Macron se enfrenta a los reproches de los obreros de una fábrica cerrada

El presidente se defendió de la acusación de haberlos abandonado e insistió en que «echar las culpas al Estado es demasiado fácil»

Macron conversa con los obreros de la fábrica de Amiens AFP

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Primer «bombero» político nacional, Emmanuel Macron comienza a correr riesgos físicos intentando apagar personalmente, a pie de crisis, algunos de los incendios sociales que se multiplican en toda Francia.

Sin miedo al abucheo, protegido por su tradicional servicio de seguridad, hercúleo, el presidente de la República no dudó en presentarse la mañana del viernes , en Amiens, su ciudad natal, en los alrededores de la fábrica de electrodomésticos «Whirlpool», en proceso de liquidación, para dar la cara ante un impresionante cortejo de sindicalistas, «chalecos amarillos» de ultra izquierda y obreros en paro.

Macron ya estuvo a las puertas de «Whirlpool» hace dos años, en la recta final de su victoriosa campaña presidencial . La empresa estaba entonces al borde de la bancarrota, pidiendo socorro financiero de urgencia al Estado.

Socorro obtenido, a última hora, entre el fin del mandato presidencial de François Hollande y los primeros meses del mandato presidencial de Macron. En vano. Dos años después, «Whirlpool» vuelve a estar amenazada de muerte , final: no hay clientes para sus electrodomésticos de «producción nacional».

Sindicalistas, «chalecos amarillos» de ultra izquierda y parados recibieron a Macron a gritos poco acogedores : «¡Embustero!». «¡Nos engañaste!»…

Momento delicado para los «gorilas» que acompañan a Macron. ¿Qué hacer? El presidente no se lo pensó dos veces. Se dirigió directamente a un grupo de obreros en cólera , dando explicaciones: «No fui yo quién os engañó. Yo dije la verdad. El empresario que se quedó con Whirlpool metió la pata. Dos años después, es demasiado fácil echar la culpa al Estado. Vengo a dar la cara, explicarme y escucharos...».

Macron pudo escuchar un interminable rosario de quejas, a voz en grito: «¡Nos toman por gilipollas! ¡Nos han engañado y siguen engañándonos!». Etcétera. Macron repitió sus argumentos: «No conozco de nada al empresario que ha metido la pata . El Estado ayudó a intentar salvar la empresa. Si no se hubiesen concedido las ayudas, se nos hubiese reprochado. Las cuentas se han verificado. Si alguien ha cometido faltas, será juzgado y condenado. Ya está bien de paranoia...».

Cuando los «chalecos amarillos» denunciaron a gritos la «represión policial», Macron les respondió: «Nadie pone en duda el derecho a manifestar. Pero las violencias callejeras son intolerables . No hay libertad sin orden público en la calle. Hay libertad de opinión, pero no hay libertad de vandalismo».

Quizá nadie convenció completamente a nadie. Pero…

Macron ha dado la cara , en el cuerpo a cuerpo con un grupo de parados en cólera, «chalecos amarillos» e izquierdistas radicales.

El presidente de la República es muy consciente que Francia es víctima de inflamables ataques de angustia social , de muy diversa índole. E intenta desactivar personalmente esos campos de minas políticas y sociales haciendo «gestos» presupuestarios y dando la cara, personalmente. ¿Será suficiente?

El próximo 5 de diciembre está prevista una gran jornada de huelgas y manifestaciones nacionales. Macron teme la «convergencia» de conflictos («chalecos amarillos», personal hospitalario, sindicatos contra la reforma de las pensiones, estudiantes). El cuerpo a cuerpo de Amiens solo es el prólogo a batalla mucho más duras.

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