Miembros de la comunidad tibetana de Australia, durante una vigilia por Liu Xiaobo, este miércoles junto a la Embajada de China en Sidney Reuters

El disidente chino Liu Xiaobo, en las últimas horas de su cáncer terminal

El autoritario régimen de Pekín, que lo había condenado a once años por pedir democracia, se niega a dejarlo marchar al extranjero para que ni siquiera pueda morir en libertad

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Al final, el disidente chino y Nobel de la Paz Liu Xiaobo no puede ni siquiera morir en libertad. Condenado a once años de cárcel por pedir democracia, este miércoles se hallaba en sus últimas horas. En libertad provisional desde el mes pasado, seguía encerrado en un hospital de Shenyang, capital de la provincia norteña de Liaoning, moribundo de un cáncer de hígado terminal. Aunque había pedido salir de China para recibir atención médica en el extranjero y conseguir así la libertad de su esposa Liu Xia, confinada bajo arresto domiciliario antes de reunirse con él en el hospital, las autoridades se niegan a dejarlos marchar.

Según anunciaron en un comunicado los médicos que lo atienden, su estado ha empeorado debido a un fallo múltiple de sus órganos y necesita ser entubado para poder respirar, pero la familia lo ha rechazado.

Sin embargo, algunos allegados aseguraban que se había recuperado ligeramente y estaba consciente tras recibir diálisis, según informaba el diario «South China Morning Post».

Al margen de estas divergencias, parece claro que la muerte de Liu Xiaobo es inminente porque su condición es terminal. Pero resulta imposible saberlo con exactitud, ya que la Policía está vigilando a sus parientes y amigos para que no hablen con los medios de comunicación extranjeros. Aunque dos médicos, uno de Alemania y otro de Estados Unidos, lo han visitado esta semana y han recomendado trasladarlo a otro país, Pekín lo está impidiendo para controlar su funeral e impedir la marcha de su mujer. Lo más probable es que Liu Xia vuelva a ser confinada bajo arresto domiciliario tras la muerte de su marido, dramático colofón de una tragedia que ha retratado las vergüenzas del autoritario régimen chino.

A sus 61 años, Liu Xiaobo llevaba entre rejas desde diciembre de 2008, cuando fue detenido por impulsar la «Carta 08» por la democracia, un documento que reclamaba elecciones libres e independencia de poderes en China y fue suscrito por numerosos intelectuales en internet. Pagando caro este desafío al monopolio político del Partido Comunista, en diciembre de 2009 fue sentenciado a once años de prisión por incitar a la subversión contra el Estado. Un año después, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz, pero nadie de su familia pudo ir a recogerlo a Oslo porque su mujer estaba arrestada en su piso de Pekín. La imagen de su silla vacía, ocupada por un retrato suyo, dejaba al descubierto las miserias de la China del siglo XXI, que ha dado un salto de gigante en su progreso económico y social pero donde el régimen sigue encarcelando a quienes piensan distinto.

Tras aquella sonada ausencia, que tenía un precedente en la Alemania nazi, Pekín ha «comprado» el silencio de la comunidad internacional, que cada vez se atreve menos a denunciar su violación de los derechos humanos por el auge económico chino. Tras serle diagnosticado un cáncer de hígado en mayo, la agonía que está sufriendo Li Xiaobo y su imposibilidad de morir en libertad refuerzan aún más su figura como mártir de la democracia en China.

Nacido el 28 de diciembre de 1955 en Changchun, capital de la provincia de Jilin, Liu Xiaobo era profesor de Literatura en la Universidad de Pekín durante las manifestaciones de los estudiantes que tomaron la plaza de Tiananamen en la primavera de 1989. A pesar de su mediación para alcanzar una solución pacífica, dichas protestas acabaron con un baño de sangre cuando el Ejército las aplastó por la fuerza por orden de Deng Xiaoping, el «Pequeño Timonel» que abrió el país tras la muerte de Mao Zedong en 1976.

Señalado como un «enemigo del Estado» desde entonces, Liu Xiaobo pasó seis años en la cárcel y luego fue confinado bajo arresto domiciliario y sometido a constante vigilancia policial. Tras despistar a los policías que lo custodiaban, concedió una entrevista a ABC en junio de 2007, coincidiendo con el aniversario de la matanza de Tiananmen. En aquella intensa y profunda charla, mantenida en un discreto salón reservado de una tetería, aseguraba que el movimiento de los universitarios «no fracasó, porque despertó la democracia y la lucha por los derechos civiles en China». Con su oratoria brillante y mesurada, Liu Xiaobo no solo desgranó su papel en las protestas de 1989, sino que analizó su influencia en la posterior evolución de China. Después de 30 años de reformas económicas, lamentó que el culto al dinero, la censura y la propaganda del régimen, que ensalza los indudables logros de la apertura al capitalismo, habían anestesiado la conciencia política de los jóvenes. Cuando finalmente muera, muchos de ellos ni siquiera se enterarán porque el régimen ya había enterrado en vida a Liu Xiaobo para borrarlo de la historia de China.

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