¿Por qué una Gran Coalición es tan difícil en España cuando en Alemania ya ha habido tres?

La primera Gran Coalición de la República Federal de Alemania, entre 1966 y 1969, fue posible gracias a la evolución ideológica que el SPD había experimentado en la década anterior

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Silvia Nieto

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A la espera del resultado del voto de las bases del SPD, de una consulta que determinará si la Gran Coalición entre ese partido y el bloque conservador del CDU-CSU sale adelante, el futuro de Alemania sigue en vilo. Durante estos años, tanto en 2005 como en 2013, Angela Merkel se ha servido del acuerdo entre los dos grandes partidos para ser investida canciller . Una solución que no ha sido imitada en España, donde un pacto equivalente de gobierno entre el PP y el PSOE sería difícil de imaginar; así pudo comprobarse, al menos, por las declaraciones de Alfredo Pérez Rubalcaba o Mariano Rajoy luego de las elecciones generales de marzo de 2016, cuando ambos políticos desecharon esa posibilidad.

Lo cierto es que la Gran Coalición es una fórmula típicamente alemana, nacida en los años turbulentos de la Guerra Fría y en las circunstancias singularísimas que atravesaba esa nación partida en dos como consecuencia, en parte, de la Segunda Guerra Mundial. La República Federal de Alemania (RFA), una democracia liberal adscrita al bloque occidental y con una economía de libre mercado, había nacido en 1949, como también lo había hecho la República Democrática de Alemania (RDA), una democracia «popular» bajo el influjo de la Unión Soviética y regida, a pesar del colorete, por un partido único, el SED , que contaba, porque así estaba establecido, con un número fijo, y mayoritario, de escaños en la Cámara del Pueblo. El nacimiento del SED (en español, Partido Socialista Unificado de Alemania ) se había oficializado en el congreso celebrado en Berlín entre el 21 y el 22 de abril de 1946, y había sido posible gracias a la fusión entre los socialdemócratas y los comunistas del este, en una conjunción que pretendía lograr, según había afirmado entonces el comunista Walter Ulbricht , el «renacimiento del movimiento obrero alemán»; Ulbricht, gustoso beneficiario de ese «renacimiento», se había convertido, entre 1960 y 1973, en el máximo dirigente de la RDA como presidente de su Consejo de Estado. A él, tras el breve paso por el cargo de Willi Stoph , le había sucedido, en 1976, el durísimo Erich Honecker , alérgico a cualquier aperturismo, como el propuesto por el soviético Gorbachov, que resquebrajara a la RDA. Para el recuerdo, y como resumen de una época, queda retratado su beso con Brejnev, el mandatario soviético en una célebre pintura sobre los restos del Muro de Berlín.

El beso de Brejnev y Honecker

El viaje ideológico del SPD en la RFA fue muy distinto. Kurt Schumacher , líder socialdemócrata recluido, por el nazismo, en el campo de concentración de Dachau, se cerró en banda y se negó a repetir el experimento unionista de la RDA. El anticomunismo se adhirió al espíritu del SPD occidental, que mantuvo su autonomía y que siguió destilando su ideología de posos marxistas hasta el congreso de Bad Godesberg, un encuentro celebrado en Acceder al poder

La reforma del SPD de la RFA no solo fue fruto de las reflexiones ideológicas, sino también de fines pragmáticos. Desde el nacimiento del nuevo Estado, los socialdemócratas no habían alcanzado los resultados necesarios como para formar gobierno; de hecho, el partido no accedía a él desde el 27 de marzo de 1930 o, lo que es lo mismo, desde poco antes del final de la República de Weimar, del sistema político derrocado tras la subida, en enero de 1933, del nazismo al poder. Convenía, por tanto, volver a atraer a los electores. Los años 60 fueron una década de oro para conseguirlo, sobre todo por la crisis presuspuestaria y el incremento de la inflanción que sufría el país. Así las cosas, la Gran Coalición de 1966 nació con el reto de superar las convulsiones de ese periodo, teniendo también que lidiar con la izquierda antiparlamentaria, crítica con la aprobación de las leyes de emergencia que habilitaban al Gobierno para actuar en situaciones de excepción. Las muertes violentas de algunos militantes del movimiento tiñieron de sangre el final de la década de los 60 y anunciaron los años de plomo de la siguiente. Es el caso del líder estudiantil Rudi Dutschke, gravemente herido por un miembro de la extrema derecha el 11 de abril de 1968.

Para más inri, el por entonces canciller, el conservador Kurt Georg Kiesinger, tenía una biografía polémica. Miembro del partido nazi desde marzo de 1933, había trabajado en el Ministerio de Asuntos Exteriores del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial, a unque en 1944 había recibido la acusación de tener «tendencias políticas que podrían ser hostiles a la política exterior del Führer». Muy diferente era el itinerario biográfico de su vicecanciller, el carismático y socialdemócrata Willy Brandt. Brandt, que en realidad se llamaba Herbert, había militado en formaciones socialistas desde su juventud y luego, en 1933, se había exiliado a Noruega, donde había huido del regimen totalitario que se asentaba en Alemania. Además de vicecanciller, Brandt había desempeñado, en la Gran Coalición, el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Aunque cartera siempre clave, en un contexto histórico de Guerra Fría, y en un país como la República Federal de Alemania, el desempeño de esa responsabilidad era particularmente delicada y útil. Desde él pudo potenciar la «Ostpolitik» o política del este, una estrategia consistente en acercarse a las «democracias populares» de la órbita de la Unión Soviética con el objetivo de promover, en ellas, el cambio político.

Willy Brandt en 1972

Final de una edad de oro

La Gran Coalición terminó en 1969 y permitió al SPD demostrar que era un partido capaz de ponerse a las riendas de la RFA. De hecho, en las elecciones de ese año, Willy Brandt fue elegido como nuevo canciller; en esa ocasión, la coalición de gobierno se formó con el SPD y con los liberales del FDP, el tradicional partido bisagra. Comenzaron entonces años gloriosos para la socialdemocracia de la Alemania occidental, época dorada en la que Helmut Schdmidt, que subió a la cancillería en 1974 y que enfrentó una de las mayores crisis internas del país, la del terrorismo de la banda de extrema izquierda Baader-Meinhof, también fue protagonista. Hoy en día, la situación de la formación dista mucho de la de entonces. Martin Schulz, que concurrió como candidato del SPD a las elecciones del pasado año, se vio obligado a renunciar a la presidencia del partido por los decepcionantes resultados obtenidos en los comicios. «El SPD necesita una renovación», señaló entonces. Junto a las tensiones internas, el futuro del partido no parece muy halagüeño.

En Alemania, la Gran Coalición cumplió la función de solucionar la crisis económica, y fue posible gracias a la necesidad del SPD de acceder al poder para demostrar que lo podía detentar con éxito. Su remodelación ideológica y su abrazo al pragmatismo facilitaron que gobernara junto al CSU-CDU. En España, la capacidad de alcanzar un acuerdo de ese tipo, con un PSOE que se ha balanceado hacia Ciudadanos o hacia Podemos pero no hacia el PP, parece, al menos a día de hoy, imposible.

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