John F. Kennedy: el mito que ganó las batallas tras su muerte

Presidente de Estados Unidos (1961-1963)

Kennedy, en el verano de 1962, navegando en Rhode Island (EE.UU.) EPA
José María Carrascal

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«Lo mejor que le pudo pasar a Kennedy fue que le pegaran un tiro». La brutal frase se la oí a un veterano periodista norteamericano a poco de llegar a Estados Unidos, hace medio siglo. Entonces no la entendí, como ustedes tampoco entenderán, aunque espero entiendan al final de esta mini biografía. Segundo hijo de una familia de nueve hermanos, cuyo patriarca llegó a ser uno de los hombres más ricos del país con todo tipo de negocios, sobre todo especulativos, Roosevelt le encargó acabar con estos, antes de enviarle a Irlanda como embajador. Su mayor ambición era que uno de sus hijos llegara a Presidente. El primogénito, Joseph, estaba destinado a ello, pero murió en la II Guerra Mundial , así que el siguiente, John, que mandaba una patrullera en el Pacífico, asumió el destino. También estuvo a punto de morir cuando ésta fue hundida por los japoneses. Estudió en los mejores colegios ingleses y americanos y su padre se preocupó de encauzar su carrera política, primero, como congresista por Massachussetts, luego como senador. En 1957 gana el Premio Pulitzer con Perfiles de Valor.

Portada del triunfo electoral de Kennedy, el 10 de noviembre de 1960. No pudo acabar su mandato: murió asesinado el 22 de noviembre de 1963.

Comienza a hacer historia cuando, en 1960, derrota al favorito, Richard Nixon, convirtiéndose en el presidente más joven, el primer católico e irlandés. En su discurso de investidura lanza La Nueva Frontera, que electriza a un país de pioneros y, rodeado de las mejores mentes, formula una «nueva política norteamericana» exterior (contención del comunismo que avanzaba en todos los continentes) e interior (acabar con la discriminación racial). Sufre, sin embargo, un revés apoyando la fracasada invasión de Cuba en la Bahía de los Cochinos y aunque logra que los rusos no instalen misiles en la isla, es a cambio de comprometerse a que no haya otras invasiones, lo que significaba dejar a Cuba en la órbita soviética. Más grave es que inicia el envolvimiento norteamericano en Vietnam, que acabaría como acabó. Tiene un minuto de gloria ante el Muro, proclamando «¡Soy un berlinés!» , pero el Muro continuó. Con sus reformas internas ocurre algo parecido: son tumbadas en el Congreso o no son puestas en práctica. Cuando se acerca la reelección, la cosa va tan mal que su vicepresidente, Johnson, le dice que tiene que ir a Texas para levantar los ánimos. En Dallas le pegan los tiros. Y entonces, sí, entonces, el shock, el horror, la mala conciencia de sus compatriotas son tales que le convierten en mito, en leyenda. Y todos los programas que no pudo poner en práctica en vida los convirtió en realidad su sucesor sin esfuerzos. Bien puede decirse que John F. Kennedy, como el Cid , ganó batallas después de muerto. Cuarenta años después, un afroamericano llegaba a la Casa Blanca. Ahora entenderán la frase de mi colega estadounidense.

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