El monolito negro en el Parque de la Paz marca el hipocentro donde estalló la bomba atómica de Nagasaki
El monolito negro en el Parque de la Paz marca el hipocentro donde estalló la bomba atómica de Nagasaki - pablo m. díez
70 aniversario

Nagasaki se engalana para recordar el horror de la segunda bomba atómica

Tres días después de arrasar Hiroshima, Estados Unidos atacó esta ciudad portuaria para forzar la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial

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Tras la emotiva ceremonia por el 70 aniversario de la primera bomba atómica celebrada el jueves en Hiroshima, Nagasaki se prepara para conmemorar este domingo su propia efeméride. El 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó su segunda bomba nuclear sobre esta importante ciudad portuaria del sur de Japón para forzar su rendición, acabar así la Segunda Guerra Mundial y, de paso, demostrar al mundo su nuevo poder militar.

Inicialmente, el objetivo de Washington era Kokura, un polo industrial situado algo más al norte en la misma isla de Kyushu. Pero las nubes que cubrían la ciudad ese día obligaron al bombardero B-29 «Bockscar» a cambiar su rumbo tras dar varias vueltas en círculo esperando a que el cielo se despejara.

Como Nagasaki era también un punto militar estratégico por albergar una fábrica de armas de Mitsubishi, su destino quedaba así sellado para la posteridad por una casualidad meteorológica.

A las once y dos minutos de la mañana, un artefacto de 3,25 metros de largo, 1,5 de diámetro y 4,5 toneladas de peso estallaba a una altura de 500 metros sobre el barrio de Matsuyama-machi, al norte de Nagasaki, y desataba un nuevo infierno en la Tierra. Hoy, un monolito negro en el Parque de la Paz, escenario de la ceremonia de este domingo, señala el lugar donde cayó la bomba. Su explosión, equivalente a 21.000 toneladas de TNT, mató a 70.000 de los 240.000 habitantes de la ciudad y dejó a más de 120.000 personas sin hogar, ya que destruyó un tercio de las casas de Nagasaki. Al igual que en Hiroshima, la nueva bomba, apodada «Fat Man» («El Gordo») por su forma, liberaba una cantidad de energía tan descomunal que su onda expansiva arrasaba casi siete kilómetros cuadrados y, con unas temperaturas de miles de grados, abrasaba hasta volatilizar todo cuanto encontraba a su paso.

«Perdí a mi madre y a cuatro de mis cinco hermanos. Jamás encontramos sus cuerpos», explica a ABC Shigemi Fukahori, un sacerdote católico de 84 años que vivía con su familia a solo 500 metros del hipocentro donde estalló la bomba, cerca de la catedral de Urakami, que quedó reducida a un amasijo de escombros. Junto a él, que estaba ese verano interno en un noviciado, solo se salvaron su padre, que trabajaba en la fábrica de armas, y su hermano mayor, que servía en el Ejército.

«La gente, carbonizada, pedía agua, y los cadáveres se apilaban en las ruinas»

Cuando, al día siguiente, regresó a su casa, borrada del mapa, se encontró el horror nuclear que luego sobrecogería al mundo. «La gente, carbonizada, pedía agua, y montañas de cadáveres se apilaban entre las ruinas. Pero yo me sentía completamente inútil porque no podía hacer nada por todas aquellas personas que, con los ojos fuera de las órbitas y la piel cayéndosele a tiras, no iban a sobrevivir al final del día», recuerda con amargura. Al reencontrarse finalmente con su padre, los dos estaban tan sobrecogidos que no podían ni hablar, solo llorar en silencio y rezar.

«Pero la bomba no debilitó mi fe, sino que la reforzó, porque Nagasaki era católica desde hacía más de tres siglos y había sufrido muchas persecuciones», razona el sacerdote refiriéndose a la fuerte religiosidad que caracteriza a esta ciudad.

Desde la llegada de los marinos portugueses en 1571, Nagasaki se enorgullece de ser la cuna del cristianismo en Japón y de albergar una de las diócesis con más fieles del Lejano Oriente. Además, entre 1641 y 1859 fue el único puerto del archipiélago nipón abierto al mundo, lo que atrajo barcos de todas partes y forjó el espíritu internacional de la ciudad, donde se asentaron comerciantes británicos, holandeses y chinos.

Pero la barbarie nuclear no hizo distinción alguna entre credos y, de los 12.000 feligreses con que contaba la parroquia de Urakami en 1945, 8.500 murieron en el ataque. Por ese motivo, durante estos días se están celebrando multitudinarios actos de homenaje en su catedral, que fue arrasada por la bomba atómica cuando en su interior se encontraban decenas de personas.

Presidiendo el altar había una imagen de la Virgen María que, milagrosamente, sobrevivió a la explosión. La figura, tallada en Italia con el modelo de la Inmaculada Concepción de Murillo y regalada a esta iglesia en 1920, sufrió quemaduras en el rostro y en uno de sus costados, pero su cabeza fue encontrada por un monje entre los escombros varios meses después.

Con las cuencas de los ojos vacías y una expresión que parece reflejar todo el dolor sufrido en Nagasaki, esta «Virgen bombardeada» se ha convertido ya en un símbolo de la paz y del movimiento antinuclear. «Fue una suerte que la Virgen no se rompiera. Solo eso ya indica que estaba bendecida, pues representa el coste humano de la guerra», asegura el padre Fukahori en la capilla donde se expone.

A pocos metros de allí, el Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki exhibe parte de los muros originales de la catedral y muestra imágenes mucho más explícitas que el de Hiroshima. En estas terribles fotografías se ven cadáveres tan abrasados que resulta imposible reconocer si son de hombres o mujeres, así como hasta calaveras de víctimas cuyos cuerpos estallaron en mil pedazos. Aportándole a la tragedia de Nagasaki una perspectiva global, el museo también describe la carrera nuclear emprendida tras las dos primeras bombas atómicas con un detallado recuento y análisis de los más de 2.500 ensayos llevados cabo desde el inicio de la Guerra Fría en la década de los 50.

En un moderno edificio contiguo, el Monumento Nacional a las Víctimas de la Bomba Atómica de Nagasaki guarda el registro con sus nombres para que su memoria siga viva y no se repita jamás este holocausto atómico.

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