Foto correspondiente a 2009 en una carrera en la que partipó Andreas Lubitz
Foto correspondiente a 2009 en una carrera en la que partipó Andreas Lubitz - EFE
Caso Germanwings, primer aniversario

Andreas Lubitz: cuando un «suicidio egoísta» es también el asesinato en masa de 150 personas

Los expertos de la aviación francesa que se han ocupado de las dos cajas negras del avión han recomendad reforzar el control médico de los pilotos, tras el informe realizado a raíz de la catástrofe de Germanwings

Madrid Actualizado: Guardar
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Todo parecía normal. Un vuelo de poco más de una hora y media entre dos ciudades europeas: Barcelona y Dusseldorf. La compañía Germanwings era la filial de bajo coste de la alemana Lufthansa, el orgullo de Alemania y baluarte de la sempiterna fiabilidad germánica. Pero en un mundo obsesionado por tenerlo todo bajo control utilizando una tecnología cada vez más automatizada, el factor humano todavía prevalece para bien y para mal. Andreas Lubitz, copiloto del trágico vuelo 9525, involucró en la mañana del 24 de marzo de 2015 a los 149 pasajeros de su avión en su suicidio y, al mismo tiempo, asesinato en masa contra el que nadie pudo hacer nada.

Entre el 16 y el 23 de marzo, este joven de 27 año, casi novato con solo 630 horas de vuelo (el capitán de vuelo tenía 6.000 a sus espaldas), buscó en internet todas las formas de suicidio y las maneras de llevarlas a cabo.

«Por lo menos, durante un día, el afectado buscó durante varios minutos detalles sobre la puerta de la cabina y sus mecanismos de seguridad», rezaba el texto de la fiscalía de Dusseldorf. Tras estrellar el avión, el boom del caso Germanwings llevó al conteo masivo sobre su vida privada para determinar qué pudo llevar a un joven, que aparentemente podía tener todo con lo que soñaba, a cometer una atrocidad así.

El francés Emile Durkheim, uno de los pioneros de la sociología moderna, estableció en «Le Suicide» (1897) tres tipos de suicidio: el altruista -un soldado muere por la causa-, el anómico -de un individuo moderno que vive en un entorno carente de normas y que no puede esperar para cumplir sus deseos- y el egoísta -que viene de una falta de integración, de una pérdida y de aislarse de los demás-. Según la investigación posterior a la tragedia, Lubitz había sufrido una ruptura con su pareja, rumoreándose incluso que estaba embarazada -que lo desmintió- y quien habría sufrido las derivas de su depresión y su supuesta renuncia a seguir con la medicación recetada por sus doctores. En cambio, tal como puede leerse en una carta enviada a su doctor dos semanas antes de estrellar el avión, Lubitz había elevado la dosis de mirtazapina (un antidepresivo, que también se utiliza como somnífero): «Tengo miedo de quedarme ciego, y la idea sobre mi visión no sale de mi cabeza. Si no fuera por los ojos, todo estaría bien», subrayó.

La palabra suicida empezó a rimar cada vez más con asesino en masa a medida que iban pasando los días y las informaciones sobre su vida privada. «Cuando una persona es responsable de la muerte de 150 personas, es más que un suicidio», dijo el CEO de Lufthansa poco después de la tragedia. Como escribía « Slate» al hilo de estas declaraciones, encerrarse en el cuarto y morir por sobredosis de pastillas, es un suicidio. Encerrarse en la cabina de un avión comercial y estrellarlo, tomando como rehenes a los 149 pasajeros, no es un sucidio. «Es un asesinato en masa».

EFE
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Andreas Lubitz ensayó en un vuelo anterior el descenso ejecutado el 24 de marzo en los Alpes, según confirmó meses más tarde la Autoridad de Investigación de de Seguridad de la Aviación Civil Francesa. En ese trayecto anterior, que cubrió la ruta Dusseldorf-Barcelona, el copiloto alemán practicó una maniobra con la que hizo descender en altura la aeronave. Aunque afirman que apenas pudo detectarse. Igualmente, el joven de 27 años también se encerró en la cabina durante unos instantes.

Para Durkheim, «el suicidio varía inversamente al grado de integración del individuo en la sociedad». El sociólogo francés se refería al aumento de las tasas de suicidio y a su relación con un hipotético índice de pobreza moral, en aumento por el debilitamiento de los viejos valores y de los marcos de la sociedad. Con un largo historial depresivo, Lubitz estaba bajo tratamiento psiquiátrico y sufría problemas en la vista. Según publicó «Bild», padecía un desprendimiento de retina que podía acabar con su carrera de piloto.

La depresión, un mal de nuestro siglo

La pérdida de su trabajo pudo haber sido la principal motivación de Lubitz, según se informó meses después de estrellar el avión. Visitó en varias ocasiones a diferentes médicos, unos 40, para tratar su problema de la vista. Una de las teorías que se han barajado es que estaba tratando de evitar un diagnóstico psiquiátrico. Sin embargo, la profunda depresión hizo que fuera su enfermedad mental la que centrara los debates sobre si quien padece estos problemas debe asumir estas responsabilidades.

La Oficina de Investigación y Análisis para la Seguridad de la Aviación Civil ( BEA) -expertos de la aviación francesa que se han ocupado de las dos cajas negras del avión- recomendó hace unos días reforzar el control médico de los pilotos, tras el informe realizado a raíz de la catástrofe de Germanwings. Se hacía eco de la alerta de Naciones Unidas que en 2012 denunció la escasa atención en los chequeos rutinarios a los controles psicológicos a los pilotos, especialmente a los menores de 40 años. A raíz del accidente igualmente, la Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA) ha recomendado la presencia de dos personas en la cabina de vuelo durante toda la duración de un vuelo, aunque este consejo no recibió buena acogida entre todos los pilotos.

Prevaleció en el debate la preocupación sobre las enfermedades mentales y su escasa prevención. Pero el articulista de « The New Yorker» Gary Greenberg no pensaba lo mismo cuando escribió hace un año que «no, los psiquiatras no podrían haber prevenido esta tragedia». Los trastornos mentales no se pueden diagnosticar con fiabilidad, alegaba este experto en neurología. «Una persona propensa a los delirios probablemente no debe pilotar un avión, y un pedófilo no debe enseñar a los niños. Pero estas son las excepciones y no la regla. Lubitz no era uno de esos casos severos, sino más bien alguien que se encontraba entre los millones de personas que una vez contemplado el suicidio y estaba siendo tratado por un trastorno del estado de ánimo», escribía. Para él, ni la mejor evaluación psiquiátrica podría haber evitado la catástrofe, «la depravación del corazón humano no puede estar recogida en una simple diagnosis médica».

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