Entrevista a Delphine Minoui

«En Irán hoy más vale ser judío que suní»

Dephine Minoui, corresponsal franco-iraní, de «Le Figaro», relata su vida bajo el régimen de los ayatolás a pocos meses de unas nuevas elecciones presidenciales tras el periodo reformista de Hassan Rohaní

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Un tribunal de Arabia Saudí ha condenado a muerte esta semana a 15 saudíes acusados de espiar para Irán, el gran enemigo de la monarquía wahabí. Estos quince conciudadanos pertenecen a la minoría chií, repudiada por Riad en plena guerra entre las dos potencias por la supremacía de poderes e influencias en la región. Teherán no se libra de ese sectarismo, pero a la inversa. «En Irán es preferible ser judío antes que suní», explica a ABC la periodista franco-iraní Delphine Minoui (1974), corresponsal de Le Figaro en Oriente Medio, asentada hoy en Estambul, pero que durante más de una década vivió en Irán como periodista. Ha presentado en el Instituto Francés de Madrid su último libro «Le escribo desde Teherán» («Je vous écris de Téhéran», Ed.

Seuil) donde cuenta la búsqueda de sus raíces iraníes al ser hija de un matrimonio mixto.

Seducida por la cultura persa desde la poesía hasta las noches de Teherán, Minoui presenció con poco más de veinte años la ligera apertura del país con el reformista Khatami (en el poder desde 1997 hasta 2005), «amarga» sorpresa para los halcones conservadores. Pero tras las luces, la más profunda oscuridad. Después de sus dos mandatos de cierta apertura, Mahmud Ahmadineyad llegó al poder en 2005, aupado por millones de iraníes pobres, frustrados porque ese creciente liberalismo no les mejoró sus vidas. Gobernó ocho años con mano de hierro. A golpes con Israel y Estados Unidos por su programa nuclear, su reelección en 2009 vino acompañada de masivas protestas y acusaciones de fraude electoral. Ahmadineyad sumió a la sociedad iraní en un dañino repliegue identitario que vapuleó las esperanzas de cambio en el país. Le sucedió el clérigo Hassan Rohaní, otro reformista, que en los últimos tres años y medio ha aliviado la represión de su predecesor y ha lavado la cara del «Gran Satán», quizá a causa de las revueltas árabes, la situación de Siria o Yemen y su perfil negociador con Occidente refrendado con el acuerdo nuclear. Al igual que Francia, en unos meses Irán vivirá otra campaña electoral para elegir un nuevo presidente. Y este deberá lidiar con su homólogo estadounidense, Donald Trump, que ha condenado tanto el pacto nuclear como el acercamiento de Washington a Teherán. Los vaivenes del infinito efecto «yo-yo» de la República Islámica pueden añadir aún más tensión a Oriente Medio.

Escribe en el libro que cuanto más le maltrataba Irán, más lo apreciaba, «como una mujer vencida que rechaza reconocer sus cicatrices». ¿Por qué lo sentía así?

Al instalarme en Irán desarrollé una verdadera unión con este país porque es el de mis orígenes y, al cabo de los años, me he «iranizado» muchísimo como si se tratara de un virus (la 'iranita', dice). Esa unión ha sido tan fuerte que, a pesar de los obstáculos, a pesar de la presión de los servicios secretos, del arresto de mis amigos, de las dificultades del día a día, no conseguía alejarme. No he podido renunciar a renovar la parte invisible de mi cultura, cuanto más recibía esa presión, más me obstinaba en seguir el ejemplo del coraje de los iraníes, su modelo de bravura. Yo con el pasaporte francés no quería hacer la maleta e irme pese a los problemas, no quería divorciarme.

Me he empapado de su cultura a partir de la lengua al leer e interesarme la poesía iraní. Hay dos formas de integrarse en otro país: vivir en una burbuja con otros expatriados o una inmersión total, vivir totalmente como una iraní. Me he contagiado de esa cultura de la resistencia. Nada te sale gratis en Irán, vas a una cena, que siempre es clandestina, y te acostumbras a ese miedo por el que viene la policía y puede arrestarte. A fuerza de experimentar eso, desarrollas una cierta tolerancia al riesgo y al miedo. He adoptado eso, y creo que me he puesto en la piel de una iraní que ha vivido toda su vida en Irán.

Como mujer acostumbrada a las condiciones de vida de Francia, ¿no vio perdidos sus derechos más fundamentales durante sus años en Teherán?

Cuando vives en Irán debes aceptar las obligaciones del país, como mujer, el velo es obligatorio, si sales a la calle tienes que ponerte el hiyab porque no tienes otra opción. Eso lo he aceptado porque no me quedaba otra para vivir en el país.

Usted llegó a Teherán sintiéndose francesa al cien por cien, casi ajena a sus raíces. Fue solo a partir de 2009, después de una década en Irán, cuando dice que por fin comprendes la realidad del país. ¿Cree como proclama la propaganda extremista que Francia representa la decadencia de Occidente?

La imagen de decadencia de Occidente está vehiculada por el poder. Frente al Irán de los buenos valores y de la moral islámica, está Occidente del gran satán americano y los pequeños satanes Reino Unido y Francia. Para los conservadores, este último país representa la nación donde las mujeres frecuentan varios hombres antes del matrimonio… pero la sociedad tiene otra idea de Francia, como un modelo de libertad de expresión, una democracia que deja a las mujeres vivir libremente sin represión.

Con el Sha, «los iraníes bebían fuera y rezaban dentro de casa» y tras la Revolución, esto pasó a ser al revés. Luego relata la intimidad del soldado basij (milicias subordinadas a la Guardia Revolucionaria Islámica) con profundas contradicciones. ¿Cómo ha vivido estas dos realidades?

Esto me sorprendió bastante cuando llegué a Teherán, donde mucha gente vive dos mundos paralelos. Tengo la impresión de que cada iraní lleva una máscara distinta dependiendo del sitio al que va. Me he dado cuenta que mi generación, la de después a la revolución, ha crecido así. La integración a este país va ligada a esta forma de vida esquizofrénica. Esa cultura de fuera y de dentro: la mujer en el interior, que no se debe maquillar, nada de minifaldas, no mirar la televisión por cable, que está prohibida, pero también pedir por teléfono móvil películas de Hollywood grabadas de forma clandestina o pedir alcohol en botellas de plástico traídas en bolsas de la basura. Eso existe. Estas gentes y estas mujeres saben que al salir de casa tienen que comportarse de otra forma, evitar el maquillaje, la coquetería y prestar atención a lo que van a decir en público. Lo sorprendente es que al principio no sabía ni como ponerme el fular, prestabas mucha atención cuando te lo quitabas y luego te lo volvías a poner. Pero al cabo de un tiempo, me acostumbré tanto a esto que me ponía el fular ya sin darme cuenta al salir de casa Teherán. Era algo automático.

¿Esto es más político o cultural?

A día de hoy esto es muy político. Diría que más del 50% de los iraníes, si tuvieran la opción de elegir mañana, pedirían retirar el hiyab. Después de la elección de Rohani en 2013, considerado reformista, la mujer aprovecha esta aparente apertura para probar los límites. Volví a Teherán el pasado marzo y me impactó como el velo en las mujeres iba descendiendo poco a poco hasta convertirse en cada vez más más transparente y colorido. También muchas mujeres que conducen con el velo puesto y que se va deslizando poco a poco hasta que ve un puesto de policía, momento en el que se se lo vuelven a poner.

A finales de los noventa viajó a Irán para cubrir la llegada del reformista Khatami, después de él vino el «ogro» Ahmadineyad, que persiguió y castigó a periodistas como usted. Tuvo que abandonar el país en varias ocasiones hasta su marcha definitiva tras las protestas contra él en 2009. Después ganó el reformista Rohaní. ¿Ahora vendrá otro líder ultraconservador?

Es complicado. Es el Irán del «efecto yo-yo» y su sistema con fases de apertura sucedidas por otras de mayor hermetismo. Creo que esta vez no estamos ante la llegada de otro Irán ultraconservador viendo lo que viene de cara a las elecciones de mayo 2017. Coexisten dos aspectos: nacional y local. La gente con su voto va a recomponer o sancionar la política de Rohaní, cuya marca ha sido la negociación sobre lo nuclear. Luego está la dimensión internacional. Con su discurso provocador sobre Irán y en contra del acuerdo nuclear, el presidente electo Donald Trump puede influir negativamente en esta apertura de Irán: su postura puede hacer el juego de los ultraconservadores, que utilizan esa retórica como pretexto para hacer un repliegue identitario. Pero soy optimista, creo que no volveremos a un periodo como el de Ahmadineyad, pese a que puede haber un auge nacionalista. La sociedad tiene la experiencia del pasado, este activismo de estudiantes y mujeres que yo llamo la revolución invisible. Esa dinámica no va a perderse. Incluso si el gobierno toma una vía más conservadora y represiva, la gente ha aprendido a crecer con las prohibiciones y crear sus propias burbujas de expresión.

En los últimos años hemos visto noticias de jóvenes iraníes de Teherán muy activos en las redes sociales, pero esta realidad no tiene mucho que ver con el Irán de las zonas más rurales.

Los últimos años he constatado un verdadero fenómeno de uniformización entre el Irán de ciudad y el campo. Hay una urbanización galopante, también un enorme desarrollo de la educación y de la universidad, lo que hace que cuando vas a una localidad de provincia el modo de pensar es cada vez más similar al de Teherán. Marca mucho la total penetración de Internet gracias a que una gran mayoría de la población accede a la red; sin contar con los que poseen parabólicas prohibidas en barrios donde las camuflan en las terrazas, por lo que tienen siempre una ventana abierta a lo que pasa en otras partes del mundo.

Con Donald Trump, ¿peligra de verdad el acuerdo nuclear? ¿Puede perjudicar el curso de ese proceso de uniformización y progreso del que habla?

Trump puede poner en cuestión los acuerdos sobre lo nuclear, pero al mismo tiempo ha traído adquisiciones que son difíciles de cambiar. Además este acuerdo fue aprobado por los países del Consejo de Seguridad más Alemania, así que si aunque lo tumbara EE.UU. hay otros países envueltos en esta decisión. Aunque creo que es demasiado pronto para posicionarse. Hemos visto en la campaña electoral que Trump ha jugado siempre con la provocación. Vivimos en un mundo con la moda populista provocadora: Putin, Erdogan, etc. Ahora veremos la verdadera política de Trump y el papel de Irán, que ya no es el único gran «conflicto» de la zona, sino que ahí están Siria o Yemen.

Más mujeres que hombres en las universidades

¿«Mató» Ahmadineyad esa disidencia 'underground' que relata en el libro?

No, no, existe todavía ese mundo de la transgresión, la noche de Teherán forma parte de la cotidianidad iraní aunque se redujera con Ahmadineyad, que aumentó el número de policías. En una fiesta en la que estaba apareció la policía y la gente empezó a saltar al jardín. Murió una persona. Eso existe, pero las fiestas siguen, hay una gran parte de la juventud que ha terminado profundamente asqueada de la política y se refugia en el ocio. Está todo ese mundo que vive en su propia burbuja.

¿La existencia de Daesh ha «maquillado» el extremismo del gobierno iraní?

Hay dos tendencias en el islam: sunismo y chiismo. Esta última autoriza la interpretación de los textos religiosos, que puede ser positivo y negativo. La interpretación puede ser extrema e imponer la sharia, como cuando se lee que a un ladrón hay que cortarle la mano y que se debe aplicar. Luego están los reformistas que defienden que el Corán se ha escrito en una época distinta y que hay que adaptarse a los nuevos tiempos, en nombre de una nueva condición de vida moderna. En el lado suní es la voz del profeta Mahoma que debe aplicarse de forma literal. Y más allá de eso, está el extremismo de Daesh, que crucifica en la plaza pública a un hombre que fuma o a una mujer que lleva los labios pintados. Si se compara a Daesh con la República Islámica de Irán, esta última parece muy democrática. En Teherán puede verse ahora la retórica de que intervienen en Siria y en Irak para prevenirse de una amenaza suní extremista.

Pero esos jóvenes a los que usted cita rechazan otra revolución en Irán «para no repetir los errores de sus padres».

Esto no es uniforme, hay varias corrientes de pensamiento. Una parte de la juventud que cree todavía en la democracia islámica como defendía Khatami en aquella época, cuando se quiso ofrecer más derechos a las mujeres, aligerar la censura sobre los libros y prensa. Pero hay otros jóvenes que quieren un régimen religioso que debe persistir sin ser democrático porque sería contradictorio. En Irán se elige por sufragio universal al presidente, que está bajo control de un líder supremo nombrado por un consejo religioso y que hay que esperar a que muera para que sea reemplazado. Hay un debate en la Universidad y los círculos religiosos reformistas sobre la forma que podría tomar un futuro Irán: unos defienden un régimen parlamentario, otros, uno presidencial. También están los que no quieren ir muy rápido y los que creen que se debería reemplazar al líder supremo por una especie de consejo de vigilancia formado por religiosos que tienen el derecho de mirar lo que hace el presidente pero que no impone todo desde arriba. Irán es uno de los pocos países donde hay debates sobre si la democracia puede funcionar en un país musulmán: se ha visto en varios países sobre todo con la experiencia de la primavera árabe donde el islam democrático se ha desviado al extremismo o se ha tumbado con un golpe de Estado. Mohamed Morsi fue elegido democráticamente en Egipto liderando a los Hermanos Musulmanes pero no estuvo ni un año por el golpe de los militares, que tenían miedo de lo que pudiera traer. Entonces, ¿es hoy Irán el único país donde existe esta experimentación y este debate de democracia e islam?

Usted destaca el rol esencial de las mujeres iraníes y su valentía. ¿Son ellas la esperanza de Irán? ¿O es una visión demasiado optimista?

La iraní es una sociedad muy femenina porque las mujeres están en todas partes, no es para nada como Arabia Saudí, donde aún se lucha para que un día tenga la mujer el derecho a conducir. En Irán hay mujeres taxistas, también están en el parlamento; en la sanidad hay doctoras y directoras de hospitales. Luego, hay más mujeres que hombres en la universidad. Si se encontrara el mismo porcentaje en la vida activa, se tomaría mayor conciencia. El movimiento femenino y feminista es un buen barómetro del cambio, sobre el rumbo tomado por la sociedad iraní. Esto es lo que llamó la revolución invisible, que no es flagrante y no te das cuenta la primera vez que vas a Irán porque ves a todas las mujeres con velo, pero esa realidad está ahí. Solo hay que mirar más allá.

¿Están ahora las minorías religiosas menos perseguidas en Irán? ¿Y los homosexuales?

Se espera que en Irán las minorías sean reprimidas, pero lo que me ha marcado es que hay un cierto espacio de expresión, ya que cada una tiene representación en el parlamento. Están por un lado las minorías aceptadas, como la judía y en cierto punto la cristiana. Hay sinagogas en Teherán, no viven como los que están en Egipto, que tienen que esconderse. Por contra, las principales minorías en dificultades son el bahaísmo, o los suníes, que representan al 10% de la población, unos 7 millones. En Irán hoy más vale ser judío que suní por esta guerra de influencia entre Arabia Saudí e Irán… Por desgracia, la situación de los homosexuales es muy difícil hoy, los derechos humanos están muy lejos de cumplirse en Irán.

Los dos favoritos para ganar las elecciones en Francia, François Fillon y Marine Le Pen, consideran el islam como un problema para el país. ¿Usted lo ve así?

No es solo Francia, se ve en otros países. Desgraciadamente vamos a un repliegue identitario, que es también un éxito de Daesh; creo que no hay que ceder a su presión. Francia vive una verdadera guerra de ideas: el grado de violencia es terrible y la campaña política es chocante. Se puede ver en las primarias de la derecha: ccmo se ha denigrado a Alain Juppé frente a Fillon. Sus contrarios le han llamado Ali Juppé, difundiendo una imagen suya trucada en la que aparece con la típica barba salafista y todo porque ha construido una mezquita en Burdeos, donde es alcalde. Hay mucha desinformación en esto. Los imanes en Burdeos son los más reformistas y abiertos, el ISIS los ha amenazado pero luego se dice que Juppé es salafista.

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