Varios niños se cubren con mantas en el puerto de Lesbos
Varios niños se cubren con mantas en el puerto de Lesbos - AFP

Lesbos: confinados en tierra de nadie

Muchos españoles y Cáritas Grecia ayudan a los más de 4.000 refugiados en la isla

ENVIADA ESPECIAL A LESBOS Actualizado: Guardar
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Lesbos ha cambiado mucho en poco tiempo. Es una preciosa isla del Mar Egeo, a pocas millas de la costa turca, famosa por la calidad de su aceite de oliva y productos agrícolas, y sobre todo por su belleza natural, que la han convertido en destino predilecto de miles de turistas. A esta isla llegaron miles de familias griegas expulsadas de Turquía en el año 1.922 que volvieron a empezar su vida en suelo heleno, algo que nadie olvida. «Ahora en solo tres años todo ha ido a peor; primero por la crisis económica y ahora por los refugiados», lamenta Barbara Gkigkilini, la editora del diario Politiká de Lesbos.

Más de cuatro mil refugiados están varados y olvidados en Lesbos, y más de cincuenta mil en toda Grecia.

El proceso para identificarlos y decidir si serán devueltos a Turquía o tendrán derecho de asilo y podrán reunirse con su familia en Europa se retrasa cada día mas. Y en la costa turca, más de trescientas mil personas esperan para cruzar el mar. A lo largo de 2015 llegaron ochocientas mil personas a la isla y varios miles más en enero y febrero. A partir del 20 de marzo, cuando entró en vigor el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, todo cambió y ahora llegan menos de quinientos a la semana: familias sirias, afganas, iraquíes, somalíes y eritreas que con niños pequeños y sus ancianos dejan todo atrás para buscar paz y trabajo en Europa. Pero también muchos hombres jóvenes que viajan solos, provenientes de países como Pakistán, Marruecos, Argelia, Libia y Yemen, además de los sirios y afganos.

Robos y peleas

Angelos Muzalas, que vive a pocos metros del puerto con su familia, está indignado. «Esto no es inmigración, esto es una invasión. Todos ayudamos a las familias, a las madres con niños, les damos comida, agua, lo que podemos. Pero nos hemos convertido en una colonia. Nadie nos dará una compensación por lo que destruyen los hombres jóvenes, sobre todo los afganos que se pelean con los sirios. Tengo una propiedad cerca de Kará Tepé (un centro de acogida de la municipalidad para familias) donde han quemado edificios y a mí me han matado las cabras para comérselas… Y tengo miedo por mis hijas». Delante de su verja pasan constantemente hombres jóvenes desocupados, sin dinero, esperando poder abandonar la isla cuando se lo permitan las autoridades. La otra posibilidad es huir escondidos en camiones que suben al ferry, pagando 500 euros para llegar al Pireo.

Las mujeres que viajan solas o con niños, ancianos y enfermos, son enviadas lo antes posible al campamento de Kará Tepé. Este campo abierto pertenece a la municipalidad de Mitilini y lo dirige Stavros Miroyanis con sensatez y eficacia. Reina la calma, hay actividades, clases, cine por las noches en farsí y en árabe con subtítulos en inglés y ayuda puntual y ordenada de veinte ONGs. Entre ellas, Cáritas Grecia y sus asistentes sociales entrevistando a familias para conocer sus necesidades, tanto sanitarias como legales y durante meses repartiendo ayuda material. Maritina Koraki comenta el deterioro de la población refugiada, la buena colaboración que existe ahora entre todos (en el 2015 la ayuda era caótica) y lo complejo que es el proceso legal. Una de las aportaciones mejores de Cáritas Grecia, apoyada por otras europeas y norteamericanas, es la continua acogida de mas de doscientas personas vulnerables en un hotel cercano.

Viaje angustioso

Eleni Diamandopulu cuenta cómo el año pasado se ofrecía hospitalidad de dos o tres días, para descansar y continuar el viaje. Ahora las familias más vulnerables esperan la resolución de su solicitud en seguridad, casi «como en casa», con atenciones, clases y actividades para niños y mayores. Suha, una madre palestina cuyo esposo fue degollado por Daesh mientras vivían en Siria con sus cuatro hijos menores, cuenta a ABC su angustioso viaje con los niños, cómo llegó a Lesbos al tercer intento en una barcaza de doscientas personas, el miedo en la travesía con fuerte viento y oleaje. Y su noche en el campamento de Moria, donde «dos internos intentaron violarme a mí y a mi hija de 14 años: ahora sólo pienso en irme legalmente a un país donde mis hijos puedan volver al colegio».

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