Muere el expresidente argentino Fernando de la Rúa

El exmandatario, que tenía 81 años, fue ingresado en enero por una infección respiratoria

Fernando de la Rúa

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A Fernando de La Rúa la vida le trató bien hasta que llegó a la presidencia de Argentina el 10 de diciembre de 1999. La meta de cualquier político de vocación, en su caso, supuso el fin de una trayectoria brillante. La mayor crisis de Argentina se produjo durante su efímero mandato y pasó a la historia como el protagonista de un desastre que había empezado a escribirse antes de que entrara por la puerta grande de la Casa Rosada. Del «monumento» más emblemático de Argentina saldría en helicóptero, una humillación que intentó aminorar volviendo al día siguiente de su renuncia. La idea del regreso a la sede del Ejecutivo se atribuye a Felipe González.

Durante su mandato, se acuñó el término «corralito», limitación de extracción de efectivo de los bancos. Apenas dos años bastaron para que la economía de Argentina se hundiera en un pozo sin fondo y la depresión se extendiera, como la peste, a todos los ámbitos de la sociedad. La pobreza alcanzó cotas desesperantes, huelgas generales, saqueos, gente hurgando en la basura, y las «patotas» (pandillas) asaltando supermercados se hicieron moneda corriente en los últimos días de un Gobierno alejado de la realidad y con la brújula extraviada.

De La Rúa creyó que podría sortear la tormenta financiera que arreciaba con un «blindaje» del Fondo Monetario Internacional pero el organismo, cansado y desconfiado de su gestión, le soltó la mano. Antes, hasta España intervino en su ayuda con un rescate, pero el naufragio era inevitable. Aquel «hombre aburrido», expresión que utilizó en su campaña como contraste a los años de frivolidad del menemismo, culparía al FMI de sus desgracia hasta el último día de su vida. También al peronismo, que, tras apuntalarle hasta agotar su paciencia, aguardaba paciente para recuperar el poder. El tercer factor que inclinó la balanza de su renuncia lo halló en sus propia filas: la Unión Cívica Radical (UCR) también le negó la palabra.

La caída de De La Rúa estuvo seguida de cerca de dos semanas con casi media docena de presidentes. Entre otros, por 48 horas, Ramón Puerta , actual embajador de Argentina en Madrid, cuya primera medida fue liberar «el corralito» y, como consecuencia, apaciguar los ánimos encendidos de los argentinos. Otro peronista, Adolfo Rodríguez Saá , designado por la Asamblea Legislativa (ambas Cámaras), terminaría de darle la puntilla a una Argentina sumida en la tristeza, sin esperanza, con un presente convulsionado y ausente de futuro. «El Adolfo», como se le conocía popularmente, declaró la cesión de pagos en el Congreso entre aplausos y las estrofas a capela de los legisladores de la «marcha peronista». Uno tras otro cayeron hasta que, de nuevo otro peronista, Eduardo Duhalde , tomó las riendas del poder (hasta mayo del 2003) y remató el descalabro económico con «el corralón» , un modo novedoso de incautación de fondos de los argentinos. La ley de convertibilidad que establecía la paridad entre el peso y el dólar ya era parte del pasado.

Fernando De La Rúa (15 de septiembre de 1937) empezó de joven en el mundo de la política y conoció de cerca a los grandes personajes de la historia de Argentina. Fue un jovencísimo abogado, senador y candidato a vicepresidente en 1973 con Ricardo Balbín, por la UCR. Ambos se enfrentaron en la misma fórmula y perdieron contra Perón. «Chupete», como le llamaban cariñosamente por su eterna cara de niño, fue diputado y jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires (1996-1999). De ahí saltaría a la presidencia con la Alianza, una coalición con el prometedor Frepaso. A esta formación pertenecía su vicepresidente, Carlos «Chacho» Alvárez, y si los libros son rigurosos, dirán que éste sería el detonante del principio del fin de un Gobierno que, en sus orígenes, despertó entusiasmo, ilusión y esperanza . «Chacho» dimitió (6 de octubre de 2000) después de revalidar con su presencia la renovación de un Gabinete salpicado por sobornar a senadores para aprobar una reforma laboral. Surrealista la secuencia, el presidente no lograría nunca levantar cabeza.

De La Rúa quemó su último cartucho al rescatar a Domingo Cavallo, el ex ministro de Economia que inventó la «covertibilidad» con Carlos Saúl Ménem. Lo hizo demasiado tarde, cuando la fuga de capitales no tenía freno y los argentinos dejaban sin liquidez a los bancos. El mundialmente famoso «corralito» provocó la caída de Cavallo y el efecto dominó terminó con De La Rúa, la pieza mayor de una Administración desastrosa. El país era un festival de monedas, con buena parte de las provincias emitiendo las suyas y el peso ya se había transformado en algo parecido a papel mojado. En la calle la convertibilidad había quedado abolida antes de que lo dijera la ley y los «arbolitos» (cambistas callejeros) hacían el agosto austral mientras los barcos para cruzar a Uruguay desbordaban de argentinos con fajos de dólares ocultos para ponerlos a buen recaudo.

Las protestas del 19 y 20 de diciembre, terminaron con la declaración del Estado de Sitio -no respetada por la población- 27 muertos, centenares de heridos y la dimisión agónica del último radical en el poder. El ex presidente pasó sus últimos días en la Clínica Fleming , por complicaciones coronarias y renales. De salud delicada, Fernando De La Rúa, murió allí a los 81 años. Argentina lo recordará, posiblemente, con más lástima que rencor. Su victoria, ironías de la historia, fue su derrota y la de un país que creyó poder salvar.

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