Las huelgas en Bélgica atizan la diferencia entre flamencos y valones

Las protestas siembran el caos y la crisis mientras el primer ministro acusa a los sindicatos de tomar a los ciudadanos como rehenes

Corresponsal en Bruselas Actualizado: Guardar
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Apenas dos meses después de los ataques terroristas del 22 de marzo, Bélgica se encuentra sumida en una grave crisis social y política. Con medio país paralizado por las huelgas, muchos sectores de la población ya ni se escandalizan del hecho inédito de que este lunes en la ciudad de Mons se quemase públicamente una efigie del primer ministro, el liberal Charles Michel, que gobierna con una heterogénea coalición con los democristianos y los independentistas flamencos.

La parte más visible de la situación de descontento social son las huelgas de transportes, especialmente la de la compañía ferroviaria SNCB y los servicios públicos en Bruselas y la región valona, lo que mantiene a millones de personas en una situación de excepcionalidad y multiplica los atascos de tráfico en un país donde son una auténtica especialidad mundial.

«Yo entiendo que se puede criticar la acción de gobierno; es la democracia y lo respeto –dijo ayer Michel en una entrevista televisiva. «Lo que no acepto es que tomen como rehenes a los ciudadanos que trabajan, los estudiantes que aprueban sus exámenes. Mi mensaje a las organizaciones sindicales es que no sigan serrando la rama en la que se sientan».

El hecho de que las huelgas se concentren de forma tan evidente en la zona francófona de Bélgica supone un elemento político de gran envergadura. Porque alimenta la división entre las dos comunidades del país: la flamenca –que se supone laboriosa y más rica y que promueve las reformas que son objeto de las protestas– y la valona –a juicio de los nacionalistas flamencos «enferma de socialismo». Con poco tacto por su parte, Charles Michel llegó a decir ayer en su intervención televisada que está «luchando para que no seamos como Grecia o España dentro de algunos años».

La huelga más prolongada es la de los guardianes de prisión. Estos se quejan de los recortes presupuestarios que impiden una mayor contratación de personal, y que han obligado en algunos casos a poner a los militares a cargo de algunas cárceles. Teniendo en cuenta que el Ejército aún está desplegado en Bruselas como medida de protección antiterrorista, la situación de la capital de las instituciones europeas deja mucho que desear.

Pero hasta en este campo de las cárceles, la conflictividad acaba desembocando en el conflicto nacionalista. El ministro de Justicia Koen Geens (flamenco) ha llegado a un acuerdo con los sindicatos flamencos de funcionarios de prisiones, pero no ha accedido a las reivindicaciones de los sindicatos francófonos.

Ferroviarios enfrentados

En cuanto a los ferroviarios, la situación es aún más sorprendente porque mientras el ala francófona del sindicato mantiene la huelga, la parte flamenca de la misma organización la condena.

Los sindicatos protestan esencialmente por la reducción del presupuesto destinado a los servicios sociales, que tradicionalmenbte han sido uno de los orgullos de este país que, por otro lado, tiene una deuda pública proporcionalmente más elevada que la de España. Este desmontaje del estado del bienestar es uno de los objetivos explícitos del partido independentista flamenco NVA que controla el Gobierno federal. Su líder y actual alcalde de Amberes, Bart de Wever, ha hecho de la reducción de los gastos sociales su prioridad.

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