La inmigración da alas a la derecha radical y pone en jaque a la vieja Europa

Los buenos resultados obtenidos por estas formaciones fractura al Partido Popular Europeo

Manifestantes participan en una protesta del partido AfD en Kothen ABC

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La crisis de la inmigración es sin duda el problema más importante para la Unión Europea. El Parlamento Europeo ha puesto en marcha por primera vez el mecanismo de sanciones , concentrado en el artículo 7 de los Tratados, contra un país como Hungría por negarse a recibir refugiados; los ministros de Luxemburgo e Italia se han llegado a insultar a viva voz en una reunión del Consejo y los sondeos prevén que en las elecciones europeas los partidos radicales de derecha recogerán los votos de una parte cada vez más relevante de las sociedades europeas que contempla con inquietud el futuro.

La cuestión choca con los principios básicos de la fundación de Europa, o tal vez con la interpretación acumulativa que se ha hecho de los mismos a lo largo de los últimos setenta años. De una manera o de otra, la cuestión se ha puesto sobre la mesa y va a decidir a corto plazo el futuro de Europa.

Es difícil identificar el auge de este tipo de partidos ni con la historia de cada país ni con la situación más o menos afectada por la violenta crisis económica. En Grecia, el país donde tal vez más severas han sido las consecuencias del hundimiento de la economía, no ha habido problemas sensibles con los refugiados. Sin embargo, en Alemania, una economía que ha atravesado con holgura el periodo en el que la mayoría de sus socios se tenían que apretar el cinturón, la emergencia de «Alternativa para Alemania» (AfD) se percibe como la principal amenaza para un panorama político que duraba desde el fin de la guerra. En Francia, país central y fundador de la UE, el antiguo Frente Nacional flirtea con su salida de la UE. En fin, hasta en los apacibles países nórdicos, paraíso acaudalado de la socialdemocracia, emergen fuerzas que desafían al centro derecha tradicional. La situación que se ha visto en muchos países, como Holanda o Austria, donde ha sido necesario contar con estas formaciones para lograr un Gobierno estable, puede darse en las elecciones europeas de mayo del año que viene. Actualmente, los eurodiputados que pueden encuadrarse en movimientos claramente nacionalistas o radicales de derecha sumarían cerca de 170 escaños, bastante cerca de los 191 de los socialistas. Muchos se preguntan ahora qué pasaría si además un partido como el del húngaro Viktor Orban , Fidesz, decidiera dar el paso y abandonar el grupo Popular, como le ha sugerido Christian Strache, vicecanciller austriaco y líder del Partido Liberal (FPÖ).

Elecciones en Baviera

La clave en este proceso puede empezar a entreverse en las elecciones de este 14 octubre en el estado Libre de Baviera, donde un partido como la Unión Cristianodemócrata (CSU) ha ganado siempre por mayoría absoluta desde hace más de cincuenta años y ahora espera ganar pero con un escueto -para sus registros habituales- 35%, para beneficio de AfD, que no tenía ninguna influencia en esta región. Y en este caso, si algo se le reprocha al líder saliente de la CSU y actual ministro del Interior federal, Horst Seehofer , ha sido precisamente haber sido más radical , incluso «políticamente incorrecto» en sus críticas a la política de puertas abiertas en materia de inmigración.

El resultado en Baviera tendrá sin duda repercusiones en la política alemana, porque obligará seguramente a los democristianos a tener que pactar también en Munich con los socialdemócratas, para no tener que hacerlo con AfD, lo que contaminaría la política a escala federal.

El voto del pasado pleno de Estrasburgo en el que se aprobó la puesta en marcha del artículo 7 para sancionar a Hungría puede considerarse también como un primer pulso entre las instituciones europeas y los Estados nacionales, cuya prevalencia absoluta defienden estas fuerzas de derecha radical.

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker , quiso distinguir en su discurso sobre el estado de la Unión entre nacionalismo y patriotismo, el primero excluyente y pernicioso, «que detesta al diferente, que solo buscan culpables en vez de buscar soluciones que nos permitan vivir mejor juntos», mientras alababa «un patriotismo ilustrado nacional y europeo, que no se excluyen uno a otro». Naturalmente, el discurso de Orban, pronunciado la víspera y que concluía con una apelación al patriotismo de una Hungría «que seguirá defendiendo sus fronteras».

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