigue en la brecha y no se pierde un acto oficial. Encarna el inmovilismo y la cerrazón de un régimen que busca sobrevivir a la desaparición de su tótem.

Los vástagos

Y por último están los hijos de Raúl, Alejandro y Mariela. Él, su único vástago varón, maneja los resortes de la información y la represión en un país en el que derechos como el de reunión y manifestación siguen siendo una utopía. El coronel Castro Espín es el encargado de coordinar los servicios de inteligencia de los Ministerios de Defensa e Interior desde el sombrío edificio de la seguridad del Estado en los aledaños de la emblemática Plaza de la Revolución de La Habana.

Ella, Mariela, es la rebelde de la familia. Sexóloga, ha convertido los derechos de los homosexuales en su bandera pública y no ha dudado en desmarcarse de la disciplina del partido único cuando ha creído que no eran respetados. El daño infligido a gais y lesbianas, especialmente en los años del llamado Quinquenio Gris (1971-75), atormenta las conciencias de muchos seguidores de la revolución y este es uno de los pocos asuntos que ha movido a un mea culpa oficial. Para muchos, la elección de Mariela sería la más inteligente ya que adaptaría el modelo castrista a las nuevas circunstancias. Sin embargo, los precedentes no apuntan a una apuesta rompedora. Ya en 2009, Raúl depuró a la nueva hornada de dirigentes que tenía en el canciller Felipe Pérez Roque a su abanderado. Los fulminó ante lo que considero como maniobras para descabalgar a la vieja élite del Movimiento 26 de Julio. Ya en la cuneta, Fidel les reprochó en las páginas de «Gramma» sus ansias de poder.

Una de las razones de la purga fueron los contactos que Pérez Roque mantuvo con agentes del CNI en la capital cubana. En Madrid se les veía como posibles agentes para una transición pacífica al estilo de la española, pero los Castro dejaron claro una vez más que el destino de Cuba se escribiría en Cuba y que serían ellos quienes dictarían el guión.

El Ejército, más fuerte

A estas alturas, el régimen ha perdido todo el poder de arrastre de masas de su época dorada. El ocaso de Fidel lo fue también de las multitudinarias muestras de adhesión popular. Al mausoleo del Che en Santa Clara, donde el comandante sufrió su primer trompazo público, o a la habanera plaza de la Revolución lo único que afluyen ya en masa son los turistas. El Partido languidece, igual que muchos Centros de Defensa de la Revolución en los barrios, y es el Ejército el que sujeta la brida. Si no hay un estallido social que no se atisba, probablemente, será quien decida.

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