Miedo y orgullo durante el gran asalto al Capitolio

Una turba llegó a los pasillos del poder y se paseó con la sensación de misión cumplida

En directo, sigue las últimas noticias en EE.UU. tras el asalto

Momento en el que los partidarios de Trump entran al Capitolio AFP/ ATLAS
David Alandete

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Entre el caos, los gritos, los disparos, las ventanas rotas y el puro miedo, uno de los asaltantes se abrió paso hasta la sala del Senado, se encaramó a la silla que apenas unos momentos antes ocupaba el vicepresidente, alzó el puño y gritó, a pleno pulmón: «¡Ha ganado Trump!» . El asalto al Capitolio estaba en marcha.

Hacía apenas unos momentos, ante la Casa Blanca, el presidente Donald Trump había incitado a los miles partidarios a los que había convocado en Washington: «Ahora marchemos al Capitolio». Allí, en el Capitolio, diputados y senadores se disponían a validar la victoria de Joe Biden en las pasadas elecciones. Trump no marchó. Se quedó en la Casa Blanca. Pero sus partidarios le tomaron la palabra, y rodearon el congreso.

Los plenos duraron apenas unos minutos. Tras discursos solemnes de los líderes del Capitolio, defendiendo la democracia y las instituciones, una horda se abría paso a las puertas. Inmediatamente se evacuó el Senado, y el vicepresidente quedo a recaudo del Servicio Secreto. La Cámara de Representantes quedó clausurada, con sus señorías dentro , rodeadas, asediadas, protegidas por agentes de paisano que empuñaron sus pistolas y de dispusieron a defenderlas como fuera. En un momento tuvieron que acostarse en el suelo, y colocarse máscaras antigás. Afuera, la Policía usaba gas pimienta para despejar a la multitud.

La turba rompió los cristales y entró en el Capitolio por las ventanas, algo que en circunstancias normales se antojaría impensable. El Capitolio está siempre custodiado por la policía, a recaudo de un fortísimo perímetro de seguridad, y quien entra lo hace tras pasar por detectores de metal y varias inspecciones.

El caos que se vivió después es sólo comparable al que los libros de historia describen sobre el saqueo británico de Washington en 1814, cuando ardió este mismo edificio. Las legiones trumpistas se pasearon por los pasillos con sus banderas, subiendo y bajando escaleras, entrando en despachos, dejando notitas en los escritorios con mensajes como «no nos rendiremos» , algo que el propio Trump había dicho unos minutos atrás en su arenga. Todo esto lo documentaron en fotos y vídeos, que compartieron en redes sociales. Era todo un saqueo del siglo XXI.

El interior del Capitolio era un verdadero zoológico, pero de animales ya conocidos. El tipo de la cara pintada, con los cuernos y el pecho descubierto, se suele pasear por todo tipo de manifestaciones y protestas del llamado movimiento «QAnon» , que cree que existe una conspiración de pederastas contra la que Trump lleva luchando en secreto durante años. En un momento, entró también al Senado, y se encaramó a la silla del vicepresidente con una bandera americana en la mano.

Desprotegido

En un país con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, cuyos agentes patrullan unas fronteras cada vez más fortificadas, la sede del poder legislativo se antojaba ayer completamente vulnerable, asaltada con tanta facilidad. A la Policía le llevó horas recuperarla. Cuando lo hizo, los alrededores parecían una zona de guerra, llenos de andamios destrozados, basura por las aceras.

Cuando cayó el toque de queda, todavía seguía abandonando el recinto del Capitolio la multitud que lo había asaltado, que no parecía para nada nerviosa. Seguían gritando, puño en alto, «no al fraude». «Nosotros somos el pueblo», gritaba uno de los concentrados con un megáfono, ante una imponente hilera de agentes vestidos de antidisturbios, protegidos por escudos transparentes.

Al otro cabo de la avenida Pensilvania, la Casa Blanca estaba completamente rodeada por un perímetro de seguridad. Durante meses, la sede de la presidencia fue el centro de todas las protestas, pero nunca nadie osó asaltarla. Cuando fue necesario, la Policía le colocó un perímetro alrededor, algo que sólo hicieron ayer con el Capitolio, y a duras penas, tras que anocheciera.

La moral de esta turba estaba alta. La sensación parecía ser la de una misión cumplida. A estos asaltantes se les veía anoche satisfechos, después de llevar al caos al corazón mismo de la democracia más veterana del mundo. Al abandonar el Capitolio, de regreso a sus hoteles, ondeaban sus banderas con el nombre de Trump, y alzaban el puño, como si volvieran de una batalla triunfal. Cuando veían a un policía, le gritaban: «traidor».

Estaban convencidos de que habían cumplido su misión, encomendada por un presidente que primero guardó silencio y que después publicó un vídeo en el que les decía: «Entiendo vuestro dolor, nos han robado estas elecciones».

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