Abu Bakr al Bagdadi, líder de Daesh
Abu Bakr al Bagdadi, líder de Daesh - AFP

El califa terrorista convertido en la gran amenaza para Occidente

Al Bagdadi, registrado como Ibrahim Awad Ibrahim al-Badry, fue detenido en una redada del ejército estadounidense contra yihadistas suníes en 2004

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuando su nombre apareció en mayo de 2010 con su alias, «Abu Bakr al Bagdadi», tras su elección al frente de lo que quedaba de Al Qaida en Irak, nadie en los círculos oficiales de Bagdad ni en la CIA tenía apenas noticias de él. El nuevo líder de la rama iraquí de Al Qaida estaba entonces al frente de un puñado de radicales suníes de varios países, quizá unos centenares, empeñados en hacer la guerra a Estados Unidos. Este viernes, el Ministerio de Defensa ruso ha anunciado que podría haber acabado con su vida durante un bombardeo realizado a finales de mayo.

Abu Bakr al Bagdadi, líder de Daesh, comenzó a mandar en un ejército disciplinado y motivado hasta el extremo, compuesto por casi 100.000 combatientes en 2014, según estimaciones del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos.

Y además se proclamó califa del territorio que conquistó en el norte de Siria y de Irak.

Pero ¿quién era Al Bagdadi? La información que se tenía de él era escasa y a veces contradictoria. Se sabía que era un excelente predicador musulmán, entrado en los cuarenta, tal como reveló el vídeo de su sermón en una mezquita de Mosul tras la conquista de esa ciudad iraquí por Daesh. Para muchos de sus seguidores, aquel fue también su primer encuentro visual con el líder.

La ficha biográfica en poder de los norteamericanos era sorprendente. Al Bagdadi, registrado como Ibrahim Awad Ibrahim al-Badry, fue detenido en una redada del ejército estadounidense contra yihadistas suníes en 2004. No era la figura que buscaban y después de unos días de detención en Camp Bucca fue liberado. Un militar norteamericano declaró a la CNN que, al despedirse, el detenido le dijo en inglés con tono irónico: «Nos vemos en Nueva York».

Entrar en la leyenda

El perfil trazado por algunos investigadores árabes de Abu Bakr al Bagdadi pretendía meterle en la leyenda. El líder islamista habría nacido en el seno de una familia humilde cerca de la localidad iraquí de Samarra. Sus padres eran musulmanes sufíes –la rama del islam más tolerante y espiritualista–, pero Abu Bakr se radicalizó en Bagdad mientras realizaba sus estudios de teología musulmana para convertirse en predicador. Para darle más pedigrí le emparentan con la tribu del profeta Mahoma. Al Bagdadi vestía con un turbante negro, propio de los sayid, descendientes del profeta.

Estados Unidos, sin pretenderlo, allanó su camino al estrellato. En 2006, una operación armada norteamericana acabó con la vida del entonces líder de Al Qaida en Irak, el jordano Al Zarqaui. Cuatro años más tarde, en otra operación, esta vez combinada con fuerzas iraquíes, murieron cerca de Tikrit los dos dirigentes más prominentes del grupo yihadista suní. Fue el momento de la aparición en escena de Al Bagdadi, que renovó su vasallaje a Al Qaida y su compromiso de expulsar de Irak a las fuerzas infieles invasoras.

Con las tribus

El nuevo líder yihadista –«¿Quién es ese tipo?», preguntó la CIA a sus contactos en Bagdad– comenzó a reconstruir la trama urdida con paciencia oriental y un gran sentido de la oportunidad. Al Bagdadi trabó alianzas con las tribus suníes del norte de Irak, entroncadas desde antiguo con las de Siria, a las que unía el deseo de revancha por la discriminación desatada por el nuevo régimen prochií de Bagdad. Y aprovechó la guerra civil siria para labrarse una reputación mundial como feroz y disciplinada vanguardia de la yihad, la guerra santa. Cuando Al Bagdadi lanzó a sus unidades contra Bagdad a mediados de 2014, la red se había tupido en las propias narices del gobierno prochií de Irak y ya era tarde para reaccionar.

El califato proclamado en julio de 2014 por Daesh buscaba revolucionar todas las fronteras de Oriente Medio, al trazar sus fronteras imaginarias por al menos media docena de países. Pero irónicamente el núcleo duro de Al Bagdadi estaba formado, según los expertos, por exoficiales del partido Baas de Sadam Husein, que tanto los chiíes iraquíes como los Estados Unidos trataron de aniquilar desde la invasión norteamericana en el 2003.

La crítica recayó en primera instancia sobre el presidente George W. Bush, artífice de aquella torpe estrategia política que fue la invasión de Irak. Pero también afectó al presidente Barack Obama, al que se reprochó tanto la retirada precipitada de las tropas norteamericanas de ese país en 2011 –cuando el ejército iraquí estaba aún hecho unos zorros– como la negativa a armar a los rebeldes sirios prooccidentales. Las sucesivas derrotas de los insurgentes moderados a manos del ejército sirio de Bashar al Assad produjeron, como efecto colateral, el fortalecimiento de los rebeldes radicales de Daesh, que utilizaron Siria como banco de pruebas para la invasión de Irak.

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