La educación sentimental de Emmanuel Macron

El político social reformista, que disputa hoy con Marine Le Pen la Presidencia de Francia, fue acusado de engañar a su mujer, mayor que él, con un hombre

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Lo que separa a Emmanuel Macron, Julien Sorel, Lucien Chardon y Frédéric Moreau resulta evidente: el primero es el nuevo presidente de Francia, un político social reformista de 39 años; los tres últimos, hijos de la imaginación de Stendhal, Honoré de Balzac y Gustave Flaubert, grandes escritores franceses del siglo XIX. Algo, sin embargo, les une: Macron, casado con su antigua profesora, Brigitte, es veinticuatro años más joven que su mujer. La pareja se conoció en el instituto, cuando ella, entonces esposa de un banquero y madre de tres niños, abandonó a su marido, André-Louis Anzière, por su prometedor estudiante, al que daba clases de literatura clásica, de francés y de teatro. La historia, que puede parecer escabrosa, criticable o increíble, tiene sin duda un punto novelesco.

Los rumores sobre la homosexualidad de Macron, acusado de mantener una relación clandestina con un locutor de radio, en parte nacían de la presunta imposibilidad, para un hombre, de enamorarse de una mujer más mayor que él. Sea cual sea la verdad, lo cierto es que en la literatura francesa, esa que Brigitte enseñaba al político, un amorío de ese tipo no es descabellado.

«Rojo y Negro» (Stendhal, 1830), «Ilusiones perdidas» (Balzac, 1837-1843) y «La educación sentimental» (Flaubert, 1869) son tres ejemplos de «novelas de aprendizaje» o «Bildungsroman», como se denominan en alemán, de donde procede el término. Obras que, según explica Yves Santollini en su «Dictionnaire du roman», «no cuentan la existencia completa de un héroe, sino un momento de su juventud o adolescencia, periodo durante el cual elabora su propia personalidad». La trama siempre es similar: un hombre joven, de talento, anhela cumplir los deseos –el éxito social, artístico o amoroso– que su ambición le impone. La Francia del siglo XIX, posterior a la caída de Napoleón, se lo impide: la gloria solo se obtiene «aumentando cobardemente las desventuras y dolores de los miserables», según Stendhal, o mediante el dinero, «punto de apoyo de la inteligencia», según Balzac.

Los héroes de Stendhal, Balzac y Flaubert luchan contra las convenciones sociales de su época con la mezcla de orgullo e idealismo propios de la juventud. El apellido y el dinero, pero también el matrimonio, se erigen como enemigos de sus aspiraciones. En las tres novelas, el protagonista se enamora, como le ocurrió a Macron, de una mujer más mayor, casada con un hombre que no la merece: en «Rojo y Negro», por su mezquindad –el alcalde de Verrières, monsieur de Rênal, tiene «un no sé qué de limitado y de falta de personalidad»–; en «Ilusiones perdidas», por su estupidez –monsieur de Bargenton, un «mojón de granito», es «una de esas personas de pocos alcances agradablemente instalados entre la nulidad inofensiva capaz aún de comprender y la orgullosa estupidez que se niega a aceptar y a conceder nada»–, y, en «La educación sentimental», por su infidelidad –pese a la ausencia de su esposa, Jacques Aranoux es sorprendido «en el comedor, en que se veía sobre la mesa una botella de champán, con dos copas»–.

«¡Haga lo que haga, me casaré con usted!», espetó Macron a Brigitte, su todavía profesora, cuando la mujer, asustada por el previsible escándalo, intentó poner punto y final a su relación. El romanticismo también impregna las palabras y sentimientos de los héroes literarios de las «novelas de aprendizaje». En un pasaje particularmente bello, Flaubert describe, en «La educación sentimental», las tribulaciones nocturnas del joven Frédéric Moreau: «Las calles estaban desiertas. A veces una pesada carreta quebrantaba el pavimento. Las casas se sucedían con sus fachadas grises, sus ventanas cerradas; y pensaba desdeñosamente en todos aquellos seres humanos acostados detrás de aquellos muros, que existían sin verla, y de los que ninguno la conocía (…) Se detuvo en el centro del Pont-Neuf, y con la cabeza descubierta y el pecho abierto aspiraba el aire. Sentía, sin embargo, subir de lo hondo de sí mismo algo inagotable, un flujo de ternura que lo tranquilizaba, como el movimiento de las ondas ante su vista. En el reloj de la iglesia sonó la una, lentamente, semejante a una voz que le llamara».

«El amor se lo llevó todo por delante y me condujo al divorcio», admitió Brigitte, hace unos meses, en una entrevista. El desenlace de su historia fue feliz, a diferencia del sufrido por los héroes de ficción, marcado por la derrota y la decepción: si el Julien Sorel de «Rojo y Negro» muere ajusticiado, el Lucien Chardon de «Ilusiones perdidas» se ve abocado a abandonar París –«el castillo encantado que se disponen a asaltar todos los jóvenes de provincias», según Balzac– y regresar a Angulema, tras un cúmulo de errores y humillaciones, mientras que Frédéric Moreau, en «La educación sentimental», asume la renuncia a sus anhelos, sinónimo de la madurez: «Frecuentó la sociedad, tuvo otros amores nuevos. Pero el recuerdo continuado del primero se los hacía insípidos, y, además, la vehemencia del deseo, la flor misma de la sensación estaba perdida. Sus ambiciones intelectuales habían disminuido, igualmente. Pasaron algunos años, y soportaba la ociosidad de su inteligencia y la miseria de su corazón».

La verdadera naturaleza de la relación que mantiene el matrimonio Macron es un misterio, y su relevancia política nula, más allá de cuestiones de imagen. Dudar que un día el joven político se enamoró de su profesora, solo por la diferencia de edad, parece más cuestionable.

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