Macron frena el intento de May de puentear a Bruselas en el Brexit

El presidente francés se niega a a la «premier» británica al negarse a tras recibirla en su residencia de verano La primera ministra británica, más aislada tras visitar al presidente francés en su residencia de verano en busca de apoyos a su plan de salida de la UE

Emmanuel Macron recibe a Theresa May en el fuerte de Bregançon, residencia presidencial de verano Afp

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Criticada por todas partes por querer al mismo tiempo -como se dice en francés- la mantequilla y el dinero de la mantequilla, la primera ministra británica, Theresa May , intenta convencer a los líderes europeos de que su plan para el Brexit es viable tanto para el Reino Unido como especialmente para Europa. May habló ayer por teléfono con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker , justo antes de reunirse con Emmanuel Macron en la residencia veraniega de Fort de Brégançon. A pesar de las buenas maneras y de esa llamada previa a Bruselas, la reunión pretendía realmente puentear a la Comisión dirigiéndose directamente al presidente francés.

A todas luces no ha tenido ese efecto, puesto que fuentes del Elíseo habían adelantado que no pensaban hacer nada que comprometa las negociaciones y que Macron había decidido que no se informaría del resultado de este encuentro, precisamente para no dar la impresión de que se está tramando algo a espaldas del negociador europeo, Michel Barnier.

May está cada vez más aislada y débil en el asunto del Brexit y después de los últimos acontecimientos en Londres con las disimisiones de su negociador, David Davis, y de su ministro de Exteriores, Boris Johnson , lo único que se puede decir con toda seguridad es que ahora mismo no hay una mayoría en Londres para respaldar ninguna de las opciones: ni para apoyar un Brexit duro como predican los más radicales, ni para plantearse una vuelta atrás, ni mucho menos ratificar el difuso plan que ha planteado la propia primera ministra, que Europa ha dicho que no es lo bastante concreto para poder negociar con él.

Un difícil acuerdo

De ahí se deduce que si no media un milagro, se llegará al 29 de marzo de 2019, cuando se producirá de forma automática la salida del Reino Unido de la Unión Europea , sin ningún acuerdo previo, lo que puede llevar a una situación extremadamente complicada, sobre todo para los británicos. Este es, en el fondo, el único argumento de May para pedir a los europeos que den muestras de flexibilidad para permitirle encontrar una base para apoyarse en la recta final de las negociaciones.

Su actual ministro de Exteriores, Jeremy Hunt, concedió una entrevista al diario francés «Le Figaro» para intentar preparar el terreno, explicando que si la parte comunitaria no cede en sus posiciones, la opinión pública británica podría reaccionar volviéndose extremadamente antieuropea, lo que haría muy complicado mantener la cooperación en otros campos, como el de la defensa, que es extremadamente importante para Francia. Es realmente paradójico, por no decir patético, leer los argumentos de Hunt para justificar la necesidad de ese partenariado entre el Reino Unido y el resto de Europa («el mundo es cada vez más inestable, Rusia nos amenaza, China va a ser en 30 años la primera economía del mundo por encima de EE.UU.»), en el mismo texto en el que sostiene la necesidad de que su país abandone la UE. Lo único razonable en su discurso es la apelación al pensamiento del general De Gaulle sobre que «es muy probable que los británicos no se sientan cómodos dentro de las instituciones europeas». El tiempo ha demostrado que tenía razón, pero haber tardado 40 años en reconocerlo hace imposible el divorcio.

Sus propias reglas

Lo que May quiere es que el Reino Unido tenga acceso al mercado único para las mercancías, mientras renuncia a la libre circulación de servicios y, por supuesto, de personas. Barnier le ha dicho que es posible, pero que eso solo puede hacerse si acepta las reglas que marquen las instituciones europeas, porque estas están obligadas a proteger a los consumidores comunitarios. Sin embargo, May quiere reservarse a su vez la capacidad de establecer sus propias reglas y de fijarlas en relación a su comercio con terceros, lo cual es imposible.

El punto donde todos los caminos se encuentran es en la frontera irlandesa, donde chocan dos compromisos que se excluyen mutuamente. El Reino Unido se comprometió en su día a que no hubiera una frontera real entre la provincia de Irlanda del Norte y la República de Irlanda . Pero toda la cooperación para ello está basada en la legislación europea, de modo que la única solución para evitar que se vuelva a levantar esa frontera es que sea el propio Gobierno de Londres quien levante una -o al menos un control aduanero- entre la isla de Gran Bretaña y la de Irlanda, lo que es a su vez del todo inadmisible para los británicos.

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