El azote de Pablo Ibar: un fiscal implacable que cita a Elvis y a Bob Dylan

Chuck Morton es, en el relato de quienes defienden la inocencia del español, uno de los villanos del caso

El fiscal Chuck Morton EFE

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Chuck Morton está más en la edad de disfrutar de una jubilación dorada al sol de Florida que en la de repasar documentos, contrastar pruebas y preparar argumentos a la luz de un flexo. Jubilado en 2013, el fiscal que dirige la acusación contra Pablo Ibar ha dejado los palos de golf y el cocktail de media tarde para devolver al español al corredor de la muerte.

Morton es, en el relato de quienes defienden la inocencia de Ibar , uno de los villanos del caso. Decidió desempolvar el traje de fiscal después de que en 2016 el Tribunal Supremo de Florida declarara nulo el juicio de 2000 que condenó a Ibar a muerte e impusiera la celebración de un nuevo juicio. Es imposible no pensar que hay un cierto componente de ego en la decisión de Morton: él dirigió la acusación de ese juicio, anulado por irregularidades procesales obvias.

Si Morton es uno de los malos de esta película, al menos no lo aparenta. Tiene una presencia venerable y patricia , con la mirada confiada y tranquila de quien ha visto pasar casi todo delante de sus ojos. Es, además, una figura totémica en el sistema judicial de Florida. En 1976, se convirtió en el primer fiscal negro del condado de Broward, donde se juzga a Ibar. «No puedo pensar en nadie que haya hecho más por la justicia pena. Es uno de los mejores fiscales con los que he trabajado», le dedicó en su jubilación Bob Butterworth, el que fuera fiscal general de Florida.

Quizá la absolución de Ibar, que siempre ha negado que fuera el autor del triple asesinato del que se le acusa, es una mancha con la que Morton no quiere cerrar su historial. Pero de lo que no hay duda es de que ha puesto toda la carne en el asador en este juicio. No tanto en la parte probatoria, donde 24 años después del crimen y tras cuatro juicios, es difícil rascar mucho más. La única nueva prueba aportada respecto al juicio de 2000 es una traza mínima de ADN de Ibar descubierta en la camiseta con la que el asesino se tapó la cara. Varios análisis efectuados en distintas zonas de la prenda en diferentes años no encontraron rastro del acusado. Para la defensa, se trata de una contaminación producida por el escaso cuidado que la policía y la fiscalía tuvieron con las pruebas.

Donde sí desplegó todo su poderío fue en las conclusiones finales de las partes, después de seis semanas de discusiones farragosas. Sentado en su silla, parecía un anciano somnoliento. Cuando llegó su turno, se elevó con dificultad y caminó al estrado con pasos entumecidos. Quizá era un truco de actor. Su alegato fue «in crescendo», elevando el tono de voz, moviéndose con ligereza por la sala. Bromeaba sobre el acento británico de algún perito presentado por la defensa. Condicionaba al jurado al decirles que no se dejen influir por la gran presencia de prensa. Citaba a Elvis Presley: «La verdad es como el sol. Puedes taparlo un rato, pero no se va a ir», mientras mostraba una foto de Ibar al lado de otra de la prueba en la que más incidió en su alegato: el vídeo del asesinato de tres personas en el domicilio de una de ellas, grabado por una cámara de seguridad casera. En una imagen de baja calidad, se ve el rostro de uno de los dos asesinos, que guarda parecido con el de Ibar (el acusado siempre ha mantenido que ese noche estaba en casa de una amiga, Tanya, que ahora es su mujer).

Tras el turno de la defensa, en su réplica, Morton acabó por desplegar sus alas como un pavo real. Reprodujo el vídeo una y otra vez, apuntando con su dedo la cara de Ibar y repitiendo su nombre. «Pablo Ibar», «Pablo Ibar», «Pablo Ibar», blandiendo otras veces las dos imágenes juntas. De Elvis fue a Bob Dylan: « No se necesita al hombre del tiempo para saber hacia dónde va el viento », dijo recordando un verso de «Subterranean Homesick Blues» para enterrar los testimonios de expertos en reconocimiento facial y ADN traídos por la defensa.

La traca final fue la última frase. Clavado delante del jurado, señalando en escorzo a Ibar, que estaba a su espalda, les imploró: « ¡No dejen libre a este asesino! ». Protestó la defensa, en vano. Fue lo último que escuchó el jurado antes de marcharse a deliberar. Morton salió de la sala como siempre, con paso lento, arrastrando con dificultad un carrito con su cartera y pilas de documentos, con la mirada impasible.

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