Carmen de Carlos - EN FOCO

Dictadura y ADN

Hay herencias envenenadas, otras que cambian (para mejor) el destino de las personas y aquellas que, hagas lo que hagas, no puedes desprenderte de ellas

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Hay herencias envenenadas, otras que cambian (para mejor) el destino de las personas y aquellas que, hagas lo que hagas, no puedes desprenderte de ellas. La genética, para bien o para mal, es una de estas. Los cinco hijos de Augusto Pinochet, con sus diferentes personalidades, la llevan grabada en el cuerpo. También los siete de Jorge Rafael Videla, incluido el fallecido Alejandro, que nació con un trastorno mental y estuvo al cuidado de Léonie Duquet, la monja francesa que la dictadura argentina (1976-83) de su padre hizo después desaparecer.

Algo similar sucede con la descendencia del general José Efraín Ríos Montt, exembajador de Guatemala en España y dictador cruel, en especial con los indígenas, entre marzo de 1982 y agosto de 1983. Enrique, Homero y Zury Ríos conservan un parecido razonable con su padre pero es esta última la que, a diferencia del dictador, busca alcanzar el poder por los votos y no por las botas.

Diputada en cuatro legislaturas, Zury, abogada con otros tantos matrimonios a cuestas, ha tenido que superar una carrera de obstáculos para poder presentarse a las elecciones presidenciales del próximo 16 de junio. El impedimento mayor que se le atravesó en el camino fue una ley que prohíbe a los familiares, (hasta el cuarto grado de consanguinidad), de golpistas y dictadores aspirar a la Jefatura del Estado.

La única hija de Ríos Montt recurrió a la Corte Suprema y, una vez más (le pasó lo mismo en el 2015), los magistrados, de forma cautelar, le dieron la razón y la inscribieron con su compañero de «fórmula», Roberto Molina, en la carrera a la Presidencia bajo las siglas de su partido, Valor.

Acisco Valladares, embajador de Guatemala en el Reino Unido, observó: «La bisnieta de Zury Ríos no podrá ser Presidenta si se sostiene la canallesca prohibición. Así, un ser humano que ni siquiera ha nacido y que nacerá, tal vez, en la segunda mitad de este siglo, vivirá con este estigma, condenado por acciones de su tatarabuelo». Lo dicho, hay herencias irrenunciables pero otras, como las que impone esa ley, convierten en papel mojado una verdad histórica: los hijos -y su descendencia-, no son responsables de los actos de sus padres.

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