Dimite Nikki Haley, la cara amable del «trumpismo»

La embajadora ante la ONU, un valor político en alza del partido republicano, asegura que no competirá contra Trump en 2020

Nikki Haley estrecha la mano del presidente Donald Trump EFE

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Las dimisiones, despidos o una mezcla de ambos no son novedad en el Gobierno de Donald Trump. Una treintena de salidas de altos cargos -incluidos media docena de miembros del Gabinete- en menos de dos años de presidencia han sacudido periódicamente a la Administración Trump. El adiós de Nikki Haley , que ayer anunció su abandono como embajadora de EE.UU. ante Naciones Unidas, sí tuvo algo novedoso: no estuvo envuelto en drama ni en grandes polémicas . Haley, una política hábil con grandes ambiciones, abandona el «trumpismo» entre sonrisas, vítoreada por su jefe y con una imagen positiva en buena parte del país. Una salida limpia de una presidencia volcánica que le deja intacta para futuras aventuras políticas.

El anuncio del adiós de Haley fue por sorpresa . Nada hacía presagiar que la embajadora dejara su cargo cuando todavía no se ha cumplido la mitad del primer mandato de Trump y sin que haya sido protagonista de grandes controversias en una presidencia atiborrada de ellas.

Las explicaciones de Haley, ofrecidas en una comparecencia junto a Trump en el Despacho Oval, no fueron contundentes. «Es importante que los cargos gubernamentales entiendan cuándo hay que echarse a un lado», dijo desde la Casa Blanca. «Lo he dado todo en estos últimos ocho años y creo que a veces es bueno que entre otra gente que ponga la misma energía y poder en ello », añadió sobre el tiempo que ha sido gobernadora de Carolina del Sur y su destino diplomático ante Naciones Unidas. «La verdad es que quiero que esta administración y este presidente tenga la persona más fuerte para la lucha».

Trump se deshizo en elogios hacia Haley: «Ha sido muy especial para mí», «ha hecho un trabajo increíble», «es una persona fantástica», « entiende de qué va esto », «te echaremos de menos»… La embajadora respondió asegurando que ha sido «el honor de mi vida» trabajar para Trump, «una bendición» y que, con la política exterior del presidente, «ahora a EE.UU. se le respeta». El presidente aseguró que Haley ya le había adelantado hace seis meses que quería dejar el cargo a finales de este año y anunció que se anunciará un sustituto «en las dos o tres próximas semanas».

Las flores que se lanzaron el uno al otro no ocultan que Trump y Haley han tenido diferencias. La embajadora ha sido una voz crítica con Rusia, en la línea tradicional del republicanismo, diferente a la política laxa que favorece Trump, que ha pasado de puntillas ante las evidencias de las interferencias de Moscú en las elecciones presidenciales que él ganó, ha buscado moderar las sanciones contra autoridades y empresas rusas y ha favorecido el acercamiento a Vladimir Putin, rematado con la cumbre entre ambos en Helsinki el año pasado. Su principal choque en este capítulo fue cuando el pasado abril Haley anunció sanciones a compañías rusas que habían colaborado en el arsenal de armas químicas de Siria. La Casa Blanca contradijo su anuncio, desechó las sanciones y un alto cargo aseguró que la embajadora sufrió «una confusión momentánea». «Con todo respeto, yo no me confundo»; respondió con personalidad Haley.

Más allá de estos roces, Haley ha desplegado con vehemencia la política exterior de Trump en la ONU: atacó a Corea del Norte cuando el presidente intercambia insultos con Kim Jong-un , ha sido el azote de lo que ella ha llamado «el prejuicio antiisraelí» en la organización internacional, ha sacado al país de la Comisión de Derechos Humanos y ha sido una defensora feroz de la salida de EE.UU. del acuerdo con Irán, una de las grandes líneas exteriores de Trump.

En el último año, sin embargo, su perfil político había perdido brillo. Haley gozó de mucho protagonismo en el año escaso que Rex Tillerson, un empresario que rehuía la atención pública, estuvo como secretario de Estado . La llegada de Mike Pompeo como jefe diplomático de EE.UU. y de John Bolton, un diplomático agresivo que tuvo su cargo en la ONU bajo la presidencia de George W. Bush, como asesor de seguridad nacional, redujeron su poder de decisión y su influencia sobre Trump.

«No tengo nada decidido sobre qué haré a partir de aho ra», aseguró Haley en la comparecencia. Lo que nadie duda es de que, antes o después, volverá a la política, después de haberse convertido en un valor en alza en el partido republicano en sus años de gobernadora y salir de la Administración Trump apenas sin mácula. «No me voy a presentar a las elecciones de 2020», insistió para desechar rumores sobre una candidatura contra Trump. «Prometo que lo que haré es hacer campaña por est»”, dijo señalando a Trump.

El valor de esas promesas es discutible, pero no lo es la importancia del momento en el que dice adió. Se produce al día siguiente de la jura de Brett Kavanaugh como juez del Tribunal Supremo, después de que el elegido por Trump tuviera un proceso de confirmación sacudido por acusaciones de ataques sexuales y de que el propio presidente se mofara de una de las acusadoras y de sus alegaciones. Haley ha sido una de las pocas voces discordantes en el «trumpismo»: «Hay que escuchar a esas mujeres», llegó a decir sobre las acusaciones de agresiones sexuales que recibió el propio Trump durante la campaña.

Haley es una excepción en el Gobierno de Trump por ser mujer -hay cinco-, pero, sobre todo, por tener el favor de la opinión pública. En una encuesta de abril de la Universidad Quinnipiac la colocaba como la mejor valorada del Gobierno, con una aprobación del 63%, unos números con los que Trump solo puede soñar. Quizá en el futuro Haley sea su pesadilla política.

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