LUCHA ANTITERRORISTA

La amenaza de una yihad química y bacteriológica se cierne sobre Europa

Manuel Valls advierte del peligro de un ataque terrorista con estas armas letales

Corresponsal en Jerusalén Actualizado: Guardar
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La naturaleza de amenaza global del grupo yihadista Estado Islámico (EI) se vio ayer amplificada tras la alerta lanzada por el primer ministro francés, Manuel Valls, sobre el riesgo de que Francia o Europa sufran un ataque con « armas químicas o bacteriológicas». El primer ministro francés se dirigió a la Asamblea Nacional para insistir en que con el islamismo radical «no se puede excluir nada». La macabra imaginación de los que dan las órdenes no tiene límites: fusil de asalto, decapitación, bombas humanas, armas blancas... o todo a la vez, perpetrados por individuos, comandos particularmente organizados». Y llegó incluso a señalar que el Estado prevé abastecer a las farmacias de dosis inmunológicas contra un posible ataque bacteriológico.

Las palabras de Valls apuntan de lleno a Siria e Irak, países en los que se asienta el califato del EI, donde en los últimos meses se han producido tres denuncias de ataques con agentes tóxicos que han dejado decenas de afectados y llevan el sello de los seguidores del califa Ibrahím, que estarían ensayando sus efectos en el campo de batalla antes de probarlas en el exterior.

Milicianos kurdos acusaron en julio al EI de bombardearles con morteros tóxicos en la localidad de Majmur, al norte de Irak. Como consecuencia del ataque los combatientes sufrieron «heridas e irritación de las vías respiratorias». Los fragmentos de los proyectiles fueron entregados a las fuerzas estadounidenses, que tras su análisis certificaron la presencia de gas mostaza. Un mes más tarde fuerzas de la oposición siria y organizaciones sanitarias independientes como Médicos Sin Fronteras (MSF) denunciaron un nuevo ataque con gas mostaza en la ciudad de Marea, en la provincia de Alepo, que dejó decenas de civiles con «ojos enrojecidos, eritema cutáneo, conjuntivitis y dificultades respiratorias». En este caso también se apuntó a la autoría del grupo que lidera el califa Ibrahim, aunque otras voces señalaron al régimen.

El mes pasado el diario «The Washington Post» desveló que los yihadistas utilizaron botes de gas cloro en uno de sus ataques contra las tropas iraquíes cerca de la localidad de Duluiyah, al norte de Bagdad. Once agentes de policía tuvieron que ser hospitalizados después de que presentaran mareos, vómitos y dificultad para respirar, en lo que fue diagnosticado por los médicos como «envenenamiento por cloro», según el diario estadounidense.

Fatua e instrucciones

El uso de este tipo armas por parte de grupos radicales no es nuevo. Al Qaida (AQ) ya probó sus efectos en Afganistán antes del 11-S, según unas grabaciones que obtuvo la cadena CNN en las que se veía a los yihadistas probando un gas con tres perros, pero hasta el momento no lo han empleado en sus atentados. En el caso del EI todo va más rápido que con AQ y a las pocas semanas de la constitución del califato el verano pasado la revista «Foreign Policy» tuvo acceso a un ordenador que grupos opositores sirios encontraron en una posición de la que echaron a los yihadistas en el norte del país. La máquina pertenecía a un joven tunecino llamado Mohamed S, que estudió Química y Física en su país antes de enrolarse en la yihad y que había elaborado un documento de 19 páginas sobre el desarrollo de armas biológicas «cuya ventaja es que son baratas y pueden causar un número enorme de víctimas», recoge FP. El experto tunecino aconsejaba «usar pequeñas granadas con el virus y lanzarlas en zonas cerradas como metros, campos de fútbol o centros de entretenimiento, mejor cerca de las salidas del aire acondicionado. También se pueden usar para las operaciones de martirio».

Las instrucciones de Mohamed S venían acompañadas por una fatua (edicto religioso) de 26 páginas emitida por el clérigo saudí Nasir Al Fahd en la que justificaba «el uso de armas de destrucción masiva si los musulmanes no son capaces de derrotar a los infieles por otros medios». La justificación religiosa que busca siempre el grupo, en esta caso para amparar esta especie de ‘yihad química’ que da sus primeros pasos en el califato.

El régimen entrega su arsenal

Ahora todas las miradas apuntan al EI, pero desde el comienzo de la guerra régimen y opositores se acusan mutuamente del uso de armas prohibidas, aunque la imposibilidad de investigar los hechos sobre el terreno ha impedido aclarar cada caso. El que era portavoz de Exteriores sirio en 2012, Yihad Makdessi, abrió la caja de pandora al asegurar en una rueda de prensa que el Ejército las emplearía «únicamente en caso de agresión externa». Estas palabras no sirvieron para tranquilizar a una comunidad internacional que, sin olvidar el fiasco de las armas de destrucción masiva de Sadam Husein en Irak, marcó el uso de este tipo de armamento en el conflicto sirio como «línea roja».

Un año más tarde de las palabras de Makdesi las imágenes de cientos de cadáveres apilados en Moadamia, Jobar, Zamalka y Duma, zonas de las afueras de Damasco con fuerte presencia opositora, encendían todas las alarmas. Según la inteligencia de Estados Unidos 1.429 personas, 426 de ellas niños, murieron a causa del uso de armas químicas en los ataques de la mañana del 21 de agosto y Barack Obama estuvo a punto de lanzar un ataque contra Bashar Al Assad, a quien responsabilizó de esta matanza. La intervención in extremis de la diplomacia rusa evitó la operación militar estadounidense y Siria aceptó poner todo su arsenal químico, unas 1.300 toneladas, en manos de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ). Este organismo internacional certificó en junio del año pasado que el régimen cumplió lo pactado y el último barco con sustancias tóxicas zarpó del puerto de Latakia.

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