Macron pide una respuesta mundial tras la matanza yihadista en Mozambique

«Los bárbaros han secuestrado una religión de la paz», escribió en Twitter el presidente francés

Mocimboa da Praia está bajo control yihadista desde agosto AFP

Francisco de Andrés

Otro país africano, Mozambique, ha encendido la señal de alerta por la amenaza yihadista, tras el ataque perpetrado el pasado fin de semana por una filial de Daesh en el norte. Según el informe de la Policía en la capital, Maputo, al menos 50 civiles fueron decapitados por los terroristas de Estado Islámico en la región de Cabo Delgado, y un número indeterminado de mujeres y niños fueron secuestrados antes de que los islamistas prendieran fuego a sus aldeas.

La acción de una de tantas filiales africanas de Daesh –en competencia con Al Qaida– habría pasado inadvertida de no ser por el tuit enviado ayer por el presidente francés, Emmanuel Macron. «Los bárbaros –escribió en la red social– están secuestrando una religión de paz para difundir el terror; el terror islámico es una amenaza internacional que requiere una respuesta internacional».

La inquietud de Macron por los avatares en la excolonia portuguesa –cuando Francia concentra sus esfuerzos militares en el Africa francófona, en particular en el área del Sahel– se enmarca en su esfuerzo diplomático por movilizar a la Unión Europea en una estrategia y acción común contra el yihadismo. En primer lugar el que asola Europa, tras los últimos atentados en Francia y en Viena, y en último término el que se nutre en sus ramales mundiales. Hasta la fecha, la retórica de los líderes europeos no ha fructificado en ninguna acción común concreta, ni en el terreno policial ni en el de los servicios de inteligencia, ante la complejidad del problema. Alrededor del 5 por ciento de la población de la UE es de religión musulmana (casi el 9 por ciento en Francia), y la gran mayoría vive un islam moderado que considera las leyes del Estado compatibles con la Sharía, la ley islámica.

La realidad del yihadismo en Mozambique –29 millones de habitantes, con uno de los mayores índices mundiales de pobreza– pasaba hasta la fecha casi inadvertida ante la pujanza de otros fenómenos en el África subsahariana. Pero la fragilidad del Estado en la excolonia portuguesa , incluso una vez superada la sangrienta guerra civil (1977-1992, dos millones de minas en activo aún en zonas rurales) hace más apetecible y viable el experimento de creación de un «Estado islámico» en el norte, donde se concentra gran parte de su población musulmana.

El régimen surgido tras la experiencia de la guerra aún no ha olvidado la estrategia de aquellos años, cuando el partido en el poder, el Frelimo , marxista-leninista, dio alas al islamismo para atraerse a la minoría musulmana frente a la mayoría católica. Hoy, aquella funesta fórmula, y la pobreza rampante, han sedimentado en forma de yihadismo.

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