Hermann Tertsch

El caos imperturbable

El odio al presidente Donald Trump obnubila hasta el ridículo

Hermann Tertsch

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Los miembros del Gobierno de Donald Trump solo tienen una manera de redimirse de la maldad, miseria moral y perversión que les atribuyen los medios de EE.UU. y sus cacatúas europeas cuando son nombrados. Y es con su dimisión o cese. Entonces pasan a ser soberbias personalidades cuya marcha confirma lo injusto y mendaz que es el presidente . Pasa ahora con James Mattis como pasó con Lex Tillerson, corrupto mercachifle del petróleo cuando entró y un sabio estadista cuando salió. O con John Kelly. ¡Qué cosas dijeron de él para ahora llorarle! O de Jeff Sessions, podrido, ultra y clerical convertido en profundo hombre de leyes.

Trabajar para Trump ha de ser droga dura. Arrolla, atropella y deja exhaustos a todos, su ritmo es un caos y sus formas, un calvario para el entorno. Y se deshace de sus colaboradores con la facilidad de un viejo constructor de Queens. Que es lo que es. Pero el odio a Trump lleva a la quiebra, como al Weekly Standard, revista «NeoCon» que Bill Kristol lanzó contra Trump y acaba de cerrar. Y lleva también al ridículo . Lo es decir que Trump entrega Siria a Putin cuando fue Obama, catástrofe para la seguridad peor que Carter, quien dio a Rusia entrada en Siria y alianza con Irán. Trump se lleva a los 1.800 militares de Siria para cumplir la promesa electoral de que no hará de policía por el mundo. Aunque muchos lo consideren un error. Y duela mucho en Israel. Pero ridículo es que hablen ahora de la amenaza iraní quienes llevan años negando tal amenaza para defender el miserable acuerdo de Obama con Teherán.

Ahora Trump insiste en cumplir otra promesa, la del muro fronterizo cuya necesidad gana adeptos, dada la amenaza de caravanas , inmigración ilegal y la evolución en Mexico. Está dispuesto a paralizar el gasto gubernamental y algunos claman al cielo. Se habrán de acostumbrar. Como su mayor rival, China, cuyos analistas cuentan no solo con su reelección. También con que en 2024 le suceda un heredero ideológico suyo. Con la maldita manía de cumplir promesas y deberse ante todo a sus electores.

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