España y el «procés», espejo de las desigualdades y populismos que amenazan Europa

Al tiempo que renacen los nacionalismos europeos, la brecha entre las regiones más ricas y las más pobres de los países de la zona del euro ha aumentado desde el inicio de la crisis financiera

F.J. Calero

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«Como con la Liga Norte en Italia, son siempre las regiones más ricas las que reclaman la independencia. Casi parece escucharse la voz de la despreciable Margaret Thatcher (diciendo) ‘quiero que me devuelvan mi dinero», escribía la revista satírica Charlie Hebdo en un durísimo editorial contra el procés catalán. Cataluña representa el 20% del PIB y compite con Madrid como motor económico de España. Ante la angustia de los independentistas por lograr su República catalana, los corresponsales de medios extranjeros no se explican por qué querrían los ricos catalanes la secesión.

La crisis económica y las políticas de austeridad han minado la legitimidad de las instituciones europeas y españolas, propiciando el auge de populismos rupturistas. En Italia, las ricas Véneto y Lombardía organizaron hace un mes, a los pocos días del 1 de Octubre catalán, sendos referendos convocados por la Liga Norte para aspirar a una mayor autonomía financiera. «Estamos cansados de dar 80.000 millones de euros a las arcas del Estado», alegó uno de los líderes del partido xenófobo, Paolo Grimaldi, en una suerte de versión light del «Roma ladrona» que popularizó su partido en los años noventa para independizar de forma simbólica a lo que llaman la Padania .

Al tiempo que renacen los nacionalismos europeos, la brecha entre las regiones más ricas y las más pobres de los países de la zona del euro ha aumentado desde la crisis financiera, según un análisis reciente de «The Economist». El promedio que hace el semanario británico una decena de países occidentales, entre los que se encuentra España, muestra que la desigualdad regional estaba disminuyendo en los años previos a la crisis financiera de 2007-08, pero ha aumentado desde entonces. «En tiempos de austeridad y neoliberalismo (incluso en pleno auge de Alemania), donde se disputan los presupuestos de redistribución, infraestructura, educación, etc. Las regiones más fuertes no quieren subsidiar las partes más débiles del estado», dice a ABC el sociólogo alemán Oliver Nachtwey , especializado en desigualdad y que acaba de publicar el libro «La sociedad del descenso».

La globalización hace que las regiones ya fuertes sean más fuertes y las más débiles sean más débiles. En Alemania la región más próspera económicamente es Baviera, en el sur, y el estancamiento se registra en el norte y el este. Este comportamiento se repite en Italia entre el vigoroso norte y el frágil sur. Para Nachtwey, «Europa jugó un papel importante en influir a los políticos para implementar políticas neoliberales. La construcción de mercados libres sin una verdadera armonización social fue un instrumento adicional para producir relaciones laborales fracturadas en Europa». En Francia, Emmanuel Macron ha logrado su primera victoria en la Unión Europea con la reforma de la directiva para los trabajadores desplazados, que tendrán las mismas condiciones -sueldo incluido- que los locales. La reforma, rechazada por los países del Este porque estiman que esta medida perjudica la competitividad de sus economías, es un paso importante para detener competencia desigual de los bajos salarios transnacionales. Alabado fuera de Francia por su agenda profundamente europeísta, Macron se enfrenta cada día a una feroz oposición de gran parte del electorado galo e incluso en el seno de su propio partido. El joven dirigente visitó la semana pasada varios suburbios empobrecidos y decadentes ciudades industriales para acercarse al «pueblo» que lo llama arrogante y prometer inversiones con las que cambiar su imagen de « presidente de los ricos ».

Con la crisis económica, los viejos Estados europeos han tenido que enfrentarse a desafíos generados por la innovación tecnológica, la inmigración o el cambio climático, pero también a las demandas de las generaciones más jóvenes de querer formar parte de una manera más activa en la toma de decisiones. La falta de convergencia a nivel local, estatal y europeo ha alterado los cimientos de lo político. Para evitar la resurrección del Marine Le Pen y su Frente Nacional , hoy en horas bajas, el presidente francés ha lanzado su estrategia « La Europa que protege », cimentada en unas grandilocuentes promesas de mayor defensa de los intereses individuales. La globalización significó durante años el abaratamiento del comercio internacional y la desaparición de las fronteras, pero en la práctica, como subraya un largo artículo de The Guardian hace unos meses sobre este fenómeno, ha terminado suponiendo la deslocalización desde los países ricos donde la mano de obra era cara, hacia los países pobres, donde la mano de obra era más barata. Los habitantes de los países ricos tienen que aceptar entonces salarios más bajos para no perder sus empleos.

Pese a que la desigualdad de ingresos dentro de los países de la UE comenzó a caer en 2016, el 20% de los hogares más ricos tuvo unos ingresos 5,1 veces superior al 20% más pobre, y en España esa proporción está ligeramente por encima de seis veces y media, según un informe publicado por la Comisión Europea esta semana. Bruselas sitúa a nuestro país en la categoría de “situaciones críticas” junto a Bulgaria, Lituania o Grecia en cuanto a la brecha salarial, e incide en que aún no ha recuperado los niveles de igualdad por rentas de antes de la crisis. Existe una España rica y otra pobre marcada por el deterioro del mercado laboral: si Navarra y País Vasco cuentan con el porcentaje más bajo en riesgo de pobreza (el 9% según el INE), seguidas por Cataluña con el 13,2 mientras que en Andalucía, Canarias y Ceuta sobrepasa el 35%. «Una cosa es la igualdad y otra la pobreza. La eliminación de la pobreza depende mucho de políticas sociales, que son políticas estatales. La actividad económica es fundamentalmente actividad privada, hay regiones más ricas y otras más pobres, serán desiguales otra cosa es que la política estatal hagan que esta desigualdad llegue al umbral de la pobreza», sostiene a este diario el economista Fernando Ramírez , autor junto al también consultor César Molina s del libro «La crisis existencial de Europa».

El Estado de bienestar en España es universal: las autonomías cuentan con competencias en Sanidad y Educación pero no en seguros por desempleo, ni pensiones. «Si llego presupuestariamente agobiado la crisis la voy a gestionar mal porque no voy a poder invertir y gastar en ese momento. No es que los gestores que estén al frente durante la crisis lo estén haciendo mal, les ha dejado una mala situación los anteriores. Les ha ido mejor a los países que han podido invertir durante la crisis y reforzar la red de protección social de una forma más eficaz. La caja única de la protección social no puede depender de donde vivas. Lo que se mantiene a nivel local es aquello que esté más cerca del ciudadano», aseveran los economistas.

«Imposible gestionar una UE de 90 países»

Aun así, mientras que la diferencia de renta per cápita entre la región española más rica y la más pobre se ha mantenido sin sufrir grandes variaciones en los últimos quince años pese a la severa crisis española, en Reino Unido la brecha se ha disparado. De esta forma, que se mantengan o no lo las desigualdades entre regiones «no tiene mucho que ver con el grado de centralización o descentralización del Estado de bienestar», expone el investigador alemán. En Suecia o Francia, con un tipo más centralizado de Estado de bienestar, el aumento de la desigualdad ha sido moderado. «El aumento de la desigualdad en Gran Bretaña tiene mucho que ver con los efectos a largo plazo del neoliberalismo y la privatización, la caída de las manufacturas y el surgimiento de un sector financiero que es más grande que los demás y tiene más influencia en la desigualdad total que Wall Street genera en la economía de los EE. UU.», añade el sociólogo.

La uniformidad propia de la globalización no va reñida con pretender la diferencia cultural y exaltar lo local como se ha visto con el auge del indepentismo catalán o la victoria del Brexit, basada en un fuerte sentimiento nacionalista. «¿Esto es bueno? A mí no me lo parece, porque, como decía el presidente de la Comisión, (Jean-Claude) Juncker , si gestionar a 27 es difícil, a 90 es imposible. Hay que buscar la forma en la que seamos capaces de convivir cada uno de nosotros con más de una identidad. Por qué no podemos sentir diferentes cosas. Claro que se puede, no está reñido. Lo que hay que procurar es que no sean excluyentes», expone Ramírez. Para el analista en Quantio Álvaro Imbernón , la ola «nativista» que vive Occidente ha estado muy influida por el sentimiento de abandono que se ha instalado en ciertas regiones y sectores de la población.

Hungría y Polonia, que se unieron a la UE en 2004, tienen respectivamente cuatro y cinco regiones entre las últimas 20 en renta per cápita, mientras que Bulgaria y Rumania, que se unieron en 2007, cuentan con cinco y seis en la lista. En 2014, dos años antes de la victoria del Brexit, el PIB medio per cápita en Londres-Centro–Oeste (el 539 % de la media de la UE de los 28) era 18 veces más alto que en la región búlgara de noroeste, en la última posición de la tabla de Eurostat de renta per cápita por regiones europeas.

Polacos y húngaros alegan que la Europa «a varias velocidades» favorece la desigualdad. «Hay que ir todos juntos en los elementos que son críticos para la Unión, como la convergencia económica. Pero tampoco podemos ser tan rígidos en todo. Y claro que para los polacos sería todo más fácil si fueran todos a la velocidad del más lento. Lo más sensato parece ser ir hacia un entorno flexible donde pueda haber comprensión con las diferentes sensibilidades de los diferentes estados», defiende Ramírez.

Polonia, la principal receptora de fondos de la UE y erigida como símbolo de los valores cristianos que construyeron las fuentes morales de Europa, está dispuesta a afrontar sanciones de la UE antes que abandonar las políticas ultraconservadoras que Bruselas considera impropias de un país miembro. La brecha entre regiones va más allá de lo económico. Según el Eurobarómetro sobre Igualdad de Género, el 81% de los búlgaros piensa que la función más importante de una mujer es cuidar de su hogar y su familia, la tasa más alta en la Unión Europea. A Bulgaria le sigue un 78 por ciento en Hungría y un 77 por ciento en Polonia. En el otro extremo: Dinamarca (14%) y los Países Bajos (15%). ¿Y España? En sexta posición con el 29%.

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