Caso Khashoggi: un asesinato ante el que Estados Unidos hizo la vista gorda

Un año después del homicidio del periodista la cooperación entre la Casa Blanca y la corona saudí es más estrecha que nunca

Trump estrecha la mano del Príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman EFE
David Alandete

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Desde noviembre del año pasado, el presidente de Estados Unidos cuenta con un detallado informe de la CIA cuya conclusión es meridianamente clara : el Príncipe heredero de la corona saudí, Mohamed bin Salman, es el responsable último de la orden de matar al periodista Jamal Khashoggi.

A pesar de ello Donald Trump no sólo se ha negado a repudiar públicamente a Bin Salman sino que ha procurado que ese homicidio no afecte en lo más mínimo a las estrechas relaciones comerciales y militares existentes entre Washington y Riyad.

«Yo soy presidente de este país, y para mí este país es lo primero», dijo en noviembre Trump en una conversación con periodistas en la Casa Blanca. «No voy a renunciar a cientos de miles de millones en contratos para que vengan Rusia y China a llevárselos. Se equivocan si piensan que voy a destrozar nuestra economía simplemente por ser ingenuos con Arabia Saudí», añadió.

Que Trump no iba a permitir que el asesinato de Khashoggi estropeara las relaciones con el reino árabe quedó claro en junio, cuando en una cumbre del G-20 en Japón el presidente norteamericano invitó a posar a Bin Salman en una foto junto a él. Por aquel entonces la única sanción de la Casa Blanca a la corona había sido rescindir los visados de 21 militares y agentes de seguridad implicados en el homicidio, ocurrido el 2 de octubre en el consulado saudí en Estambul.

Khashoggi no sólo era residente en EE.UU., sino que trabajaba como columnista para uno de los principales diarios de este país, «The Washington Post».

Bin Salman, por su parte, dio el domingo una entrevista a la cadena de televisión CBS en la que asumió la culpa de aquel asesinato, pero no porque admita haber dado la orden de matar a Khashoggi, sino porque todo lo que hagan las fuerzas armadas y servicios de seguridad saudíes es responsabilidad suya, porque en la actualidad ocupa el cargo de ministro de Defensa.

A Trump su fe ciega en el poder económico de Arabia Saudí le ha costado más de un disgusto en Washington, sobre todo después de que en primavera el Senado votara varias veces a favor de rescindir la cooperación militar de EE.UU. con el reino árabe en apoyo de la guerra en Yemen. Aunque los republicanos son mayoría en esa cámara, el presidente ha vetado todas las resoluciones contra los aliados saudíes aprobadas en el Capitolio.

La postura oficial de la diplomacia norteamericana es que el asesinato de Khashoggi es un caso no resuelto y que no hay pruebas de que la corona lo ordenara directamente. La CIA, sin embargo, tiene hasta grabaciones del interior del consulado que confirman la tesis de que el propio Bin Salman estaba al tanto de la chapucera operación para hacer desaparecer al periodista, cuyos restos no han sido hallados.

Para Trump el negocio es lo primero, y al fin y al cabo, nada más llegar a la Casa Blanca en 2017 él mismo logró el compromiso de la corona saudí de que compraría 350.000 millones de dólares (320.000 millones de euros) en armas fabricadas en EE.UU. a lo largo de una década.

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