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El Vice Presidente electo, Mike Pence, acude a la Torre de Trump para encontrarse con el presidente electo - AFP

El desorden y las tensiones agravan la llegada de Trump a la Casa Blanca

La pugna con los republicanos aplaza el nombramiento del nuevo Gabinete

Trump niega que su yerno, el empresario Jared Kushner, tenga libre acceso a la información clasificada

CORRESPONSAL EN WASHINGTON Actualizado: Guardar
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Donald Trump, flamante triunfador de la elección presidencial, empieza a sufrir los rigores del Washington al que despreció en campaña, ese enmarañado mundo de políticos, funcionarios y lobbies que hace girar las ruedas del sistema. Su desembarco en la capital estadounidense, que pilota desde lo alto de su imperio, en la Trump Tower, también amenaza con encallar a manos del republicanismo más ortodoxo, ansioso de no perder influencia con el outsider sentado en el Despacho Oval. Es el largo proceso de transición (aún lo era más cuando Franklin Delano Roseevelt decidió adelantar de marzo a enero la lejana toma de posesión), que empieza a convertirse en un calvario para el advenedizo presidente electo. Un Gabinete que se resiste por injerencias y dudas, la purga en el equipo de transición que ha emprendido el recién aterrizado vicepresidente electo, Mike Pence, y las peligrosas influencias políticas, por si no hay bastantes, del yerno de Trump, el empresario Jared Kushner, con tanta ambición como ascendente, a quien el magnate niega haber dado vía libre para acceder a los secretos de Estado.

La llegada del millonario y su familia a la Casa Blanca aún tiene muchos capítulos por escribir.

El proceso de traspaso de poderes en Estados Unidos genera siempre dolores de cabeza y mucho trasiego de ideas, discusiones y personas. El nombramiento de un millar de miembros en la nueva Administración, que sustituyen a otros tantos, más otros 3.000 que integrarán los organismos y agencias públicas que giran alrededor como satélites, constituye una tarea hercúlea. Si a eso le sumamos la peculiaridad inédita de un outsider procedente de un mundo como el de los negocios, el trance se complica más. Donald Trump está avanzando en sus primeros pasos como si de arenas movedizas se tratara. Entre renacidas tensiones con el establishment republicano, el nombramiento de su Gabinete genera continuos tiras y afloja. El agua y el aceite no se mezclan bien.

El principal problema se centra en el Departamento de Estado, mascarón de proa de la política exterior del presidente electo, objeto de atención del mundo entero. Los nombres de Rudolph Giuliani y John Bolton, los elegidos de Trump, traen de cabeza a la cúpula conservadora.

Los negocios de Giuliani

El exalcalde de Nueva York, destacado lugarteniente de Trump durante la campaña, no sólo carece de experiencia alguna en política exterior, tradicional condición para ocupar el cargo, sino que sus negocios como responsable de un despacho de abogados y consultoría le han vinculado muy estrechamente con grandes clientes en Venezuela, Qatar e Irán. El precedente de Hillary Clinton y su favoritismo para llevar donantes poco confesables a la Fundación que lleva su nombre, algo denunciado por Trump hasta la saciedad, es uno de los grandes argumentos críticos. El otro favorito para cargo, John Bolton, aunque ha trabajado para las distintas administraciones republicanas, también arrastra una mochila pesada. Su apoyo a la guerra de Irak y la forma en que llegó a ser en 2005 embajador de Estados Unidos ante la ONU, impuesto por el presidente George W. Bush tras el rechazo de un Congreso de mayoría republicana, genera poca confianza.

La entrada con mando en plaza del vicepresidente electo al frente del equipo de transición también ha ayudado a generar tensiones. En lo que muchos califican de purga, Mike Pence ha destituido a Mike Rogers, situado por Trump como asesor de seguridad nacional durante la campaña y que se perfilaba como uno de los candidatos a dirigir la CIA. La entrada de Mike Pence supuso, ademas, que el gobernador Chris Christie hasta entonces responsable del equipo de transición, quedaba relegado a un segundo plano

Otros candidatos a dirigir la CIA, como Eliot Cohen, han preferido renunciar a integrar el equipo de transición a pesar de ser tanteados. Asesor de Condoleezza Rice en el Departamento de Estado durante la etapa Bush, Cohen lanzó en su cuenta de Twitter toda una sugerencia a otros posibles candidatos: «Alejaos. Están enfadados, son arrogantes. Gritan ¡habéis perdido! Será feo».

Intentando adelantarse a las unánimes informaciones que señalabanel caótico estado del proceso, Trump echaba mano de su herramienta más preciada, la cuenta de Twitter, para escribir: «Está teniendo lugar un proceso muy organizado para decidir el Gabinete y otros puestos. Soy el único que sabe quiénes son los finalistas». También tuvo que salir al paso el presidente electo de las informaciones que aseguraban que el estado de confusión personal y caos en su entorno estaba entorpeciendo la toma de contacto político y diplomático con los líderes mundiales, que hoy tendrá en el primerministro japonés, Shinzo Abe, a su primer visitante, en Nueva York. Trump acusó a The New York Times de «errores» en su información y citó en la red social a los dirigentes de todos los países con los que ha hablado. Además de Japón, «Rusia, Reino Unido, China, Australia y muchos otros».

Pero hay más. Ni el futuro presidente ni su familia responden al perfil tradicional de quienes acostumbran a saborear las mieles del poder en Washington. Eso no sólo está dando pie a los posibles «conflictos de intereses» del presidente electo, dados los negocios de su emporio en medio mundo, sino también con su yerno. A Trump se le acusa de haber dado «el máximo nivel de acceso a los secretos» de la Administración, incluida la información clasificada, Jared Kushner, un empresario de origen judío. El futuro mandatario tachó las informaciones de «falsedad» y aseguró que ninguno de sus hijos, ni otros familiares, tendrá acceso a esos contenidos de alto secreto. Jason Miller, portavoz de Trump, aseguró ayer que «no se ha enviado ni tocado ningún papel».

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