Varios camiones permanecen parados durante un atasco en la M20 en Kent, Ashford, Reino Unido, en el Eurotúnel
Varios camiones permanecen parados durante un atasco en la M20 en Kent, Ashford, Reino Unido, en el Eurotúnel - efe

Los refugiados de Calais sueñan con saltar al «paraíso» del Reino Unido

En «La Jungla», nombre con el que se conoce el campamento de refugiados de Calais, viven cerca de 3.000 personas

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Exhausto por una cotidiana lucha por abrirse camino, Adam decidió rendirse. Los cerca de siete meses sobreviviendo en «La Jungla», el campamento de refugiados de Calais, sin alcanzar la «utopía inglesa» le obligaron a renunciar. Para Adam, claudicar significa pedir asilo en Francia. Entregar su destino a la burocracia gala le impide solicitar ayuda en cualquier otro país hasta que obtenga una respuesta, lo que le condena a seguir sobreviviendo en «La Jungla» sin posibilidad de alcanzar su soñada tierra prometida, Gran Bretaña. La baja tasa de desempleo, las ayudas sociales y una legislación flexible han convertido a Inglaterra en «la tierra prometida» de Adam, en el «paraíso» con el que sueña desde que escapó de la pesadilla de Sudán.

Las cerca de 3.000 personas que viven en «La Jungla» (así lo denominan los propios refugiados) se organizan por nacionalidades: sirios, afganos, iraquíes, etíopes... la más numerosa es la sudanesa. Los refugiados nos aseguran que la relación entre ellos es muy buena, en la medida que todos tienen el mismo objetivo: llegar a Inglaterra.

La mayoría intenta alcanzar su particular «paraíso» intentando colarse en los camiones que pasan bajo el Canal de La Mancha. Uno de los refugiados sudaneses nos cuenta cómo un amigo suyo murió al saltar desde un puente a un camión con un cuchillo en las manos para rasgar la lona del vehículo y esconderse en su interior. El camión arrancó antes de tiempo y lo arrolló.

Pese a lo dramático de su situación, en «La Jungla» se respira buen ambiente. Cuando uno se gana la confianza de los refugiados, su trato es muy cálido. En la zona sudanesa de «La Jungla» en la que nos movemos nos cantan «Blowing in the Wind» e incluso alguno se arranca a bailar La macarena. «Cuando quieres olvidarte de tus problemas —nos cuentan— te metes ahí». Nos señala una tienda de lona, con barra, mesas y sillas, donde se vende tabaco, comida y bebida. Es el bar y centro social del campamento.

Adam es el «líder» de la colonia sudanesa por dos razones: es el que más tiempo lleva aquí y, sobre todo, domina el inglés. Lo aprendió en la Universidad, mientras estudiaba una ingeniería. Tuvo que abandonar los estudios y su país por la guerra. Su meta ahora es conseguir el asilo en Europa y terminar su carrera.

De clase acomodada

Desde Sudán Adam viajó a Libia, y de aquí a Italia. Como la mayoría de los refugiados, tiene estudios y pertenece a la clase «acomodada» de su país. No todos tienen el dinero necesario para embarcar en una patera. «Les di mis ahorros a una mafia a la que no le importaba si llegabas vivo o muerto. Meten a las personas en condiciones infrahumanas en el mar. Lo único que les interesa es el dinero». Desde Italia, siguió su viaje hacia el Reino Unido, con parada obligada en Francia. Se trata del itinerario más común, aunque ahora también muchos optan por entrar por Europa del Este. El viaje es largo, pero más seguro.

«Ya no puedo más. Estoy malgastando mi tiempo», nos confiesa cuando le preguntamos por su futuro inmediato. Sus fallidos intentos de llegar a Inglaterra le han llevado a solicitar el asilo en Francia, lo que para él es un tremendo fracaso. Según los datos que manejan los refugiados de Calais, solo uno de cada diez solicitantes consigue una respuesta afirmativa del estado francés después de una espera de hasta un año, tiempo en el que tienen prohibido solicitar ayuda en cualquier otro país.

Desde que llegan a Europa, se esfuerzan por aprender inglés, e incluso francés y español. Todo, excepto regresar. «Muchos jóvenes en Sudán deciden tomar las armas. Imagínate que delante de ti matan a tu madre y violan a tus hermanas. Tu vida se centrará entonces en la venganza. Yo, no». Levanta un bic rojo, y sentencia: «Mi arma es mi bolígrafo».

«La Jungla» está oculta por montañas de arena artificiales. Así se esconde esta penosa realidad a quienes viajan por la carretera. Adam nos cuenta que ya lo había dicho Bob Dylan: «¿Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza y fingir que simplemente no lo ha visto?».

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