Ramón Pérez-Maura - HORIZONTE

El fruto de Lula da Silva

Lo que más cerca está de la ultraizquierda de la que venía Lula es la llamada ultraderecha en la que está Jair Bolsonaro

Ramón Pérez-Maura

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Tenemos reiteradamente sostenido en estas páginas que los resultados electorales son las más de las veces consecuencia de la gestión de los políticos salientes que han marcado la vida de un país a lo largo de años. Donald Trump ganó la Presidencia de los Estados Unidos contra las políticas de Barack Obama. Iván Duque ganó la Presidencia de Colombia contra las políticas de Juan Manuel Santos. Emmanuel Macron ganó la Presidencia de Francia contra las políticas de François Hollande. El doctor Sánchez simplemente no ganó nunca unas elecciones, dicho sea de paso.

Lo que vimos el pasado domingo en Brasil fue la victoria arrolladora de un político indeseable que ha sido aupado al poder -porque nadie puede dudar de que el 28 de octubre será elegido presidente por amplia mayoría- por los infinitos casos de corrupción que acumuló el Partido de los Trabajadores (PT) de Luiz Inácio «Lula» da Silva en dos mandatos en el poder. El daño que ha hecho Lula a la democracia brasileña ha sido inmenso. Estaba condenado en dos instancias por un caso de corrupción y aún así se empeñó en ser el candidato de su partido a la Presidencia, saltándose una ley que hacía inviable su candidatura y que ¡él mismo había promulgado! Ha quedado claro para todos que Lula hacía las leyes para que las cumplieran otros porque él se creía por encima de la Ley. Y al creerse inmune a toda legislación, él mismo estaba engordando la candidatura de Bolsonaro al que se las ponían como a Fernando VII.

La mejor prueba del desprestigio acumulado por el PT la dio el pasado domingo la expresidenta Dilma Rousseff, destituida el 31 de agosto de 2016 por corrupta. Ella intentó un regreso político al estilo del expresidente Fernando Collor de Mello, elegido en 1990 y destituido también por corrupción menos de tres años después. Pero Collor tuvo una pequeña reivindicación al ser elegido senador en 2006. Rousseff creía que podría hacer lo mismo y se presentó el domingo al Senado por el Estado de Minas Gerais, el segundo en población del Brasil tras Sao Paulo. Allí se elegían dos senadores. Ella quedó en cuarta posición con el 15,35 por ciento de los votos. La corrupción de Lula, Rousseff y el PT tuvo su momento de mayor exposición cuando el 16 de marzo de 2016 nombró a Lula jefe de la Casa Civil de la Presidencia (jefe de Gabinete) para intentar otorgarle una última inmunidad. Todo fue inútil: el nombramiento duró unas horas, Lula acabó en la cárcel y Dilma en su casa civil -sin mayúsculas.

Las manifestaciones homófobas, de exaltación de la violencia y de la dictadura militar brasileña no dejan lugar a duda. ¿Quiere eso decir que el 46 por ciento de los brasileños las comparten? Yo estoy seguro de que no. Pero también creo que el rechazo a la tan jaleada en Occidente figura de Lula y su movimiento político ha hecho a muchos votantes acudir a lo que tenían, ideológicamente más cerca. Porque como ya se demostró en Francia con el auge del Frente Nacional a costa del Partido Comunista Francés, lo que más cerca está de la ultraizquierda de la que venía Lula es la llamada ultraderecha en la que está Jair Bolsonaro. Hay responsabilidades de las que es imposible escabullirse.

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