Un hombre pasa junto a un vehículo blindado en una plaza de Bruselas
Un hombre pasa junto a un vehículo blindado en una plaza de Bruselas - AFP

Bruselas, la capital más enrevesada del mundo

Acostumbrados a todo, los bruselenses viven con disciplina la alerta antiterrorista que ha dejado zombi a su ciudad

Corresponsal en Bruselas Actualizado: Guardar
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Bruselas no es una ciudad cualquiera. No es ni la mas grande, ni la más bonita, ni la más moderna. La capital de Bélgica es sin duda la ciudad más complicada del mundo. Para empezar, lo que los demás llamamos Bruselas es en realidad la suma de 19 comunas o ayuntamientos, solo uno de los cuales se llama realmente Bruselas. Es decir, los niños que nacen en Bruselas pueden haber nacido en realidad en Etterbeek, en Woluwe Saint-Lambert o en Molenbeek y eso es lo que consta en su partida de nacimiento. Para nacer en Bruselas hay que hacerlo en el distrito 1.000, que está formado por el centro de la ciudad y un corredor que lo conecta con la zona del Palacio de Laeken, que está prácticamente en las afueras.

Y quien dice 19 ayuntamientos dice 19 zonas de policía con sus respectivos territorios. Se han dado casos en que para poder denunciar el robo de una bicicleta ha sido necesario determinar primero en qué lado de la acera estaba, porque de ello depende a qué comisaría hay que ir.

Hace ya dieciocho años que se repite un espectáculo teatral que se adapta a la actualidad política y que fue titulado con la muy evidente frase «Sois belge et tais-toi!» que se puede traducir como «¡se belga y cállate!». Es una expresión que refleja bien la docilidad con la que los naturales aceptan todo lo que les ordenan, ya sea hacer o pagar. «Ici c’est comme ça» (aquí, esto es así) es lo que responden invariablemente los belgas cuando a alguien se le ocurre poner en duda o criticar cualquier cosa.

Por eso no es de extrañar que los ciudadanos de Bruselas hayan aceptado con esta sumisión reverente la idea de pasar el fin de semana y empezar la siguiente bajo las condiciones del estado de sitio en la ciudad. Ni mercados, ni metro, ni espectáculos ni colegios, ni centros comerciales ni centros deportivos (al final una parte de los partidos de liga se pudieron celebrar fuera de Bruselas) y no se ha escuchado ni una mala frase, ni un comentario irritado.

Esa sumisión cívica no basta para resolver los terribles problemas que tiene una ciudad que es a la vez capital de la región de Flandes, de sí misma (de la región de Bruselas), del Reino de Bélgica y sede de las instituciones europeas y de la Alianza Atlántica. Si fuera por incomodidades, los bruselenses no tendrían bastantes días en el calendario para quejarse, porque entre cumbres europeas y consejos de ministros, tienen el mayor tráfico del mundo de coches oficiales. Las calles y los túneles se cierran y se abren varias veces al mes en la zona europea y las sirenas de las motos que escoltan a las comitivas oficiales son más frecuentes que las ambulancias.

Ahora, es verdad, lo que está circulando por la calle son las tanquetas del Ejército y no mercedes negros con matrícula diplomática, pero de algún modo los belgas parecen mirar las dos cosas con el mismo pragmatismo. Al fin y al cabo, de las instituciones viene una buena parte de la economía de la ciudad. Lo único que los belgas temen es que después de esto el Gobierno se invente un impuesto nuevo para cobrarse el coste de este despliegue de seguridad, que en esto son también los mayores expertos del mundo. Con diferencia.

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