Los «Jabalíes Salvajes» ganan en la cueva de Tailandia el partido de sus vidas

Rescatados de la cueva de Tailandia donde pasaron 17 días, varios niños y su monitor arrastran una vida de penalidades que les han fortalecido

Vídeo: Escuchamos a los niños tailandeses por primera vez tras el rescate / Foto: «Bew» y los otros rescatados dan las gracias y dicen lo que quieren comer cuando les den el alta EFE / ATLAS
Pablo M. Díez

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Sin haber dejado atrás aún los dulces días de la infancia y la adolescencia, ya han sufrido más que la mayoría en toda su vida. El angustioso rescate de los doce niños atrapados con su entrenador de fútbol en una cueva de Tailandia es el último capítulo, con final feliz esta vez, de una dura existencia marcada por la fatalidad.

A sus 25 años, el monitor, Ekkapol Chantawong , es huérfano desde los diez, cuando su padre murió solo tres años después de que una enfermedad se llevara también a su madre y a su hermano pequeño. Internado a los once años en un monasterio budista, seguramente el único lugar donde podía asegurarse la subsistencia, fue novicio hasta los 21. A pesar de colgar la túnica azafrán, siguió viviendo en un templo donde ayudaba a los monjes y se unió a su mentor, el entrenador «Nop», para formar a un equipo de fútbol juvenil: los «Jabalíes Salvajes» de Mae Sai , al norte de Tailandia en plena frontera con Myanmar (nombre oficial de la antigua Birmania).

Con edades comprendidas entre los 11 y 16 años, allí juegan los doce muchachos con los que «Ek» se quedó encerrado en la caverna de Tham Luang el pasado 23 de junio, cuando una repentina tormenta la inundó impidiéndoles la salida. Cobijados en una gruta a 600 metros de profundidad y cinco kilómetros de la salida, se pasaron diez días casi sin comida hasta que los hallaron dos buzos británicos.

«No incumplieron las normas porque los carteles de peligro recomendaban no entrar en la cueva de julio a noviembre, durante las lluvias del monzón, pero tememos que pueda tener problemas», explican a ABC sus dos tías adoptivas, Anporn Sriwichai y Tham Guntawongse, madre del entrenador «Nop». Con una amplia sonrisa iluminándoles el rostro por el éxito del rescate, atribuyen con orgullo la supervivencia de los niños a “Ek”, quien “racionó la comida dándoles su parte y les enseñó a ahorrar sus fuerzas y a calmarse meditando”. Pero, con humildad, insisten en que « no es un héroe, solo hizo lo que debía ».

Etnias birmanas

Tal y como recuerda Anporn Sriwichai, «se ha hablado mucho de por qué entraron en la cueva, si fue para celebrar el cumpleaños de uno de los niños o por otro motivo, pero lo único que quería ˝Ek˝ es que fueran fuertes física y mentalmente y hacer algo divertido». Una filosofía que les había llevado a explorar otras veces las entrañas de Tham Luang y que, en esta ocasión, casi les cuesta la vida.

Tras su arriesgado rescate a través de un oscuro laberinto de grutas estrechísimas, algunas inundadas, el entrenador y los niños se recuperan en el hospital de la capital provincial, Chiang Rai. En un vídeo grabado por las autoridades, donde se les ve en sus camas del hospital con el rostro tapado por una mascarilla quirúrgica, uno a uno van dando las gracias por haber sido salvados. “Estoy bien y quiero comer arroz con cerdo a la parrilla”, dice Pipat Pothi, de 15 años, mientras Dul dice preferir el pollo frito del KFC y enseña los dibujos que ha pintado de sus amigos. Al no haber contraído ninguna infección en la cueva y encontrarse bien de salud, el ministro de Salud tailandés, Piyasakol Sakolsatayadorn, anunció ayer que todos ellos serán dados de alta la próxima semana, según informa Reuters.

Protagonistas de un drama emitido en directo que ha tenido a todo el planeta con el corazón en un puño, a «Ek» y al equipo de fútbol de los «Jabalíes Salvajes» les aguarda el regreso a su vida cotidiana convertidos en celebridades. Para empezar, la FIFA los había invitado hoy domingo a la final del Mundial en Moscú, pero no podrán acudir por no hallarse todavía en condiciones. De todas maneras, tampoco podrían hacerlo aunque estuvieran ya recuperados porque ni el entrenador ni tres de los chavales tienen pasaporte tailandés. Pertenecientes a distintas etnias de la convulsa Birmania, forman parte del casi medio millón de refugiados (tres millones según algunas ONG) que se mueven en la sombra de la alegalidad en este país.

Junto al monitor, que procede de la minoría “Tai Lue”, el otro caso que más ha llamado la atención mediática es el de Adul Sam-on, de 14 años. Huido desde los seis del Estado Wa, una zona de Birmania controlada por una guerrilla que se financia con el opio del “Triángulo Dorado” y recluta a “niños soldado”, Adul fue quien habló en inglés con los buzos británicos que encontraron al grupo. También utilizó este mismo idioma en el vídeo grabado ayer en el hospital. Además, domina el tailandés, birmano, mandarín y wa, lo que le convierte en uno de los mejores alumnos de la escuela Ban Wiang Phan, donde el 20 por ciento de sus estudiantes son también apátridas. Criado en una iglesia baptista, donde su familia lo entregó por no poder cuidar de él, Adul se ha ganado una beca para estudiar gratis y comer en el colegio gracias a su brillante expediente académico y deportivo.

Sin papeles de ningún país, su caso ha conmocionado a la sociedad tailandesa, que ha abierto del debate sobre su legalización pese a los fuertes recelos contra los inmigrantes de los países vecinos. Frente a las voces pidiendo que se les conceda la ciudadanía a estos apátridas, el gobernador de Chiang Rai, Narongsak Osottanakorn, ya ha dejado claro que «cualquier proceso de regularización debe hacerse conforme a la ley».

Fortalecidos desde pequeños por las más crueles penalidades, el entrenador «Ek» y los jóvenes futbolistas de los « Jabalíes Salvajes » han sobrevivido 17 días atrapados en la cueva de Tham Luang para ganar el partido de su vida.

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